sábado, 12 de junio de 2021


 

SERGIO GARCÍA CLEMENTE

 

 


 

Perder la capacidad de admirar es un síntoma claro de envejecimiento.

 

JOAO MAIMONA

 


 

agua hipocresía 



líneas tranquilas en crecimiento como

distancias evolucionado. todo lo que busca

el triunfo de las estrellas es quizás

una constelación de preguntas:

mañana vacío tomada

la fuente de la música indescriptible.

inmerecida era prematuro

la felicidad en la hipocresía permanente.

 

 

De: "lugar y origen de la belleza."

 

JEAN ARP

 

 


 El padre, la madre, el hijo, la hija

 

 

El padre se ha colgado
en el lugar del péndulo.
La madre está muda.
La hija está muda.
El hijo está mudo.
Los tres siguen
el tic tac del padre.

La madre es aire.
El padre vuela a través de la madre.
El hijo es uno de los cuervos
de la plaza San Marcos de Venecia.
La hija es una paloma mensajera.

La hija es dulce.
El padre come a la hija.
La madre corta al padre en dos
come una mitad
y ofrece la otra a su hijo.

El hijo es una coma.
La hija no tiene cola ni cabeza.
La madre es un huevo espoleado.
De la boca del padre
penden colas de palabras.

El hijo es una pala rota.
Por eso el padre se ve obligado
a trabajar la tierra
con la lengua.
La madre sigue el ejemplo de Cristóbal Colón.
Camina sobre sus manos desnudas
y atrapa con sus pies desnudos
un huevo de aire tras otro.
La hija repara el desgaste de un eco.

La madre es un cielo gris
y abajo muy abajo se arrastra
un padre de papel secante
cubierto de manchas de tinta,
El hijo es una nube.
Cuando llora llueve.
La hija es una lágrima imberbe.

 

 

Versión de Aldo Pellegrini

 

 

VIVIANA PALETTA

 

 

 

cantata del viudo



Enviuda el ojo que no ve,

el hueso partido.

Un cuerpo inerte y otro, a su lado.

Tiene la caja

sin ruido.

 

Vino el dolor meritorio,

murmura el fantasma del camarada muerto.

Antes su cuerpo no tenía fin,

y ahora está vacío,

y ahora está aquejado.

 

Extranjero de sí,

hunde su perfil en su carne.

 

Pero vimos sobre millares de lucernas

un sol que a todas encendía,

el cielo tachonado de misiles,

la sirena atronadora de la noche.

 

Los cuerpos perdieron su rutina

de amor, su trabajo en el día.

Mastican por nosotros

la estopa y el tabaco mojado.

 

Un cuerpo anidaba otro cuerpo,

y ahora sólo se lame a sí mismo,

atiende a zumbidos de hélice, la sombra

estrecha del tedio.

 

De: “Las naciones hechizadas”. 

 

ESTHER GARBONI

 

 


La lectora

 

 

Nosotras, que cerrábamos

la puerta, a ciegas,

tantas veces mirábamos la lámpara…

Teníamos quince años.

También tuvimos siete

y siempre era la víspera

de cada primavera

para nosotras,

que llegábamos tarde

al verano y a casa.

Cerrábamos la puerta para escribir poemas

sin sangre en las rodillas, en pijama o en bragas,

descalzas, casi siempre, y despeinadas

las más veces. Insomnes soñadoras,

nosotras,

que cerrábamos la puerta

y abríamos los ojos al misterio

de la palabra viva que sacude,

la palabra que azota y que perturba,

la que viste de viernes por la noche

cualquier lunes de invierno en la mañana.

Confundieron a veces

nuestro silencio

con la tristeza; no podía nadie

ser más feliz

que quienes caminábamos

sin mirar nunca al suelo,

pues no se cae aquel

que va sujeto a un libro.

Vosotras que cerrabais la puerta con pestillo,

¿llegasteis a saberlo?, ¿podíais intuirlo?

La poesía era eso.

Éxtasis y dolor.

Nada más pornográfico

que el cálido momento en que subía

al pecho una metáfora.

Yo, pecador, me confieso ante Dios…

Hoy lo sabemos:

crujirán nuestros huesos

cada vez que crezcamos;

con fiebre y a estirones se escribe algún poema.

Y cuando nada quede,

cuando abramos la puerta,

será nuestra palabra, sencilla y descarnada,

el hilo de sutura

que nos ate a la vida.

 

De: “A mano alzada”.

 

FERMÍN VILELA

 

  

 

Gusano de seda

 

Basado en el carácter chino (cán). Su ideograma podría ser el dibujo de un insecto () celestial () pues produce seda.




Que los hilos de tu carne
se enhebren junto a los míos
y desarmen sus castillos del aire.

 
Si pongo atención, siento un gusano
moviéndose entre las ramas y los cables,
entre los hilos dislocados de mi tráquea
que pronuncian, junto a los tuyos,
el pequeño nombre de la seda,
ligera como lo que nunca fuimos.