lunes, 31 de marzo de 2014

EMILIO PRADOS


 
Aparente quietud


 
Aparente quietud ante tus ojos,
aquí, esta herida
no hay ajenos límites,
hoy es el fiel de tu equilibrio estable.
La herida es tuya, el cuerpo en que está abierta
es tuyo, aun yerto y lívido. Ven, toca,
baja, más cerca. ¿Acaso ves tu origen
entrando por tus ojos a esta parte
contraria de la vida? ¿Qué has hallado?
¿Algo que no sea tuyo en permanencia?
Tira tu daga. Tira tus sentidos.
Dentro de ti te engendra lo que has dado,
fue tuyo y siempre es acción continua.
Esta herida es testigo: nadie ha muerto.

JOSÉ ZORRILLA Y MORAL




Vuelta a la patria


 

I. En la frontera


-¿Estamos ya en la frontera?
-El tiro de este relevo
Es ya español. -¡Pues afuera!
-¿Qué va usté a hace? -La primera
Canción que a mi patria debo.


¡España! ¡Te vuelvo a ver!
Dios tan lejos me hizo ir,
Que temí nunca volver.
Si hoy no me mata el placer
No debo nunca morir.


¡Dame tu tierra a besar;
Y puesto en ella de hinojos,
Déjame dejar de brotar
Las lágrimas de mis ojos
Y a Dios un momento orar!


Deja que a pleno pulmón
Aspire voraz tu ambiente,
Aunque en tal aspiración
Dilatándose reviente
De placer mi corazón.


¡España del alma mía!
Sin orar a Dios por ti
No he pasado un solo día:
¿Quién sabe si todavía
Te acordarás tú de mí?


Dios me llevó mis pesares
A llorar a tierra extraña;
Ya a través de tierra y mares
Mis lágrimas traigo a España
Convertidas en cantares.


España de mis amores,
Si aún mis cantares ansías,
No quiero que por mi llores:
Para ti tornaré en flores
Todas las lágrimas mías.


¡Dios de España, a quien jamás
Olvidé por donde fui,
Aquí es en donde tú estás:
Aquí es en donde te das
A ver y adorar de mí!


¡Dios, que sabes con qué fe
Diez años hora por hora
La de mi vuelta esperé,
No me abandones ahora
Que pongo en España el pie!


II. ¡Al coche!


¡Bien haya quien grito tal
Me da en español de nuevo!
Ten mi bolsa, mayoral:
Yo en mi patria sólo llevo
Mis versos por capital.


III. En España


¡Patria... de placer venero!
Ya tu aura mi faz orea;
Ya mi oído el son recrea
De tu lengua nacional.
Yo no soy aquí extranjero:
Si no conocen ya al hombre,
Aun fío Dios que mi nombre
No suene al oído mal.


¡Patria! No sé si en mi ausencia
La calumnia me ha mordido:
Yo vuelvo como he partido,
Hijo leal para ti.
Maestro en la gaya ciencia,
De los pueblos asombro,
Solo, y el laúd al hombro,
Tu gloria a cantar me fui.


Siempre en plazas y en palacios,
En teatros y salones,
Mis primeras impresiones
Me acusaron de español;
Cual poeta y hombre, a espacios
En mi vida hay malo y bueno:
Español, puedo sereno
Enseñar mi faz al sol.


Si te dicen que amor tengo
A un pueblo antes tu enemigo,
No lo fue para conmigo
Y yo le debo lealtad.
De tu sangre hidalga vengo;
No he de ser jamás ingrato
Con quien fiel me dio buen trato
Y franca hospitalidad.


Si te dicen que dependo
De extranjero soberano,
Me tendió leal su mano,
Me trató de igual a igual.
Yo me doy y no me vendo:
Él lo sabe y él lo estima;
De fe en prenda, llevo encima
Coronada su inicial.


Yo he nacido castellano;
Mas doquiera que me he visto,
Soy cristiano, y como Cristo
Prediqué fraternidad.
Todo hombre nace mi hermano;
Do llevo mi gaya ciencia,
La fe llevo en la conciencia
Y en la lengua la verdad.


