sábado, 5 de julio de 2014

KARINA CLAUDIO


 
 

Antalbeto

 

 

Ahogada en verbos
no sé de acciones
exactas
para decirme arquitecta

He intentado maniobrar
las caricias en dos sílabas,
pero su roce
queda corto
ante esta fe calígrafa

Lamo los adjetivos

Digiero las comas

Ahora queda el recuerdo
de una ortografía que me quebranta

Fragmentada,
acudiré al conjuro que
se embucha en la tráquea
intentando extirpar
lo putrefacto

Correré zanjas entrecortadas
en la piel fresca
a ver si el buche
se desangra,
se despide,
me despoja,
trae calma…

 

FRANCISCO RIVERA LIZARDI


 
 

Al recuerdo de tus astros

 
 

Regreso de tus cielos a mi mundo
y te veo tan serena ante mí:
Dueña de la luna y el sol
en tus manos las llaves
del Olimpo añorado.
Diosa de luna llena que brilla al anochecer
resplandeciente.
Ninfa de sol radiante y hermoso
recién nacido alumbramiento en luz de alba.
Atributos radiantes son tus astros
puntos siempre fijos donde sueña
mi atención en ti tan desolada.
Luego de mucho caminar tu ruta
obsesionado
y perseguirte en los caminos sin regreso
para verte resurgir
inalcanzable
en continuos brotes de luz de amaneceres,
apasionado
persigo tu altura en el espacio
donde reinas
y logro rasgar las nubes blancas
que envuelven tu claridad tan luminosa.
Hoy llego a ti.
Por fin al alcance de estas manos
mis manos tuyas
los luceros bellos
que tu resplandor irradian.
Me emociono:
Luz tenue y blanca de suavidad lunar
no dejes nunca
de acariciar tan delicadamente
mi embeleso.
Ni de bañar con tu belleza de luces derramadas
mi cuerpo ilusionado en tu presencia.
Hermoso sol de bello contorno ardiente
ardoroso al tacto de tus rayos
envía los haces de tu calor dorado
para que estos ojos
deslumbrados
se regocijen siempre en ti
y tu prestancia.
Luna y Sol:
astros
que a tan esquiva distancia se me alejan
devuélvanme el aroma y la fragancia,
que hacia mí su cercanía dispersa.
Quiero que mis sueños otra vez me eleven
a la altura distante
tan ansiada
donde busco el infinito en su belleza.
O viviré eternamente deslumbrado
por la luz de amor que ella refulge
o harán que retorne como antes
a la angustiada... desolación
de su recuerdo.

 

 

LUIS PALÉS MATOS


 

Día nublado

 
 

Bajo las nubes plúmbeas y letíferas
Brinca el recuerdo, fugitivo y rancio,
Y en las calmas beatas y somníferas
Palpita una fatiga de cansancio.

Recorta el monte su silueta bruna
En una fiebre mística de asceta,
Pues lejos de Guayama, goza una
Hiperbólica paz de anacoreta.

La conciencia del dombo se ennegrece,
Cual la de un criminal, y desfallece
En la seda de exótico desmayo;

Le nacen al dolor siete raíces,
Y en la pizarra de los cielos grises
Dios escribe su nombre con el rayo.

 

JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ


 

Zoraida

 

En gótica estrecha torre
que el agua del Tajo baña,
y que un peñasco domina,
como lúgubre fantasma
que en triste noche de insomnio
evoca tímida el alma,
sin pajes y sin doncellas,
sin juglares y sin zambras,
separada de Toledo,
gime la bella Zoraida,
porque dejó que en su rostro
fijase ardiente mirada
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el del la blanca garzota,
y la corva cimitarra.

El orgulloso africano
que de insensible hace gala,
y es severo con los hombres
y severo con las damas.

El que desprecia las sedas
y los perfumes de Arabia
el que asiste a los festines
como asiste a las batallas,
y al lado de los caftanes
y las túnicas bordadas,
los encajes y las cintas,
lleva la cota acerada,
lleva la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Mas, ¡ah!, contra amor no valen
las armas mejor templadas,
ni hay guerrero que resista
la fuerza de una mirada
que penetra por los ojos
y se apodera del alma,
y por eso... en los jardines
del palacio de Galiana,
cayó una noche, rendido
de hinojos ante Zoraida
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Nada valió su cariño,
su pasión inmensa, nada.
No se apiadó de su pena
la bellísima Zoraida.

