martes, 28 de abril de 2015

ANTONIO MACHADO

 


El mar triste



Palpita un mar de acero de olas grises
dentro los toscos murallones roídos
del puerto viejo. Sopla el viento norte
y riza el mar. El triste mar arrulla
una ilusión amarga con sus olas grises.
El viento norte riza el mar, y el mar azota
el murallón del puerto.
Cierra la tarde el horizonte
anubarrado. Sobre el mar de acero
hay un cielo de plomo.
El rojo bergantín es un fantasma
sangriento, sobre el mar, que el mar sacude...
Lúgubre zumba el viento norte y silba triste
en la agria lira de las jarcias recias.
El rojo bergantín es un fantasma
que el viento agita y mece el mar rizado,
el tosco mar rizado de olas grises.

 

 

SALVADOR RUEDA


 

Horas de fuego

  

Quietud, pereza, languidez, sosiego...
un sol desencajado el suelo dora,
y a su valiente luz deslumbradora
que le ha dejado fascinado y ciego.

El mar latino, y andaluz, y griego,
suspira dejos de cadencia mora,
y la jarra gentil que perlas llora
se columpia en la siesta de oro y fuego.

Al rojo blanco la ciudad llamea;
ni una brisa los árboles cimbrea,
arrancándoles lentas melodías.

Y sobre el tono de ascuas del ambiente,
frescas cubren su carmín rïente
en sus rasgadas bocas las sandías.

 

 

 

LUIS G. URBINA


  

A Erigone

 

Deja que llegue a ti, deja que ahonde
como el minero en busca del tesoro,
que en tu alma negra la virtud se esconde
como en el seno de la tierra el oro.

¡Alma sombría, ayer inmaculada!
Tu caída me asombra y me entristece.
¿Qué culpa ha de tener la nieve hollada
si el paso del viajero la ennegrece?

No mereces castigo ni reproche.
Entre los vicios tu virtud descuella;
en el pliegue más negro de la noche
brillará más que la lejana estrella.

La mano aleve que al rosal arranca
su flor más bella, y luego la deshoja;
la que manchó tu vestidura blanca,
la que en los brazos del placer te arroja;

la que apagó en tu frente de azucena
la llama del pudor y la alegría,
y ornó tu sien, marchita por la pena,
con las deshechas flores de la orgía,

es la que al verte desvalida y sola,
te empuja hacia el abismo, sin aliento;
la que tu amor y tu pureza inmola
por el amargo pan del sufrimiento.

Me admiran tus heroicos sacrificios;
me admira que no temas, que no dudes,
y que en la árida roca de los vicios
puedan colgar su nido las virtudes.

Por eso llego a ti... ¿No lo imaginas?
A ver surgir, cual gratas ilusiones,
luz entre sombras, flores entre ruinas,
¡amor entre los muertos corazones!

Vengo a cubrirte de brillantes galas,
a ser tu protección y tu consuelo,
y a desatar tus poderosas alas
¡para que puedas ascender al cielo!

 

 

CHARLES BAUDELAIRE

 

De Spleen e Ideal
 


3. Elevación


Por encima de estanques, por encima de valles,
De montañas y bosques, de mares y de nubes,
Más allá de los soles, más allá de los éteres,
Más allá del confín de estrelladas esferas,

Te desplazas, mi espíritu, con toda agilidad
Y como un nadador que se extasía en las olas,
Alegremente surcas la inmensidad profunda
Con voluptuosidad indecible y viril.

Escápate muy lejos de estos mórbidos miasmas,
Sube a purificarte al aire superior
Y apura, como un noble y divino licor,
La luz clara que inunda los límpidos espacios.

Detrás de los hastíos y los hondos pesares
Que abruman con su peso la neblinosa vida,
¡Feliz aquel que puede con brioso aleteo
Lanzarse hacia los campos luminosos y calmos!

Aquel cuyas ideas, cual si fueran alondras,
Levantan hacia el cielo matutino su vuelo
-¡Que planea sobre todo, y sabe sin esfuerzo,
La lengua de las flores y de las cosas mudas!
 

De: Las flores del mal
(Versiones de Antonio Martínez Sarrión)

 

 

BENJAMÍN PRADO


 

Tiempo muerto

 

Ha sido un día raro. Estás tumbada
junto a mí.
                     Casi puedo escuchar la marea
de la sangre en tu piel
y el deseo que llena tus manos de leones.
Luego, apagas la luz.
                                           La noche salta
como un pez de tu corazón al mío.

Y sin embargo hay algo.
                                                   En realidad
no sé qué es.
                          Pero aquí está.
                                                          Es extraño:
de repente, me digo: -Cada hombre
lleva una pala para cavar su propio Infierno.

Me pregunto qué he visto,
                                                     dónde estaba,
la razón; imagino
la tarde entera: el bar cerca de la autopista,
la ciudad
debajo de la lluvia igual que un barco hundido;
y algo que yo te dije
y algo que tú dijiste: -Si no sabes
por qué lo has hecho, nunca sabrás por qué ha pasado.

Pero no veo nada,
                                      ningún dato,
ninguna relación con el Infierno.
                                                                     Entonces
miro adelante, busco
las palabras que tienen lo que quiero decir.
Y ahí tampoco hay nada:
Hay la azotea roja;
hay el gato que atrapa un pájaro y devora lentamente mis oj0s.

Tú sigues a mi lado.
Tu corazón golpea dentro de la mujer
dormida, igual que un perro ladrándole a las tumbas.
Me pregunto,
después de tantas cosas,
                                                   cuando cada hora quema
su selva entre mis manos,
                                                      me pregunto
qué es lo que sé de ti;
si tal vez, como dice Marianne  Moore, lo importante
de lo que vemos es lo que no vemos.

Y no encuentro respuestas.
                                                         Ni caminos
por qué volver.
                                 Enciendo
una luz,
                 abro el libro,
                                            cierro el balcón.
La noche
se reúne a sí misma, se marcha de nosotros
con su cielo vacío,
con su dios que se lleva
algo de nuestras vidas a su ciudad deshecha.

Abro el libro
mientras que en el tejado se mueve la serpiente
azul del agua
                            y sigues
                                              junto a mí
y por tu corazón se alejan los tambores
y escribo la palabra árbol y en ese árbol
crece
             tranquilamente
la palabra naranja.

De "Todos nosotros"

 

 

MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA


 

En un abanico

 

Pobre verso condenado
a mirar tus labios rojos
y en la lumbre de tus ojos
quererse siempre abrasar.

Colibrí del que se aleja
el mirto que lo provoca
y ve de cerca tu boca
y no la puede besar.