Fénix que anunció mi muerte,
Vengo en mis patrios hogares
De mis últimos cantares
El son postrero a exhalar;
Vengo en un esfuerzo fuerte
De mis postrimeros bríos,
A saludar a los míos,
A hacerme otra vez a la mar.


A mí, a través de las olas,
Llegó el cántico vibrante
De una pléyade brillante
De nuevos poetas mil.
De las letras españolas
Aún mi alma el amor abriga...


Ven a que yo te bendiga
¡Oh pléyade juvenil!
 

¡Con cuan íntima delicia
Gozaba oyendo tu cántico,
Cuando a través del Atlántico
Lograba hasta a mi llegar!
Ven, ven a mí, que es justicia
Que los vates castellanos
Den un apretón de manos
Al que tuvo aquí su hogar.


Que yo os conozca; cercadme:
Yo soy leal; yo soy un viejo
Que sin pesadumbnre dejo
Mi puesto a la juventud.
Mas al llegar, toleradme,
Mi viejo laúd que empuñe,
Y un mal cantar os rasguñe
En mi ya ronco laúd.


Trémula traigo la mano
Y cana la cabellera:
Mas aún traigo la alma entera
Y brío en el corazón,
Y aún puedo, buen castellano,
Lanzar con mi último aliento
Un "¡bravo!" a vuestro talento
Y un "¡viva!" a nuestra nación.

 

 

LUZ MARÍA JIMÉNEZ FARO


 

Yo Soy La Amada
 

Yo soy la amada, amante, soy la amada:
voy andando las horas que separan
mi cuerpo de tu cuerpo
y restañando las frágiles heridas
de huellas que volaron con tu nombre.


Yo soy la amada, amante, soy la amada:
la que brotó salvaje entre tu trigo
y lo tiñó de púrpura,
la que sin darse cuenta
iluminó de pronto tu paisaje,
la que acudió a tu llanto
y en su aljibe
atesoró tus lágrimas.


Yo soy la amada, amante, soy la amada:
la que en silencio mira.
La que te espera.
La que teje sus sueños con tu vida.

 

JOSÉ HIERRO

 

La casa
 

Esta casa no es la que era.
En esta casa había antes
lagartijas, jarras, erizos,
pintores, nubes, madreselvas,
olas plegadas, amapolas,
humo de hogueras...
Esta casa
no es la que era. Fue una caja
de guitarra. Nunca se habló
de fibromas, de porvenires,
de pasados, de lejanías.
Nunca pulsó nadie el bordón
del grave acento: 'nos queremos,
te quiero, me quieres, nos quieren...'


No podíamos ser solemnes,

pues qué hubieran pensado entonces
el gato, con su traje verde,
el galápago, el ratón blanco,
el girasol acromegálico...


Esta casa no es la que era.
Ha empezado a andar, paso a paso.
Va abandonándonos sin prisa.
Si hubiera ardido en pompa, todos
correríamos a salvarnos.
Pero así, nos da tiempo a todo:
a recoger cosas que ahora
advertimos que no existían;
a decirnos adiós, corteses;
a recorrer, indiferentes,
las paredes que tosen, donde
proyectó su sombra la adelfa,
sombra y ceniza de los días.
Esta casa estuvo primero
varada en una playa. Luego
puso proa a azules más hondos.
Cantaba la tripulación.
Nada podían contra ella
las horas y los vendavales.
Pero ahora se disuelve, como
un terrón de azúcar en agua.
Qué pensará el gato feudal
al saber que no tiene alma;
y los ajos, qué pensarán
el domingo los ajos, qué
pensarán el barril de orujo,
el tomillo, el cantueso, cuando
se miren al espejo y vean
su cara cubierta de arrugas.
Qué pensarán cuando se sepan
olvidados de quienes fueron
la prueba de su juventud,
el signo de su eternidad,
el pararrayos de la muerte.


Esta casa no es la que era.
Compasivamente, en la noche,
sigue acunándonos.

