jueves, 25 de julio de 2013

SERGIO MONDRAGÓN




Reino imantado del poema



El lenguaje,
el cuerpo,
el mundo y su paisaje…

El poeta,
sus piruetas,
sus visiones y sus tretas:

en el reino imantado
del poema,
donde todo se ve transfigurado.


De “Hojarasca”



RODOLFO USIGLI





Poema de los treinta años



Palabras
para cubrir mis palabras.
Palabras. Dadme palabras de oro y de cristal y de roca y de tiempo
para cubrir mis palabras muertas, silenciosas desde hace un año.
Flores para mi juventud, palabras rosas para hacerle una corona,
Rosas cortadas en el jardín del silencio.

Hoy cumplí treinta años pero nadie lo sabe en esta ciudad.
Sólo yo y mi sangre. Ni la lluvia ni el silbo del cierzo
que se columpia pesadamente en los cables desde esta mañana.
en este suelo sin sabor de tierra,
asfalto mojado
sin olor y sin vida.
Ni las mujeres que recuerdo –ni las mujeres a quienes no he
olvidado
todavía;
Ni xv, que juega conmigo al amargo juego de la ausencia.
Nadie lo sabe y hoy cumplí treinta años.

Era yo más viejo a los veinte,
cuando llevaba en los hombros las vidas ajenas de mis lecturas
y creía vivirlas
y era la boca de ganso de los novelistas y de los poetas
y era una pequeña luz en el fondo de la claridad suya
que me atribuía y que me pesaba.
¡Era yo tan viejo a los veinte años!
Impersonador gratuito,
al entrar en el consultorio de un médico
parecía yo mejor el médico que el enfermo,
y en las oficinas en que recibía órdenes
con una frente de príncipe de comedia,
mejor el jefe que el empleado
y en mi oración más secreta
mejor el dios que el prosternado suplicante.
Pero era lo divino de la oración más bien que sacrilegio.
Extraño y pueril y oscuro y doloroso todo.

Hoy cumplí treinta años
y no he cambiado aún de curso
y no me he crucificado siquiera en la poesía
para siempre.
Treinta años esperando el conocimiento
y sólo he aprendido a conocer las formas de las nubes
en el cielo de México.
Y estoy solo y a oscuras en mí mismo.
La claridad se ha hecho más grande afuera
pero no encuentro ya esa pequeña luz que era yo.

Vino de la soledad, vino del que no puedo ver vacío mi vaso,
vino que extrae de no sé dónde, en garrafas transparentes hasta
ser invisibles,
una mano sin cuerpo y sin cara,
que me sirve cada minuto más.
Y sobre mí, a lo lejos, arriba, luces
que se meten por los ojos cansados,
que penetran como pequeños cuchillos
en mi carne y devastan mi corazón
con sus reflejos.
La influencia astral de las mujeres,
Fatídica, lejana, imponderable,
cargada de sentido y de signos,
¿qué podrá llevarse ahora de mí?
Quizá me siento joven porque nada poseo ya.

Nada tan puro, tan maravilloso
Como los diamantes que di a tallar a joyeros torpes
    –amigos deshabitados de la amistad,
mujeres en viaje, amores no nacidos.
Las cartas sin objeto y sin respuesta y el tedio
Siempre de pie, de piedra. Y la duda,
el árbol seco de la duda como éstos de New Haven sin hojas en el invierno.
Pero el mar en mi sangre,
subterráneo, submarino, sumergido y oscuro;
el deseo que deshace sus cabellos y alza
sus manos en alargados gritos,
preso entre mis cuatro paredes
cuando quisiera correr los campos y danzar como una joven luz.
¡Que no me desgarren! ¡Que no me desborden!
¡Que no se abran paso destruyendo mis tejidos,
rasgando los duros muros de piel que los circuyen,
explotando mi cabeza en un haz de luces,
viviéndome, viviéndome!
Y los días que esperan, encadenándose unos a otros,
mis prisiones, mis cadenas de tiempo
que arrastro dondequiera y hago sonar
cada vez que mis manos se levantan,
cada vez que mis ojos me buscan en lo alto
o en lo bajo.

