martes, 18 de mayo de 2021


 

AIXA RAVA

 


 

 

Nieve

 

 

La última vez que toqué la nieve
mis manos recibieron las partículas
minúsculas de aquella otra
que alguna vez odié.
Una bola de nieve es como una bola de cristal:
puedo ver a través las calles blancas
las piernas enterradas hasta la rodilla
los techos cubiertos, las ramas vencidas
las huellas cimbreantes, barrosas
de los autos y camiones.
Puedo ver también las tardes
de juego en casa:
la danza en el living
el montaje en la escalera
mamá que teje y toma mates y nos mira.
Una soledad plomiza entra por las ventanas,
papá está lejos, en el campo
imprime sobre esta misma nieve
la rúbrica de sus borcegos.
La nutria que cuidamos está en mis brazos,
caliente el cuerpo se hincha y retorna,
nos mira hasta que se duerme y la nevisca
se funde con las voces de Sui Generis.
Mis manos aclimatadas se acoplan al fuelle,
la última vez que toqué la nieve
eché en falta ese pelaje denso
por sentirlo otra vez dejé
que me quemara el frío.

 

De: “La luz no se corta como el papel” 

 

 

DANIEL MONTOYA

 

 

 

 

Las tortugas buscan el río

 



Como caballos en una subasta
examinan a los esclavos en el mercado
enfrente de la casa recién alquilada
en la plaza principal de Cumaná.
Su piel brilla por el aceite de coco
que les obligan frotarse en el cuerpo
desnudo y de atlético silencio.
Como caballos en una subasta exploran
con brusquedad sus dientes,
meten los dedos en sus bocas y hurgan
rabiosamente buscando llagas,
buscando secretos o palabras indecibles.
A las mujeres les palmean las nalgas.
A los niños les golpean las piernas
con una vara untada de sangre.

 

Ellos, quietos, dejan hacer.
Cuando el cielo se oscureció, ellos
continuaron de pie, ahí, en silencio;
cuando la tierra tembló (por primera
vez para mí); cuando una lluvia
de meteoritos colmó el cielo de colas
blancas y llameantes; cuando
empacamos los baúles en las barcas
con cuatro mil especímenes vegetales,
ellos siguieron ahí, en silencio.

 

Mientras el caudaloso Casiquiare conecta
el Amazonas y el Orinoco; mientras crecen
los campos de maíz, caña e índigo;
mientras una nube de garzas, flamencos
y patos salvajes sobrevuelan el lago
Valencia al atardecer; mientras las serpientes
de nueve metros se arrastran
en el bosque y las palmeras con flores rojas
y los cangrejos azules y amarillos
son batidos por el mar y por el viento
ellos siguen ahí, de pie, en silencio.

 

No importa que los vendan y vengan otros,
siempre serán los mismos como lo son
las hormigas y las chicharras,
como los son las abejas y los primates.
Siempre serán mujeres, niños y hombres.
Mujeres de nueve años, las más
apetecidas por los traficantes desde los
tiempos de Cristóbal Colón,
o veinteañeras sin críos pero con abundante
leche (y le oprimen con fuerza
las tetas para comprobar los hechos).
Hombres macizos para exprimir
en las plantaciones de plátano y en el campo.
Y niños ágiles para estos vientos.

 

Generación tras generación han estado
aquí, de pie, sin poder seguir su curso,
como esos huevos de tortuga en las playas
del Orinoco que nunca llegan al río:
los misioneros los recogen y elaboran
con ellos finos aceites para iluminar
sus viejas iglesias
atestadas de hongos y termitas.

 

 

FERMÍN VILELA

 

 


 

La carne

 



Ella desconfía del cuerpo
como único aliado en su lucha
por el amor. Entonces baila,
muerde, sueña a lápiz digital
sin esperar nada del otro
más que reconocerse
como quiera reconocerse.

 
La bruma del tiempo
cae para todos igual. Quiebra
la porcelana del orgullo,
canta odas al polvo,
no miente ni engaña.

 
Ella lo sabe. Y me lo dice
con sus ojos de agua blanca,
me lo dice para olvidarnos
de nosotros, aprendiendo
lentamente a confiar en algo
más que no sea la carne.