PEDRO SALINAS SERRANO


 

Qué pareja tan hermosa esta nuestra

 

Qué pareja tan hermosa
Esta nuestra, contemplado
La mirada de mis ojos,
Y tú, que te estoy mirando.
Todo lo que ignoro yo
Te lo tienes olvidado;
Y ese cantar que me buscan
Las horas, sin encontrarlo,
De la mañana a la noche,
Con blanquísimo estribillo,
Tus olas lo van cantando.
Porque estás hecho de siglos
Me curaste de arrebatos;
Se aprende a mirar en ti
Por tus medidas sin cálculo
-Dos, nada más: día y noche-
Gozosamente despacio.
No quieres tú que te busquen
Los ojos apresurados,
Los que te dicen hermoso
Y luego pasan de largo.
No ven. A ti hay que mirarte
Como te miran los astros,
A sus azules mirandas
Serenamente asomados.
Tú, Lazarillo de ojos,
Llévate a estos míos; guíalos,
Por la aurora, con espumas,
Con nubes, por los ocasos;
Tú solo sabes trazar
Los caminos de tus ámbitos.
Con las señas de la playa,
Avísales de la tierra,
De su sombra, de su engaño.
A tu resplandor me entrego,
Igual que el ciego a la mano;
Se siente tu claridad
Hasta en los ojos cerrados
-Presencia que no se ve-,
Acariciando los párpados.
Por tanta luz tú no puedes
Conducir a nada malo.
Con mi vista, que te mira,
Poco te doy, mucho gano.
Sale de mis ojos, pobre,
Se me marcha por tus campos,
Coge azules, brillos, olas,
Alegrías,
Las dádivas de tu espacio.
Cuando vuelve, vuelve toda
Encendida de regalos.
Reina se siente;
Las dichas
Con que tú la has coronado.
De lo claro que lo enseñas
Qué sencillo es el milagro
Si bien se guarda en los ojos,
Nunca pasa, lo pasado.
¿Conservar
Un amor entre unos brazos?
No. En el aire de los ojos,
Entre el vivir y el recuerdo,
Suelto, flotando,
Se tiene mejor guardado.
Aves de vuelo se vuelan,
Tarde o temprano.
Los ojos son los seguros;
De allí no se van los pájaros.
Lo que se ha mirado así,
Día y día, enamorándolo,
Nunca se pierde,
Porque ya está enamorado.
Míralo aunque se haya ido.
Visto o no visto, contémplalo.
El mirar no tiene fin:
Si ojos hoy se me cerraron
Cuando te raptó la noche,
Mañana se me abrirán,
Cuando el alba te rescate,
Otros ojos más amantes,
Para seguirte mirando.

 

MIGUEL DE UNAMUNO



 


 

¿Por qué esas rosas a que agosta el sol?
¿Por qué esos pajarillos que sin vuelo
Se mueren en plumón?


¿Por qué derrocha el cielo tantas vidas
Que no son de otras nuevas eslabón?
¿Por qué fue dique de tu sangre pura
Tu pobre corazón?


¿Por qué no se mezclaron nuestras sangres
Del amor en la santa comunión?
¿Por qué tú y yo, Teresa de mi alma
No dimos granazón?


¿Por qué, Teresa, y para qué nacimos?
¿Por qué y para qué fuimos los dos?
¿Por qué y para qué es todo nada?
¿Por qué nos hizo Dios?

 

 

 

domingo, 30 de marzo de 2014

EMILIO PRADOS


 

Primavera

 
Cuando era primavera en España:
frente al mar, los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella,
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche.


Cuando era primavera.


Cuando era primavera en España:
junto a la orilla de los ríos,
las grandes mariposas de la luna
fecundaban los cuerpos desnudos
de las muchachas
y los nardos crecían silencios
dentro del corazón
hasta taparnos la garganta.
Cuando era primavera.



Cuando era primavera en España:
todas las playas convergían en un anillo
y el mar sonaba entonces,
como el ojo de un pez sobre la arena,
frente a un cielo más limpio
que la paz de una nave, sin viento, en su pupila.
Cuando era primavera.


Cuando era primavera en España:
los olivos temblaban
adormecidos bajo la sangre azul del día,
mientras que el sol rodaba
desde la piel tan limpia de los toros,
al terrón en barbecho
recién movido por la lengua caliente de la azada
Cuando era primavera.