Treinta años ya,
Y el misterio de la luz es siempre nuevo en mí:
no sé cómo se abre su pequeña puerta ni he podido romperla.
Y me entra de pronto la angustia de los cigarrillos consumidos,
de las puertas ajenas, cerradas por dentro,
y de las propias mías, cerradas por fuera.
La angustia de las risas de los niños
que juegan en mi cabeza,
entre el lodo de las ambiciones y las cenizas de los sueños
y las formas de los estériles cuerpos poseídos,
cuerpos idos.
La angustia de no recibir nada
que cede ante la angustia más grande de no darme.
De no darme al viento que pasa
ni a la casa que se queda.

Hoy cumplí treinta años.
Y mis sueños y mis recuerdos sin libros
Que los libren de mí –
Y mi cuerpo sin frutos,
Y este cierzo que no es mexicano, que no es mío ni para mí
Y que recibo en la cara
–como dice XV–
como una máscara de hielo,
como otra máscara, más cara
porque la pago con la falsa muerte de la ausencia.

Treinta años,

treinta heridas en mi cuerpo
y todavía no he podido desangrarme
definitivamente en un poema.

Dadme palabras
Para cubrir mis palabras–
Las palabras secretas de un amor,
Las palabras estrellas de un niño
O el silencio. Todo el silencio.
Para cubrir las palabras
de mis treinta años.



MARIO BENEDETTI




El infinito



De un tiempo a esta parte
el infinito
se ha encogido
peligrosamente.


Quién iba a suponer
que segundo a segundo
cada migaja
de su pan sin límites
iba así a despeñarse
como canto rodado
en el abismo.

LUISA CASTRO



  
Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura...



Sobre ti, sobre todo. Sobre lo que es locura,
sobre todo en las mañanas necesarias del deseo,
en los tilos de un amor que se recupera de la desmesura
con un desayuno tardío
y el final de una historia mal mecanografiada de niños de ayer
que aún no se, no sabes, si se han muerte, si van a
comprar la libertad de su poema
o si tienen que vivir
para una madre enferma de naufragios;
la historia siempre interrumpida por la inminencia
del dolor o del placer oscuro de los cuerpos,
la historia siempre interrumpida,
la historia siempre, siempre. Al final
siempre aquella cosa del término y el cierre,
la clausura,
El final.

De "Odisea definitiva"



JUAN LARREA




Montoncitos de desnudez



Islotes de soledad puños de paraíso cerrado
el azul del cielo alumbra mejor que ningún otro síntoma
las relaciones que existen entre mis ojos y los brotes de mujer
cuando la sombra desella el ave que cifra la esperanza del mundo

Pero tú controversia en el verdor
provisto de brazos para vencer la repugnancia de los soñadores
reloj que dosifica el viento de las aventuras
separada de mi cuerpo por una antigua victoria
coronada de rosas iniciativas
por qué piensas que nunca es demasiado tarde
cuando las playas vacilan entre el cielo y sus menudos quehaceres




CARLOS PELLICER




Si junto a ti las horas se apresuran...



Si junto a ti las horas se apresuran
a quedarse en nosotros para siempre,
hoy que tu dulce ausencia me encarcela,
la dispersión del tiempo en mis talones
y en mis oídos y en mis ojos siento.
Yo no sé caminar sino hacia ti,
ni escuchar otra voz que aquella noble
voz que del vaho borde de la dicha
vuela para decirme las palabras
que aguzaron el agua del poema.

¡Decir tu nombre entre palabras vivas
sin que nadie lo escuche!
Y escucharlo yo solo desde el fino
silencio del papel, en la penumbra
que va dejando el lápiz, en las últimas
presencias silenciosas del poema.