 

ALEXIS ROMERO

 

 


 

Saldo de mí

 

 

indagué sobre qué diosa o dios
preferiblemente ni griego ni romano
representaba la ternura
con la intención de hacer lo que no hago
orar para pedir

 

que insuflaran verbos de seguridades primeras
para poder escribir versos sin los presentimientos
de los muros que se saben fortalezas o murallas
por poco tiempo

 

probablemente amanezcas con esto
pero dirás vocablos que sólo tú pronuncias
para vaciar de impurezas la boca que nombrará
a los tuyos salidos de mí
cuando pidas a los dioses que alojé en nuestra casa
que le dicten verbos antiguos a la flor
porque es saldo de mí
esta bendición ajena

 

 

MELISSA OLIVARES

 

  


 

4. A la desolación o al Cristo de la Yedra o a la Calle con tu nombre

 



Desbordemos a la carne derramada

en un copo de palabras que no nos solucionan los cobijos en el verano

El cansancio de una cruz morisca

nos ha dejado sin plantas a la vuelta de los metatarsos

es que a todo lo que no alcanzamos le adelantamos un meta

metadolor, metatraición metaenfermedad, metarespiro, metamáscara, metalgia

cuando la única verdad es que no hay una línea ni una cinta que romper

después de ganar

sino una pendiente que nos deja sin respiro y sin los años que teníamos

cuando el aire nos rodeaba al amanecer

y alzábamos nuestras narices para oler los jazmines

y no lo azaroso del azahar que inhalamos para cortar la angustia

de un silencio que no nos repara ni acompaña

con el respiro del otro

El cuerpo del Cristo forma un camino

una carretera sin líneas por la gente que murió entre mis manos

mientras sentía el horror de una eterna cadencia de compases disonantes y punzantes

porque llovía sangre y no venía de tus manos

 

Qué hace un Corpus Cristi sin caminata

sin el daño y las rodillas de señoras buscando la esperanza

que no da el humano sin trascendencia

Qué hace un Corpus Cristi en una calle difuminada con bistros hechos de estepas y zetas bien pronunciadas

dime qué haces en esta calle desolada

que anochece antes que las otras

y que se ha quedado con los gendarmes de fantasmas que alguna vez clamaban

por un abrazo

Los faroles ya no ocultan los amores prohibidos

acompañan a dos normas anormales

cuando un filósofo está más cerca de ti que tus fieles

 

España, aparta de mí esta calle

que me murmuran las veredas

en un vaivén de tres horas mirando la distorsión

de un nuevo Cristo de Yedra que sí me entiende

que sabe que el arte no se hace de palabras

y las palabras no se hacen de ellas mismas

No es azar que una partida de pan no haya ganado

porque veo una torre inundándose de maleza

reclamando tu ascensión y la caída de los dínamos

que esperan cargar con una moralidad hecha

de falsos tejidos imitando la prehispania

Qué piensa hacer un Cristo

con la vida vuelta una cuenta que se dispersa entre granito y cal

para no mostrarse

Tenemos los pies rotos, Señor

¿Cómo lavar eso?,

¿cómo hacer de nuestros cortes

una pasión con horizontes?

Cómo lavas las noches con los libros cerrados

cómo secas la lluvia de la primavera

que abre nuestra yagas en un subir constante hacia una sima ficticia

como si una raíz se desprendiera de nuestras arterias

como si hubieras muerto por algo mejor que esta luz de grillo

acompañándonos en nuestro exilio

porque pusieron nuestras mentes en un tocón muele ganado

por salirnos del redil

 

Detrás del bosque de hiedras dos obreros entierran dos cabezas

rastrillan simulando nervaduras

A dos metros de profundidad

encontraran tu corazón vuelto semilla

lo cubrirán con yedras para protegerlo

dirán que es de ellos

mientras en una torre dos muchachos se aislarán

volveremos al XIII escocés

brotarán más hiedras

un carpintero que puede ser tu padre

cogerá un hacha

cortará las ramas que te cubrían

y no te encontrarán

Los dos chicos llorarán

como dos torres sin rey

por el tiempo de espera

Y entonces lavarás la tierra de todos menos la nuestra,

te cubrirás con ella

Volverás a enterrarte

dirás que no nos entiendes

que sientes las yagas,

tirarás un poco de aire seco

lloverá

alguien quemará el farol en tu calle

matarán la charla de dos árboles

y ese día ya nadie dará contigo

 


ALFREDO HERRERA FLORES

 

 

 

Oración no dicha

 



Quebrados la paz y el crepúsculo,
postergadas la celebración y la herida,
la espada final cumple su promesa:
brillo y santidad.
Lejos la vicaria de la palabra cae en forma de ocaso.
¿A quién dirigirme en mi oración? ¿al mar?
¿a las montañas y su soberbia?
¿a la tumba de mi antepasado?
Mi cabeza enfrenta la duda
y el sonido de un piano inmenso
que ardiente y real se agita cerrándome el paso.

 
Le hablo al aire y el aire escucha
en toda su dimensión.

 

De: “Causas naturales”