domingo, 12 de octubre de 2014

EDUARDO LIZALDE

 

Amor

 

Aman los puercos.
No puede haber más excelente prueba
de que el amor
no es cosa tan extraordinaria.

 

JOSEFINA PLA



Tus manos

 

De las más hondas raíces se me alargan tus manos,
y ascienden por mis venas como cegadas lunas
a desangrar mis sienes hacia el blancor postrero
y tejer en mis ojos su ramazón desnuda.

En mi carne de estío, como en hamaca lenta,
ellas la adolescente de tu placer columpian.
-Tus manos, que no son. Mis años, que ya han sido.
Y un sueño de rodillas tras la palabra muda-.

...Dedos sabios de ritmo, unánimes de gracia.
Cantaban silenciosos la gloria de la curva:
cadera de mujer o contorno de vaso.

Diez espinas de beso que arañan mi garganta,
untadas de agonía las diez pálidas uñas,
yo los llevo en el pecho como ramos de llanto.

 

1939

 

JOSÉ HIERRO

 

Sonetuelo

 

Perro editor. Cien mil veces maldito,
¿qué Luzbel te inspiró la Antología?
Una coroza es lo que merecía
tu idea, pez, hoguera y sanbenito.

Yo dormía hasta ayer como un bendito,
sin pensar en lo mucho que debía.
Ahora, despierto me sorprende el día,
nervioso, calvo, pálido y marchito.

¿Ignoras que quien siembra Antologías
recoge nacionales? ¿No podías
haber estrangulado el pensamiento?

Maldígante legiones de poetas.
Pobre de mí, con miles de pesetas
gravadas con traspasos y descuentos.

 

 

FRANKLIN MIESES BURGOS



Canción de la niña que iba sola

 


Sonó lenta y sin alarde
la ronca voz de una torre.

Por el camino sin nadie
venía un perfume de cobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.

- ¡Oh, linda, te lo diré
ahora que estamos solos;
un redondo mar sin peces
son tus ojos!

-La tarde borda jacintos
de tafetán sobre el cielo.

-¡Si quieres uno, yo puedo
sobre tus trenzas ponerlo!

-No, déjame sin jacintos
lucir así mis cabellos.

-¿Flotando sueltos al viento
como las alas de un cuervo?

-O de un retazo de noche
caído desde los cielos.

-¡Oh, linda, linda, no puedo
con la sombra de tu pelo!

Suena lenta y sin alarde
la ronca voz de una tarde.

Por el camino sin nadie
vino un perfume salobre;
por el camino sin nadie
de la tarde.

 

 

VICENTE ALEIXANDRE



Los besos

 

No te olvides, temprana, de los besos un día.
De los besos alados que a tu boca llegaron.
Un instante pusieron su plumaje encendido
sobre el puro dibujo que se rinde entreabierto.

Te rozaron los dientes. Tú sentiste su bulto,
en tu boca latiendo su celeste plumaje.
Ah, redondo tu labio palpitaba de dicha.
¿Quién no besa esos pájaros cuando llegan, escapan?

Entreabierta tu boca vi tus dientes blanquísimos.
Ah, los picos delgados entre labios se hunden.
Ah, picaron celestes, mientras dulce sentiste
que tu cuerpo ligero, muy ligero, se erguía.


¡Cuán graciosa, cuán fina, cuán esbelta reinabas!
Luz o pájaros llegan, besos puros, plumajes.
Y oscurecen tu rostro con sus alas calientes,
que te rozan, revuelan, mientras ciega tú brillas.

No lo olvides. Felices, mira, van, ahora escapan.
Mira: vuelan, ascienden, el azul los adopta.
Suben altos, dorados. Van calientes, ardiendo.
Gimen, cantan, esplenden. En el cielo deliran.

 

 

 

SALVADOR DÍAZ MIRÓN

 

El arroyo

 

No descansas jamás... y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro...
¡Yo también como tú corro y murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo, por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!
Tú pasas como sombra por el suelo,
siempre en eterno viaje;
vas a la mar con incesante anhelo,
vienes del cielo en volador celaje
y en un rayo de sol vuelves al cielo.
¡Yo voy... ¿dónde? No sé... voy arrastrando
mi fe perdida y mi esperanza trunca,
sombra de un alma entre la luz temblando
y sin poder iluminarse nunca!
Tú cumples con pasar... Yo, si te imito,
no cumplo con vivir... por eso lloro,
y en el infierno de mi afán me agito
cuando ilumina con visiones de oro
las sombras de mi lecho, el infinito.
¡En mi delirio ardiente
sueño a mis pies el pedestal: la gloria
me envuelve con su luz, y mi alma siente
el fuego del aplauso en la memoria
y la frialdad del túmulo en la frente!
¡Y luego, al despertar de mi locura,
al volver de mi ardiente desvarío,
desesperado en realidad oscura
y agonizante de dolor, me río!

Mas ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;
el aura guarda para ti su anhelo
si la borrasca en mi cerebro zumba...
¡Tú eres surco de cielo
y yo surco de tumba!
¡A veces me imagino que en tu arrullo
la voz de un ángel invisible canta;
a veces me imagino que en mi orgullo
la eternidad del genio se levanta!
Delirios, ilusión de mis querellas,
el último eco morirá en mi lira.
¡Yo paso como tú, fingiendo estrellas,
átomo pensador que a todo aspira!
Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!
¡Para qué tanto afán, si en ese abismo
de tinieblas polares, en la muerte,
se ha de abismar el pensamiento mismo!
¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia
divinizada la impotente duda,
y en el labio entreabierto de la ciencia
una palabra muda!

¡Oh gentil arroyuelo cristalino!
Quisiera, en tu camino,
ser una flor abandonada y sola;
rambla de arena en tu brillante cauce,
sombra de un cisne, atravesar en tu ola,
o en tu orilla temblar, sombra de un sauce;
yo quisiera ser tu brisa lisonjera,
ser no más una gota de tu lodo,
un eco de tu voz... porque quisiera,
menos alma que piensa, serlo todo!