miércoles, 16 de marzo de 2016


JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO




Secreto



Antes yo no sabía
por qué debemos todos
-día tras día-

seguir siempre adelante
hasta como se dice
que el cuerpo aguante.

Ahora lo sé.
Si te vienes conmigo
te lo diré.


ARMANDO ROMERO


  

Constructor 
              A Jaime García Maffla



Es necesario que diga cómo construí el mundo. Con la tijera mi madre había ido cortando esas trizas de verde que yo plantaba: árboles de una selva que la suerte podía desflorar de un manotazo. Hacer una cascada no era el problema sino el brillo que la consumía. Como ríos navegaba el papel de estaño de los cigarrillos y con el cartón de las cajas se levantaban cerros que el dedo hurgaba en busca de cavernas para las hormigas. Las casas tenían manos como banderas desde las ventanas. Había puesto musgo y epífitas como borrones de tinta entre los campos, y en el cielo ese sol que era el bombi­llo de la sala. Así construí el mundo que podía recorrer de un solo paso, acariciar con la mirada desde mi cuar­to. Así pude vencer el estremecimiento y dar aviso de lobo a los pastores que lo poblaban con sus ovejas de palo.



HÉCTOR DE PAZ



  
Día 5



Con cada norte
azotando implacable
las piedras
del viejo malecón
la obstinada vida
me repite
su estribillo monocorde:

“nunca llegarás
a puerto seguro,

no prestes atención
a cantos de sirenas,

no sigas más
la brújula sin rumbo
de tu corazón,

están ciegos los faros de la noche,

nunca encontrarás
atracadero
ni melodía
ni derrotero
ni luz

sólo existe
un viaje interminable
hasta el fondo”.

  
De: Bitacora de sal tatuada 



CHARLES BAUDELAIRE



  

El balcón



¡Madre de los recuerdos! ¡Reina de los amantes!
Eres todo mi gozo, ¡todo mi yugo eres!
En ti revivirán los íntimos instantes
y el sabor del hogar en los atardeceres,
Madre de los recuerdos, ¡Reina de los Amantes!

Las noches que doraba la crepitante lumbre,
las noches del balcón entre un vaho de rosas,
cuán dulce tu regazo, de ardiente mansedumbre
y el frecuente decirnos inolvidables cosas
en noches que doraba la crepitante lumbre.

¡Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas!
¡Qué profundo el espacio! ¡Qué cordial poderío¡
Inclinado hacia ti, Reina de las amadas,
respiraba el perfume de tu cuerpo bravío.
Oh cuán bellos los soles de las tibias veladas.

En redor espesaba la noche su negrura
y entre ella adivinaban mis ojos tus pupilas,
yo libaba tu aliento. ¡Oh veneno! ¡Oh dulzura!
Y tus pies dormitaban en mis manos tranquilas,
y en redor espesaba la noche su negrura.

¡Es de artistas fijar los minutos del gozo
remirando el ayer sumido en tus rodillas!
¿A qué vano buscar encanto langoroso,
de tu cuerpo y tu alma sino en las maravillas?
Es de artistas fijar los minutos del gozo.

Juramentos, aromas, besos innumerables:
renacerán del vórtice vedado a nuestras sondas
como soles que suben a cielos inefables
después de sumergidos en las amargas ondas?
¡Oh aromas, juramentos! ¡Oh besos incontables!


Versión de Carlos López Narváez

  

ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR



  
Un hombre y una mujer
                                                              ¿Quién ha de ser?
                                                 Un hombre y una mujer
                                                                    Tirso de Molina




Si un hombre y una mujer atraviesan calles que nadie ve
                sino ellos,
calles populares que van a dar al atardecer, al aire,
con un fondo de paisaje nuevo y antiguo más parecido
a una música que a un paisaje;
si un hombre y una mujer hacen salir árboles a su paso,
y dejan encendidas las paredes,
y hacen volver las caras como atraídas por un toque de
                trompeta
o por un desfile multicolor de saltimbanquis;
si cuando un hombre y una mujer atraviesan se detiene
la conversación del barrio,
se refrenan los sillones sobre la acera, caen los llaveros
                de las esquinas,
las respiraciones fatigadas se hacen suspiros:
¿es que el amor cruza tan pocas veces que verlo es motivo
de extrañeza, de sobresalto, de asombro, de nostalgia,
como oír hablar un idioma que acaso alguna vez se ha
                sabido
y del que apenas quedan en las bocas
murmullos y ruinas de murmullos?


SERGIO CORDERO



  
Nosotros
(Carta a mi hija)



Tu madre y yo nos hemos separado y
nos hemos reunido tantas veces
porque no somos justos, mi pequeña,
ni con nosotros mismos ni contigo.

Yo no creo en nada, en nadie. Ella confía
en mí y en todo. Pero su ternura
–si la comparo con la intolerancia
de su torva familia– es un misterio.

¿Cómo explicarte lo que ves en ambos?
Ella me ama porque la desprecian
y yo la quiero porque me soporta,
pero buscamos cosas diferentes.

Dices “mamá” y “papá”, muy convencida:
palabras que no sé qué significan.