Cuando era primavera en España:
los cerezos en flor
se clavaban de un golpe contra el sueño
y los labios crecían
como la espuma en celo de una aurora,
hasta dejarse nuestro cuerpo a su espalda,
igual que el agua humilde
de un arroyo que empieza.


Cuando era primavera.


Cuando era primavera en España:
todos los hombres olvidaban su muerte
y se tendían confiados, juntos, sobre la tierra
hasta olvidarse el tiempo
y el corazón tan débil por el que ardían.
Cuando era primavera.


Cuando era primavera en España:
yo buscaba en el cielo.
yo buscaba
las huellas tan antiguas
de mis primeras lágrimas
y todas las estrellas levantaban mi cuerpo
siempre tendido en una misma arena,
al igual que el perfume, tan lento,
nocturno, de las magnolias.
Cuando era primavera.


Pero, ¡ay!, tan sólo
cuando era primavera en España.
Solamente en España,
antes, cuando era primavera.

 

JOSÉ ZORRILLA

 

 

I


Entre pardos nubarrones
Pasando la blanca luna,
Con resplandor fugitivo,
La baja tierra no alumbra.
La brisa con frescas alas
Juguetona no murmura,
Y las veletas no giran
Entre la cruz y la cúpula.
Tal vez un pálido rayo
La opaca atmósfera cruza,
Y unas en otras las sombras
Confundidas se dibujan.
Las almenas de las torres
Un momento se columbran,
Como lanzas de soldados
Apostados en la altura.
Reverberan los cristales
La trémula llama turbia,
Y un instante entre las rocas
Riela la fuente oculta.
Los álamos de la Vega
Parecen en la espesura
De fantasmas apiñados
Medrosa y gigante turba;
Y alguna vez desprendida
Gotea pesada lluvia,
Que no despierta a quien duerme,
Ni a quien medita importuna.
Yace Toledo en el sueño
Entre las sombras confusa,
Y el Tajo a sus pies pasando
Con pardas ondas lo arrulla.
El monótono murmullo
Sonar perdido se escucha,
cual si por las hondas calles
Hirviera del mar la espuma.
¡Qué dulce es dormir en calma
Cuando a lo lejos susurran
Los álamos que se mecen,
Las aguas que se derrumban!
Se sueñan bellos fantasmas
Que el sueño del triste endulzan,
Y en tanto que sueña el triste,
No le aqueja su amargura.
Tan en calma y tan sombría
Como la noche que enluta
La esquina en que desemboca
Una callejuela oculta,
Se ve de un hombre que guarda
La vigilante figura,
Y tan a la sombra vela
Que entre las sombras se ofusca.
Frente por frente a sus ojos
Un balcón a poca altura
Deja escapar por los vidrios
La luz que dentro le alumbra;
Mas ni en el claro aposento,
Ni en la callejuela oscura
El silencio de la noche
Rumor sospechoso turba.
Pasó así tan largo tiempo,
Que pudiera haberse duda
De si es hombre, o solamente
Mentida ilusión nocturna;
Pero es hombre, y bien se ve,
Porque con planta segura,
Ganando el centro a la calle,
Resuelto y audaz pregunta:
"¿Quién va?", y a corta distancia
El igual compás se escucha
De un caballo que sacude
Las sonoras herraduras.
"¿Quién va?", repite, y cercana
Otra voz menos robusta
Responde: "Un hidalgo, ¡calle!"
Y el paso el bulto apresura,
"Téngase el hidalgo", el hombre
Replica, y la espada empuña.
"Ved más bien si me haréis calle,
Repitieron con mesura,
Que hasta hoy a nadie se tuvo
Iván de Vargas y Acuña."
"Pase el Acuña y perdone",
Dijo el mozo en faz de fuga,
Pues, teniéndose el embozo,
Sopla un silbato y se oculta.
Paró el jinete a una puerta,
Y con precaución difusa
Salió una niña al balcón
Que llama interior alumbra.
"¡Mi padre!", clamó en voz baja,
Y el viejo en la cerradura
Metió la llave pidiendo
A sus gentes que le acudan.
Un negro por ambas bridas,
Tomó la cabalgadura,
Cerróse detrás la puerta
Y quedó la calle muda.
En esto desde el balcón,
Como quien tal acostumbra,
Un mancebo por las rejas
De la calle se asegura.
Asió el brazo al que apostado
Hizo cara a Iván de Acuña,
Y huyeron en el embozo
Velando la catadura.