¿Qué le importaba a la hermosa
que la Corte festejaba,
que la amase con delirio
el capitán de la guardia?

Mas iba pasando el tiempo
en dulce apacible calma;
si Zoraida no accedía
ya su altivez no era tanta,
ni tan esquivo su acento
ni tan glacial su mirada,
y por eso... en una torre
que el agua del Tajo baña,
separada de Toledo
gime la bella Zoraida.

Pero es el amor un árbol
de florescencia tan grata,
que al brotar del corazón
nuestra existencia embalsama.
Es un prisma delicado
y a su través, en bonanza,
se ven cruzar de la vida
las dolorosas estancias,
arrulladas dulcemente
al soplo de la esperanza.

Y nada vale la fuerza,
y los obstáculos nada;
no caben ajenas leyes
en el imperio del alma,
porque el amor combatido
y en lucha con la desgracia,
es impetuoso torrente
que al final de su jornada,
al hallar modesto dique
cortando su rauda marcha,
parece duda un momento,
riza la espuma nevada,
en sí mismo se revuelve,
junta sus aguas... y salta.

Así pensaba una noche,
noche lóbrega, enlutada,
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

Y animándose de pronto
su antes lánguida mirada,
por una escala secreta
bajó rápido a la cuadra,
tomó su negro corcel
de los desiertos de Arabia,
y al dejar la población
a todo escape se lanza.

Salvando riscos y peñas
el noble bruto volaba,
y el capitán impaciente
más aguijaba su marcha,
sin detener su carrera
frenética, desalada,
hasta llegar a la torre
que el agua del Tajo baña.

Allí, apoyado en un muro,
fija en la estrecha ventana
una mirada, en que envía
todo el amor de su alma,
y vio la sombra de un bulto
tras la cortina de gasa,
y muriendo de emoción
le dirige estas palabras:

"Luz y encanto de mi vida,
mi bellísima Zoraida,
paloma de blancas plumas,
tórtola que triste cantas.
De Damanhur fresco lirio,
de Ceilán perla preciada,
no me olvides, no me olvides,
hurí que del cielo faltas,
y ten, nevada gacela,
en Dios y en mí confianza.

Yo sé que no necesitas
para amarme, mi Zoraida,
que me presente a tus ojos
cubierto de ricas galas,
pues no se compran con oro
los sentimientos del alma.
Pero ¡ah!, mi bien, que no piensan
como tú los que te guardan.

Mas... le arrancaré al destino,
en generosa demanda,
coronas para tu frente,
perlas para tu garganta,
para tu cintura chales,
y alfombras para tus plantas;
y volveré, vida mía,
pero con riqueza tanta,
que no ofenderá mi orgullo
quien de mis brazos te arranca".

Callóse aquí el caballero,
se agitó la leve gasa,
y asomóse al ajimez
la bellísima Zoraida;
y vio que en negro corcel
sobre Toledo adelanta
el jefe de los donceles,
el capitán de la guardia,
el de la blanca garzota
y la corva cimitarra.

 

 

 

 

JORGE LUIS MORALES




Oidme

 

Nadie espante esta dicha
de crear rosicleres
sobre tumbas ya viejas.
Dejad que el pulso nieve
la sangre en invasión
de los capullos. Vuelen
las piedras que dormitan,
la arena que se muere
de tanto ser llevada
y traída por la suerte.
Nadie espante esta dicha
de huracanar la frente
contra todas las nubes.
¡Cuán hermoso atreverse
a retoñar palabras
que, como rayos, hienden
los pinares del tiempo!
Nadie espante esta dicha
de poder cantar siempre.
Venimos de lo alto,
y nada nos detiene.
Esperad, nos iremos,
que nuestro afán es breve.
Nos aguarda una casa,
y el corazón la enciende.
Nadie espante esta dicha...

 

 

 

 

FRANCISCO MATOS PAOLI


 

Verdor que salta

  

Inminencia, celeste inminencia
de días que son pájaros,
de pájaros que son venas.
Frescas corolas que se imantan
más allá de mi abismo.
Un ritmo aparte que mitiga
la ausencia en que me hallo.
Algo como un dolor
que acorta la distancia del cielo.
Tendré un nuevo ser.
Un ritmo cenital que me hace libre
de todos los augurios de la tierra.
Verdor incontenible.
Verdor que salta hasta alcanzar el triunfo
de lo que ha sido en mí la noche plena.