viernes, 3 de enero de 2025


 

SAITO MOKICHI

 


 

 

El frío de la mañana, la

escarcha en las hojas de

morera, corre el tren,

pronto veré a mi madre.

 

 

SANTIAGO GRIJALVA

 

  

 

Historia 

Para mi abuela

 




¿Recuerdas la bailarina de la abuela,

esa caja repleta de sueños

y una historia de juventud

que siempre fue ajena a tu vivir?

 

Conversar con ella

es viajar al tiempo donde abundaban las hojas en el suelo

y los helados en los niños,

es volver a dormir

detener la sombra de la luna

para

abrazar a todos los perros de la calle que envejecían con nosotros

 

(la caja musical de antiguo laurel

teñido por la sangre que dejaste al ser madre).

 

Solo una historia se te escapa,

pero no es esa

que yo tanto recuerdo.

Y hace muy poco entendí

que el conejo que abrazaba

eligió la libertad

de marcharse

a la espesura

de la montaña,

porque no había

nada más que comer en casa.

 

Pero el mar se escapó de tu memoria,

tal vez porque cuando fuiste a visitarlo,

había decidido la vida

ponerte en el remanso apagado del frío.

 

Abuela, como quisiera tener los ojos azules,

para que en ellos conozcas el mar.

 

 

FLORENCIA ABADI

 


 

 

IV

 



Respecto de las plantas

siento algo distinto en las flores.

 

 

YUAN MEI

 

 

 

 

Camino a T’ien-t’ai

 



Rodeado por mil montañas

solo y sin lugar a dónde ir…

Una vez que llegas sabes que no hay camino para llegar.

Una vez que llegas sabes que no hay modo de irse.

 

 

 

IVÁN CABRERA CARTAYA

 

 

 

 

Al administrador que viene a cobrar sentido

 



Míreme bien.

No tengo nada que ofrecerle.

No conservo billetes ni monedas,

sino deudas e impagos

en los locales públicos,

donde pido constantemente

flores de magnolia

y gladiolos recién sacados de la tumba.

 

¿Ve usted?

Soy sólo el cliente tendencioso

que bautiza los vasos derramados

mientras contempla al viejo camarero

lavar inagotables platos.

 

Lo contemplo y aprendo:

él, lava platos; yo, lavo mis pensamientos

para poder sentir de nuevo

lo que me he olvidado de sentir.

Miro cómo se lustra la vajilla

y vuelvo a la penumbra.

 

La luna de la noche de verano

alimentó durante muchos años

mi sensibilidad; ahora,

la purpúrea muchedumbre

del flamboyán la adorna.

 

¿Comprende?

No tengo nada porque nada es mío.

Alguna vez contemplo

una sonrisa desde una mesa de mármol

o a un cazador de patos que equivoca su presa.

Eso es todo.

 

Creo sinceramente

que en muchas ocasiones no soy más

que una jirafa alzándose hasta hojas imposibles,

o un tigre que ha perdido cada raya

y no puede juntarlas con la cebra.

 

¿Me entiende?

En las calientes noches de verano,

y a la luz de las lámparas,

la corona republicana cae

de la frente del rey

para brillar a solas.

Yo soy igual que esa corona.

 

Ya sabe:

en Alabama siempre te miran a los ojos,

y en San Antonio (Texas) no nos conoce nadie.

El sentido de la alegría,

tal vez, sólo nos lo podría dar

el trébol y la espada, y un poco de ginebra.

 

¿Lo ve?

El viejo camarero

ha terminado su trabajo;

yo, sin embargo, sigo lavando platos siempre,

mientras huye el placer

como un lagarto entre las piedras.

 

Le doy vueltas, medito y

no sé cómo podría darle algo de valor.

La tortuga es paciente, admito

que un cobrador no lo es. Podría

mirar al seductor de caracoles:

él también tiene prisa, y es paciente.

Acepto

que la tristeza llega igual que un buey:

a la luz de la luna,

mientras las lágrimas se secan

en los pómulos de la amante,

y los cangrejos abandonan

conchas que se quedaron muy pequeñas.

 

¿Sabe? Creo que, de cualquier manera,

a lo mejor podría sacar algo:

una oración para la iglesia,

un libro para un dormitorio verde,

un olor cálido y felino…

o simplemente angustia, humillación y angustia:

lo que cultivo en mi terraza sórdida.

 

Pero dejemos este asunto

a un lado por ahora. Dígame,

¿conoce usted las olas de carne reluciente

o el reino del león de Mozambique?

Mi historia de amor con Lucienne

tiene mucho que ver con esas cosas.

 

Ya veo que no sabe de lo que hablo,

pero le prometo que es verdad.

Bueno, perdone lo que he dicho:

nunca prometo nada ni me gusta hacer planes.

Por eso leo poesía y trato,

furiosamente, de escribirla.

 

Sigue sin entenderme,

no, no hace falta que lo admita:

me lo dicen sus gestos. Mire,

soy un turista americano

que duerme en una playa de Tailandia,

y un boxeador libanés

que sueña con vivir en Nueva Orleáns.

 

Eso es todo.

Ahora dejaré

los platos que quedaron sucios

para otra noche.

No, ya sé que usted nunca

podría comprender lo que hago.

 

 

TINA SUÁREZ ROJAS

 

 

 


 

Astro y sombrero

 

Cuando contemplo el cielo

de innumerables luces adornado (…)

            Fray Luis de León 

 



Ilimitado espacio mental el cielo.

¿Serán el paisaje genuino del ser

las galaxias las estrellas los planetas…?

 

El imaginauta contempla el firmamento

desde el cabo cañaveral de sus anhelos;

respira hondo se asume humilde

sube a bordo del más sublime silencio

y proyecta cadencia arriba su naturaleza libérrima.

 

Tiene el imaginauta nociones de lírica relativista

y pues sabe que cielo más cielo más cielo es

inexorablemente cielo hasta el infinito

he aquí que comienza a propagarse

por entre nueve esferas de paz concéntricas.

 

Es hoja sidérea que mece el éter

es la humana metáfora de algún cuerpo celeste

que expande su armonía sobre el verso cosmogónico.

Allá va el imaginauta

va y se aleja y gravita y ya no atiende a coordenadas

es remoto en su osadía.

 

Quizá Houston jamás contara

con él para sus misiones y sin embargo

reverdeciendo los páramos de Marte, rociando

una lluvia de Perseidas constelando la cola de Pegaso

o lustrando un agujero negro

 

habrá un imaginauta, hidalgo de cometas

radiante imaginauta

con pose de astro y sombrero.