II


Clara, apacible y serena
Pasa la siguiente tarde,
Y el sol tocando su ocaso
Apaga su luz gigante;
Se ve la imperial Toledo
Dorada por los remates
Como una ciudad de grana
Coronada de cristales.
El Tajo por entre rocas
Sus anchos cimientos lame,
Dibujando en las arenas
Las ondas con que las bate.
Y la ciudad se retrata
En las ondas desiguales,
Como en prendas de que el río
Tan afanoso la bañe.
A lo lejos en la Vega
Tiende galán por sus márgenes,
De sus álamos y huertos
El pintoresco ropaje;
Y porque su altiva gala
Más a los ojos halague,
La salpica con escombros
De castillos y de alcázares.
Un recuerdo en cada piedra
Que toda una historia vale,
Cada colina un secreto
De príncipes o galanes.
Aquí se bañó la hermosa
Por quien dejó un rey culpable
Amor, fama, reino y vida
En manos de musulmanes.
Allí recibió Galiana
A su receloso amante,
En esa cuesta que entonces
Era un plantel de azahares.
Allá por aquella torre
Que hicieron puerta los árabes,
Subió el Cid sobre Babieca
Con su gente y su estandarte.
Más lejos se ve el castillo
De San Servando, o Cervantes,
Donde nada se hizo nunca
Y nada al presente se hace.
A este lado está la almena
Por do sacó vigilante
El Conde Don Peranzules
Al rey, que supo una tarde
Fingir tan tenaz modorra,
Que, político y constante,
Tuvo siempre el brazo quedo
Las palmas al horadarle.
Allí está el circo romano,
Gran cifra de un pueblo grande,
Y aquí la antigua basílica
De bizantinos pilares,
Que oyó en el primer concilio
Las palabras de los Padres
Que velaron por la Iglesia
Perseguida o vacilante.
La sombra en este momento
Tiende sus turbios cendales
Por todas esas memorias
De las pasadas edades;
Y del Cambrón y Bisagra
Los caminos desiguales,
Camino a los toledanos
Hacia las murallas abren.
Los labradores se acercan
Al fuego de sus hogares,
Cargados con sus aperos,
Cargados con sus afanes.
Los ricos y sedentarios
Se tornan con paso grave,
Calado el ancho sombrero,
Abrochados los gabanes;
Y los clérigos y monjes
Y los prelados y abades,
Sacudiendo el leve polvo
De capelos y sayales.
Quédase sólo un mancebo
De impetuosos ademanes,
Que se pasea ocultando
Entre la capa el semblante.
Los que pasan le contemplan
Con decisión de evitarle,
Y él contempla a los que pasan
Como si a alguien aguardase
Los tímidos aceleran
Los pasos al divisarle,
Cual temiendo de seguro
Que les proponga un combate;
Y los valientes le miran
Cual si sintieran dejarle
Sin que libres sus estoques
En riña sonora dancen.
Una mujer, también sola,
Se viene el llano adelante,
La luz del rostro escondida
En tocas y tafetanes.
Mas en lo leve del paso
Y en lo flexible del talle
Puede a través de los velos
Una hermosa adivinarse.
Vase derecha al que aguarda,
Y él al encuentro le sale
Diciendo... cuanto se dicen
En las citas los amantes.
Mas ella, galanterías
Dejando severa aparte,
Así al mancebo interrumpe
En voz decidida y grave:
"Abreviemos de razones,
Diego Martínez; mi padre,
Que un hombre ha entrado en su ausencia
Dentro mi aposento sabe,
Y así quien mancha mi honra
Con la suya me la lave;
O dadme mano de esposo,
O libre de vos dejadme."
Miróla Diego Martínez
Atentamente un instante,
Y echando a su lado el embozo
Repuso palabras tales:
"Dentro de un mes, Inés mía,
Parto a la guerra de Flandes;
Al año estaré de vuelta
Y contigo en los altares.
Honra que yo te desluzca
Con honra mía se lave,
Que por honra vuelven honra
Hidalgos que en honra nacen."
"Júralo", exclama la niña.
"Más que mi palabra vale
No te valdrá un juramento."
"Diego, la palabra es aire."
"¡Vive Dios, que estás tenaz!
Dalo por jurado y baste."
"No me basta; que olvidar
Puedes la palabra en Flandes."
"¡Voto a Dios! ¿Qué más pretendes?"
"Que a los pies de aquella imagen
Lo jures como cristiano
Del Santo Cristo delante."
Vaciló un punto Martínez.
Mas porfiando que jurase,
Llevóle Inés hacia el templo
Que en medio la Vega yace.
Enclavado en un madero,
En duro y postrero trance,
Ceñida la sien de espinas,
Descolorido el semblante,
Veíase allí un crucifijo
Teñido de negra sangre
A quien Toledo devota
Acude hoy en sus azares.
Ante sus plantas divinas
Llegaron ambos amantes,
Y haciendo Inés que Martínez
Los sagrados pies tocase,
Preguntóle
"Diego, ¿juras
A tu vuelta desposarme?
Contestó el mozo:
"¡Sí juro!",
Y ambos del templo se salen.


