"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 9 de febrero de 2025
LINA ALONSO
Chuntaquear
Al
viejo lo abandonaron en un potrero a sus nueve años,
lo
tiraron al páramo con un saco de lana y los mocos pegados al frío.
Dejó
los cuadernos, los Con Permiso y le lanzó una pedrada a la profesora que le
negó la entra- da al colegio.
Huele
a orines, limpie los zapatos, sentenció antes de sacarlo de una oreja.
Huyó
de nuevo al monte y se quedó a dormir entre chamizos hasta que tuvo más edad
para
la
carga, mientras ganaba más altura para el hambre y el quite.
Se
crió como un salvaje y como un salvaje vivió.
De
niña, recuerdo la manías de ese abandono, me enseñó a hacer guaridas con pasto
y ramas secas entre los carrizales,
a
reconocer gorriones y escuchar el merodeo de las chuchas, tenía el tiro para
espichar guargue- rones, para tensar el miedo entre los dientes. Me dejó pistas
para odiarlo, olvidarlo, recurrir al lugar común de matarlo en los poemas,
luego traerlo de vuelta y fundirnos en un abrazo largo.
Un
día me contó que aprendió a chuntaquearle a una vecina las cuajadas que dejaba
colgando cuando pasaba por Viracachá.
Chuntaquear
no existe en el diccionario como lo usaba.
Chuntaquear
era, para él, bajar con una vara la comida de los zarzos.
Se
metía de noche en las fincas y, después de limpiar despensas, se cargaba par
gallinas, no sin antes chuntaquear lo que dejaran en los colgaderos de madera.
Sus
manos de fique, ásperas de costumbres y máquinas,
el
parentesco de sus dedos con la lluvia —siete grados más abajo de lo normal,
hechas para espantar fiebres y delirios—, dejaron, hace años, de enfriarme los
cabellos, los churcos, como les decía.
Con
su muerte se fue Chuntaquear, también se fueron las palabras Sute, Chirlobirlo
y el jugo horrible de Chumbimba. Ahora se dice niño, pájaro y nadie, menos mal,
prepara jugo de arveja.
ANTONIO SOLANO
… y sea la llegada de
un poema
el hecho que nos salve
de la inacción,
del envilecimiento.
Francisco Caro
Hasta
ayer todo era un mundo
tras los párpados.
Saliva de las horas
que enfilaban un aire sin frutos conocidos.
Las palabras soportaban el precio de los días,
de la espera incapaz y fatigada
y de regreso a un arcoíris tapiado de silencios.
Hasta
ayer tan solo,
hasta hace apenas un cangilón de olvidos
miraba a la tristeza como a un ahorcado,
volviendo impreciso el corazón y la memoria
como si maquillando el asco
silenciara el reposo maloliente.
De
pronto, como un gigante oculto,
inscribió su nombre el dolor en el espejo.
Los ojos ebrios del dolor sin los ruidos,
sin la cáscara febril y ensangrentados,
ceñidos de los surcos más indignos
de los que dispone la osadía de un hombre.
Desde
ayer, la multitud acecha tras las cercas.
Extiende sus manos laceradas de miseria
y del hambre de los hijos.
Mira a los ojos como al pan de los altares,
como a la sangre mira de un dios repatriado.
Y es
como ayer que, regresando, muestra
el labio perfecto de la muerte, de la herida
y de la voz de las arengas. El lenguaje muestra
de un horror sin diccionario:
Que
no se oiga el llanto.
Que tan solo el estallido de misiles
sustenten las bocas restañadas;
que vuelvan sus nucas los sumisos al estrépito;
que la casa sea el sepulcro,
que las llamas purguen las escuelas,
que rueden las placentas por el cieno
y la furia germine en las iglesias
Que en los hospitales acechen los presbíteros
con el sacramento de la sangre entre los muslos;
que solo permanezca en pie
el secreto de los úteros sin dueño.
Que engañar no devengue plusvalías
y apiadarse sea una afrenta.
Que los cuerpos de los niños, que las risas,
el aire que incansable les ciñera,
se procesen en las plantas de residuos,
y se abonen después con su extravío
los eriales de cobre y exterminio.
Dormimos.
Después del vino y de la carne
satisfechos de arrogancia,
dormitamos de indiferencia coral,
de desinterés innumerable.
Dormimos;
amamantados, occidentales, comulgados.
Yacemos sobre un lecho liberal,
socialdemócrata y cristiano.
Bebimos
el narcótico
del mismo dios comunista y dominado.
Dormimos,
codiciosos, bronceados,
dormimos
con los pies y el pan sobre la mesa,
con la idiotez omnipresente,
con el horror amodorrado por satélite.
De: “Los motivos del ventrílocuo”
ÁGATA NAVALÓN.
Día 7
Estoy
de nuevo en la Piscina del Oeste
y pienso en todas las ofertas de trabajo y en los besos que no nos damos.
Nos dimos algunos.
Eran
secretos,
eso pensaba.
Pensaba
que los besos nuestros eran secretos porque nadie más podía hacerlos,
y ahora veo en el hueco entre la puerta acristalada y el reloj parado besos
parecidos,
besos de un chico blanco y una chica no blanca.
Decir
blanco es correcto, creo.
Me pregunto si mi hijo —él mismo dice que no es blanco—,
podría llamarlo de otro modo.
Regreso a los besos.
Hoy han colocado altavoces gigantes y un hombre baila entre ellos.
Mi hijo, que no es blanco, lo mira.
Mi hijo, que dice que no es blanco, me dice que no tenga miedo de los hombres
no blancos
jugando a un no parchís en los soportales.
Mi hijo ve que lloro porque he descubierto que los besos no eran secretos,
todos saben hacerlo,
Él no.
Mi hijo no blanco no sabe hacerlo, es todavía un niño. Su amiga le previno.
No soy de esas.
No voy al cine contigo.
Él no lo entendía.
No sabía de los besos y las salas oscuras.
Quería simplemente ir al cine,
como viene a esta piscina,
Piscina del Oeste,
con música de los 90,
besos no secretos,
chicos no blancos.
Y creo,
creo,
que aún te amo.
De: “Piscina del oeste”.
XAVIER RODRÍGUEZ RUERA
El diablo y las campanas
Cambia
la luz. Podrías
absolverla ahora
que tiritan los tigres
atravesados por lanzas
muertas. Podrías
acudir al cristal
y su ojo azul para bruñirlo.
Suplicar al plomo
que custodia las ventanas
para que las figuras
representen verdes
santos, apóstoles, colinas.
De rodillas quejarte sin creer.
Arremeter contra los cálices,
dar puntapiés a las columnas,
desgarrar las cortinas ajadas
que velan un misterio.
Y sin embargo, ¿adónde
irías luego?, ¿dónde,
señalado, esconderías la espada?
¿En qué mazmorra oculta,
en qué sótano incendiado
por el chillido rojo de las ratas
podrías ovillarte hasta morir?
¡Ah! Deja que te acompañe.
Doblan las campanas,
pero
no son por ti.
De: “Las consecuencias”
BLANCA RIESTRA
¿Hubieses
preferido
no bañarte en el río que te enfermó,
en aquel río fresco,
deleitoso?
El río de Alejandro
aquella tarde.
De: “All Things Must Pass”
VICENTE VILLARROCHA
Hoy
para
no sé qué
emocionante
he puesto a sonar un disco negro
de vinilo
giratorio giroscopio
generacional, en fin.
Canta en francés
y no te me quito del pensamiento.
Ne me quitte pas.
De: “Ya no escribo versos por la noche”