viernes, 14 de febrero de 2014

TOMÁS SEGOVIA



  
En brazos de la noche



Está ya oscurecida la hermosura;
los árboles desnudos
se mecen en la sombra,
y un gran silencio vela suspendido.
En brazos de la noche
se guarda y perpetúa la promesa del día,
la prometida plenitud del día
que cumple en sólo prometerse
un don que nos inclina,
y nos fuerza, y nos basta.
De noche la hermosura a solas habla;
a solas en el aire solo
late oculto el ardor de su promesa
sin cesar renovada.
Y a través de la noche,
desde el oscuro fondo de su entraña,
nos guía y acompaña
heridos de esperanza, al nuevo día,
nuevamente a cumplir bajo el sol nuevo
su plenitud igual y suficiente
de prometida nuestra sin fin, siempre la misma.


JOSÉ DE ESPRONCEDA




Reo de muerte



¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

I

Reclinado sobre el suelo
con lenta amarga agonía,
pensando en el triste día
que pronto amanecerá,
en silencio gime el reo
y el fatal momento espera
en que el sol por vez postrera
en su frente lucirá.

Un altar y un crucifijo,
y la enlutada capilla
lánguida vela amarilla
tiñe en su luz funeral,
y junto al mísero reo,
medio encubierto el semblante,
se oye al fraile agonizante
en son confuso rezar.

El rostro levanta el triste
y alza los ojos al cielo;
tal vez eleva en su duelo
la súplica de piedad:
¡Una lágrima! ¿es acaso
de temor o de amargura?
¡Ay! a aumentar su tristura
¡Vino un recuerdo quizá!

Es un joven y la vida
llena de sueños de oro,
pasó ya, cuando aún el lloro
de la niñez no enjugó:
El recuerdo es de la infancia,
¡Y su madre que le llora,
para morir así ahora
con tanto amor le crió!

Y a par que sin esperanza
ve ya la muerte en acecho,
su corazón en su pecho
siente con fuerza latir,
al tiempo que mira al fraile
que en paz ya duerme a su lado,
y que ya viejo y postrado
le habrá de sobrevivir.

¿Mas qué rumor a deshora
rompe el silencio? resuena
una alegre cantinela
y una guitarra a la par,
y gritos y de botellas
que se chocan, el sonido,
y el amoroso estallido
de los besos y el danzar.

Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

Y la voz de los borrachos,
y sus brindis, sus quimeras,
y el cantar de las rameras,
y el desorden bacanal
en la lúgubre capilla
penetran, y carcajadas,
cual de lejos arrojadas
de la mansión infernal.

Y también pronto en son triste
lúgubre voz sonará:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Maldición! al eco infausto
el sentenciado maldijo
la madre que como a hijo
a sus pechos le crió;
y maldijo el mundo todo,
maldijo su suerte impía,
maldijo el aciago día
y la hora en que nació.

II

Serena la luna
alumbra en el cielo,
domina en el suelo
profunda quietud;
ni voces se escuchan,
ni ronco ladrido,
ni tierno quejido
de amante laúd.

Madrid yace envuelto en sueño,
todo al silencio convida,
y el hombre duerme y no cuida
del hombre que va a expirar;
si tal vez piensa en mañana,
ni una vez piensa siquiera
en el mísero que espera
para morir, despertar;

que sin pena ni cuidado
los hombres oyen gritar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

¡Y el juez también en su lecho
duerme en paz! ¡y su dinero
el verdugo placentero
entre sueños cuenta ya!
Tan sólo rompe el silencio
en la sangrienta plazuela
el hombre del mal que vela
un cadalso al levantar.

Loca y confusa la encendida mente,
sueños de angustia y fiebre y devaneo
el alma envuelven del confuso reo,
que inclina al pecho la abatida frente.

Y en sueños
confunde
la muerte,
la vida.
Recuerda
y olvida,
suspira,
respira
con hórrido afán.

Y en un mundo de tinieblas
vaga y siente miedo y frío,
y en su horrible desvarío
palpa en su cuello el dogal;
y cuanto más forcejea,
cuanto más lucha y porfía,
tanto más en su agonía
aprieta el nudo fatal.

Y oye ruido, voces, gentes,
y aquella voz que dirá:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!

O ya libre se contempla,
y el aire puro respira,
y oye de amor que suspira
la mujer que un tiempo amó,
bella y dulce cual solía,
tierna flor de primavera,
el amor del la pradera
que el abril galán mimó.

Y gozoso a verla vuela,
y alcanzarla intenta en vano,
que al tender la ansiosa mano
su esperanza a realizar,
su ilusión la desvanece
de repente el sueño impío,
y halla un cuerpo mudo y frío
y un cadalso en su lugar.