III


Pasó un día y otro día
Un mes y otro mes pasó,
Y un año pasado había,
Mas de Flandes no volvía
Diego, que a Flandes partió.
Lloraba la bella Inés
Oraba un mes y otro mes
Su vuelta aguardando en vano,
Del crucifijo a los pies
Do puso el galán su mano.
Todas las tardes venía
Después de traspuesto el sol,
Y a Dios llorando pedía
La vuelta del español,
y el español no volvía.
Y siempre al anochecer,
Sin dueña y sin escudero,
En un manto una mujer
El campo salía a ver
Al alto del Miradero.
¡Ay del triste que consume
Su existencia en esperar!
¡Ay del triste que presume
Que el duelo con que él se abrume
Al ausente ha de pesar!
La esperanza es de los cielos
Preciosos y funesto don,
Pues los amantes desvelos
Cambian la esperanza en celos
Que abrasan el corazón.
Si es cierto lo que se espera
Es un consuelo en verdad;
Pero siendo una quimera,
En tan frágil realidad
Quien espera desespera.
Así Inés desesperaba
Sin acabar de esperar,
Y su tez se marchitaba,
Y su llanto se secaba
Para volver a brotar.
En vano a su confesor
Pidió remedio o consejo
Para aliviar su dolor,
Que mal se cura el amor
Con las palabras de un viejo.
En vano a Iván acudía,
Llorosa y desconsolada;
El padre no respondía,
Que la lengua le tenía
Su propia deshonra atada.
Y ambos maldicen su estrella,
Callando el padre severo
Y suspirando la bella,
Porque nació altanero.
Dos años al fin pasaron
En esperar y gemir,
Y las guerras acabaron,
Y los de Flandes tornaron
A sus tierras a vivir.
Pasó un día y otro día,
Un mes y otro mes pasó,
Y el tercer año corría:
Diego a Flandes se partió,
Mas de Flandes no volvía.
Era una tarde serena,
Doraba el sol de Occidente
Del Tajo la Vega amena,
Y apoyada en una almena
Miraba Inés la corriente.
Iban las tranquilas olas
Las riberas azotando
Bajo las murallas solas,
Musgo, espigas y amapolas
Ligeramente doblando.
Algún olmo que escondido
Creció entre la hierba blanda
Sobre las aguas tendido
Se reflejaba perdido
En su cristalina banda.
Y algún ruiseñor colgado
Entre su fresca espesura
Daba al aire embalsamado
Su cántico regalado
Desde la enramada oscura.
Y algún pez con cien colores,
Tornasolada la escama,
Saltaba a besar las flores,
Que exhalan gratos olores
A las puntas de una rama.
Y allá, en el trémulo fondo,
El torreón se dibuja
Como el contorno redondo
Del hueco sombrío y hondo
Que habita nocturna bruja.
Así la niña lloraba
El rigor de su fortuna,
Y así la tarde pasaba
Y al horizonte trepaba
La consoladora luna.
A lo lejos, por el llano,
En confuso remolino,
Vio de hombres tropel lejano
Que en pardo polvo liviano
Dejan envuelto el camino.
Bajó Inés del torreón,
Y llegando recelosa
A las puertas del Cambrón,
Sintió latir zozobrosa
Más inquieto el corazón.
Tan galán como altanero
Dejó ver la escasa luz
Por bajo el arco primero
Un hidalgo caballero
En un caballo andaluz.
Jubón negro acuchillado,
Banda azul, lazo en la hombrera
Y sin pluma al diestro lado,
El sombrero derribado
Tocando con la gorguera.
Bombacho gris guarnecido,
Bota de ante, espuela de oro,
Hierro al cinto suspendido
Y a una cadena prendido
Agudo cuchillo moro.
Vienen tras este jinete
Sobre potros jerezanos
De lanceros hasta siete,
Y en adarga y coselete
Diez peones castellanos.
Asióse a su estribo Inés,
Gritando: "¡Diego, eres tú!"
Y él viéndola de través,
Dijo: "¡Voto a Belcebú,
Que no me acuerdo quién es!"
Dio la triste un alarido
Tal respuesta al escuchar,
Y a poco perdió el sentido,
Sin que más voz ni gemido
Volviera en tierra a exhalar.
Frunciendo ambas dos cejas
Encomendóla a su gente,
Diciendo: "Malditas viejas,
Que a las mozas malamente
Enloquecen con consejas!"
Y aplicando el capitán
A su potro las espuelas,
El rostro a Toledo dan,
Y a trote cruzando van
Las oscuras callejuelas.


