viernes, 20 de mayo de 2016


LUIS CERNUDA




No es el amor quien muere...



No es el amor quien muere,
somos nosotros mismos.

Inocencia primera
Abolida en deseo,
Olvido de sí mismo en otro olvido,
Ramas entrelazadas,
¿Por qué vivir si desaparecéis un día?

Sólo vive quien mira
Siempre ante sí los ojos de su aurora,
Sólo vive quien besa
Aquel cuerpo de ángel que el amor levantara.

Fantasmas de la pena,
A lo lejos, los otros,
Los que ese amor perdieron,
Como un recuerdo en sueños,
Recorriendo las tumbas
Otro vacío estrechan.

Por allá van y gimen,
Muertos en pie, vidas tras de la piedra,
Golpeando la impotencia,
Arañando la sombra
Con inútil ternura.
No, no es el amor quien muere.



UMBERTO SENEGAL




Besaremos…



la boca de la ballena que se asfixia,
enredada entre las cuerdas
del arpa azul, donde Merlín ensaya
su más secreto hechizo.
“No hay lenguaje ni palabras,
no es oída su voz. Por toda la tierra
salió su voz, y hasta el extremo del mundo
sus palabras”.



ADELFA MARTÍN





Déjame sola



No me sigas, déjame sola.
Quiero recorrer los pasos
que no tienen principio ni final conocidos

Apenas recuerdo cuando inicié este camino
tan lleno de altibajos y dolores.
Sé que he de elevar el vuelo antes de lo pensado.
Que mi recorrido se acerca a un final desconocido
... pero sin sorpresas.

No me sigas, déjame sola
que este aprendizaje es de uno.
No importa si lastiman
mis plantas las decepciones
o si el áspero camino marque
en mis pies descalzos
ampollas de dudas.
He de seguir yo, por mí misma
sin el auxilio de bastones imaginarios
que me brinden apoyos ficticios

No me sigas, déjame sola
Aún no vislumbro aquello desconocido
que se pierde entre brumas de mi mente
en el fondo del baúl de los recuerdos
donde guardo tesoros de infancia

No me sigas, déjame sola
Pero si acaso vieras que a lo lejos desfallezco
¡corre presuroso! Tal vez, al levantarme,
pueda aún dar unos pasos más
en pos de eso que busco
... y que no puedo recordar...



ANDRÉS FLORIT




Es la tarde ya sin prisa...



Es la tarde ya sin prisa
es la cama blanca que el sol ensucia
una claridad tan real como los dragones de siete cabezas
que me acompañan y me dan fuego
esa lumbre que necesito porque no tengo luz propia
y si vuelan y si eso hacen
me quedo como un viejo artefacto abandonado
flotando oscuro hacia no sé dónde
es mejor volver a la ciudad de todos los días
ahora hay un viento y un aire sin mácula
un amigo me dijo que así era en el Partenón la claridad
pero yo no sé nombrar los dioses
esta habitación tiene las persianas cerradas y no es suficiente                                       
para evitar los rayos que me recuerdan la orfandad
me gustan los viejos artefactos y el polvo que los protege                                                                
de la avería de la velocidad y el desasosiego
variaciones sobre la música de un sueño breve
que silencia las estatuas de la plaza casi vacía
es que un viejo y su radio a pilas
llenan el aire desnudo de palomas
cruza lento y tapa el sol con sus mantas
los pasos duran lo que un tren se demora en regresar
a la estación perdida de los relojes de agua
dibujos con grafito de una fruta viva que el invierno se llevó                                                                                                         
como a las letras de un abecedario cansado de estridencias
sogas tan difíciles de anudar cuando al fin el silencio
así me interno en las tramas que siempre olvido
     porque cada momento desajusta mi memoria
los músculos se estiran y se contraen    eso lo recuerdo
que los dedos teclean y que dejarán de hacerlo
pero el intertanto a veces ahoga como una fiesta de desconocidos                                 
como una llamada que nunca llega a tiempo
tejados al sol como lagartos tan quietos
y esos pinos que tan altos se mueven cuando los veo. 



ANA EMILIA LAHITTE



  
Autorretrato



Me miro en el espejo.

Una mujer avanza
desnuda
sin heridas aparentes.
Es una hembra espléndida
en épocas de celo
tal vez.
Pero ya muerta.

En carne y sombra altiva
despoja sus silencios.
En silencio
un idioma de albatros
la sustenta.

Se yergue luego
intacta
con dignidad de hiedra.
Y asomada
a sus muros
de lumbre y soledades
espera.


MARINA CENTENO




A progreso



Sabe a sal el viento blanquecino
entre las desgreñadas palmeras inclinadas por el tiempo.
El viejo mar. ¡Incansable viajero!
Proveedor de sueños prolongados e inciertos
que dejan estela de espuma en cada brecha que surca el marinero.
Hay en ti un intangible sentimiento de titán invencible y soberbio,
de inquebrantable quietud que surge de tu alma de Hidalgo caballero.
Impávido, transcurre el segundero del reloj para dejar huella en las venas
de tu cuerpo costero….
¡Ay de esas horas gloriosas!,
que en el pecho hicieron mella en forma de dolor y de lamento
aquellas voces iracundas que clamaron sustento.
Te han lacerado el alma los ruegos del servil hipócrita que en la porfía,
sembró la incertidumbre en un pueblo vislumbrado de progreso
al maquillar la faz de tu semblante sacro para teñir de púrpura tu cielo.
Quién escribirá la historia de la muerte al deambular sin rumbo sobre el viento
que azota sin piedad a tu lecho de espuma.
Progreso, te basta el mar, la monotonía del tiempo, la languidez del cielo y las aves
surcando tu silencio…
Te basta la gallardía del faro inmaculado y sereno, con la intrepidez del viento que revierte en sus vericuetos.
Te basta la irreverencia de un pueblo que pide a gritos: ¡¡Progreso!!
Al llorar verdades sobre tu suelo de asfalto negro,
pisoteada la blancura de tu piel costera
el ulular del viento que cada tarde surca
la inmensidad del mar y la impavidez del tiempo.
Las retinas del recuerdo distorsionan las imágenes
y a través de la tempestad brilla el reflejo de la luna sobre el mar,
el navío pesquero acoge con piedad a los luceros
y se ve surcar bandada de aves que al emigrar perdieron el camino del regreso.
En el apocalíptico rumbo de la humanidad fraguada en yerros,
se enreda tu historia entre sus dedos pretendiendo incinerar los triunfos justicieros
que edificaron tu nombre, escrito en el epitafio de un silencio: Progreso.