Y oye a su lado en son triste
lúgubre voz resonar:
¡Para hacer bien por el alma
del que van a ajusticiar!



JOSÉ MARÍA ÁLVAREZ





Astarnuz


Algún Dios de amor avía
Cartagena

Como la adormidera del desierto
Juan Arolas

La súbita luz de este conocimiento, surgido en medio del horror,
obró un efecto extraordinario en mí
Henry James




Son cosas que suceden
en los hoteles. Cuando un hombre
llega, aburrido, tira
la chaqueta en la cama, se sirve un vodka, y
con rostro impenetrable
conecta el aparato de la televisión.

Es raro que acontezca
algo notable. Pero
aquella noche -oh ebria la Fortuna-
nada más encenderse,
apareció en pantalla un rostro único,
admirable, perfecto, inteligente,
cómplice.
Me aguardaba
como las panteras acechan a su presa.
Era Sharon Stone.
Me dije: No es posible.
Y contemplé la imbecilidad de aquella película
como cuando recorro el Canal Grande de Venezia,
sin dejar de asombrarme.
No es que uno sea demasiado impresionable.
Le aseguro al lector haber pasado
trances de esta índole, muy altos.
Pero
el gesto y la mirada de la Stone,
son otra cosa. Y
si entonces -y hoy- porque ese rostro,
esa boca, esos ojos, ese gesto
estuviera en mi cama, me pidieran
releer ya nunca a Stendhal, yo aceptara.
Porque gozar a una mujer así
no es placer inferior
ni acaso de otra especie
que escuchar la Misa en sí menor de Bach en Chartres,
que acarician la carne del crepúsculo sobre Istanbul
o que leer a Píndaro en voz alta
desde Delfos. Meter la lengua en esa boca
y recibir la suya, debe ser
¡Dios! como la sacudida en la inteligencia cuando
se lee a Shakespeare o a Borges, o a Nabokov, como
lo que debió sentir Colón
al oler la tierra. Sentir cómo ese cuerpo se abandona al placer,
ver enturbiarse esa mirada,
no es de rango menor
que comprender el Panteón.
Y
hay que ver, todo eso,
con la cantidad de excitantes pensamientos
a que después diera lugar, con lo que ha enriquecido
mi vida y mi memoria,

es algo que sucede, así, sin pretenderlo,
una noche de tantas,
por ir a dar una conferencia en Barcelona,
en una habitación
de hotel, de pronto, como dicen
que veía
Mozart,
o los santos,
a Dios.


FÉLIX DE AZÚA




Soldadesca



Lenín piensa en Finlandia

Las fauces del tigre están llenas de sangre
el hombre libre merca sus lágrimas de plata sus gestos
suena un pistoletazo en el barrio judío
una conciencia más que explota dice el Führer

No tengo carros ni munición ¡aguantad como podáis!
el coronel telegrafista mueve la manivela
pensando en su mujer (una georgiana sentimental)
y el carrusel aquel de Beograd ambos sin pasaporte

Como si hubieran sido higos podridos
la lengua de la hiena está irritada
¿cómo dices que llaman en tu tierra a las mujeres de la vida?
¿y a las que nunca te dejan hacer nada?

Duerme la tarde y oscurece las suaves torres
ciruelas malvas como atacadas por un hielo salvaje
la brigada hace guardia en San Juan de Acre son
como avispas doradas a la luz de un quinqué

Todo esto sucede en Moscú en enero de 1919
cuando por el más largo corredor del Palacio de Invierno
el caballo de Kornilov galopa enfurecido.


ROCÍO MENDOZA BLANCO




Aurora boreal


A ti, sin tilde.

Cuando alguien te mira y mira también las cosas que tú miras, desaparece el terror de las cosas imaginadas.
Ray Loriga



Es tan fácil dormirse en lo decible de tus labios,
en la tormenta de promesas, sueños y ciudades
que proclaman conmigo.

Y divisar un destino que se abre como dos hojas de acero
que han aprendido a talar árboles que lloran,
como las dos partes de una ventana que nos muestra el mundo del otro lado.

Es tan fácil deslizarse en tus brazos,
conjugar la piel,
olvidarnos del tiempo imperfecto.

Y que se nos haga de día en este abrazo
y nos descubran las palabras en silencio.




JUAN BELLO SÁNCHEZ

  


Aprendimos a pronunciar Brooklyn en las películas



aprendimos a pronunciar brooklyn en las películas
a desnudarnos en los asientos traseros de los coches
a esperar el azar en una tirada de dados

aprendimos la serenidad del que fuma un cigarrillo
y la frialdad del que apunta con un revólver

pero también aprendimos a quedarnos solos
a morir a decir sal de mi vista quédate esta noche

que la vida de un hombre se mide por el tamaño
de su sombra
y que marcharse no siempre es lo contrario de quedarse