IV


Así por sus altos fines
Dispone y permite el cielo
Que puedan mudar al hombre
Fortuna, poder y tiempo.
A Flandes partió Martínez
De soldado aventurero,
Y por su suerte y hazañas
Allí capitán le hicieron.
Según alzaba en honores
Alzábase en pensamientos,
Y tanto ayudó en la guerra
Con su valor y altos hechos,
Que el mismo rey a su vuelta
Le armó en Madrid caballero,
Tomándole a su servicio
Por capitán de lanceros.
Y otro no fue que Martínez
Quien ha poco entró en Toledo,
Tan orgulloso y ufano
Cual salió humilde y pequeño.
Ni es otro a quien se dirige,
Cobrado el conocimiento,
La amorosa Inés de Vargas,
Que vive por él muriendo.
Mas él, que olvidando todo
Olvidó su nombre mesmo,
Puesto que Diego Martínez
Es el capitán Don Diego,
Ni se ablanda a sus caricias
Ni cura de sus lamentos,
Diciendo que son locuras
De gente de poco seso:
Que ni él prometió casarse
Ni pensó jamás en ello.
¡Tanto mudan a los hombres
Fortuna, poder y tiempo!
En vano porfía Inés
Con amenazas y ruegos;
Cuanto más ella importuna
Está Martínez severo.
Abrazada a sus rodillas,
Enmarañado el cabello,
La hermosa niña lloraba
Prosternada por el suelo.
Mas todo empeño era inútil,
Porque el capitán Don Diego
No ha de ser Diego Martínez,
Como lo era en otro tiempo.
Y así, llamando a su gente,
De amor y piedad ajeno,
Mandóles que a Inés llevaran
De grado o de valimiento.
Mas ella, antes que la asieran,
Cesando un punto en su duelo,
Así habló, el rostro lloroso
Hacia Martínez volviendo:
"Contigo se fue mi honra,
Conmigo tu juramento;
Pues buenas prendas son ambas,
En buen fiel las pesaremos."
Y la faz descolorida
En la mantilla envolviendo,
A pasos desatentados
Salióse del aposento.


V


Era entonces de Toledo
Por el rey, gobernador,
El justiciero y valiente
Don Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos años por su patria
El buen viejo peleó;
Cercenado tiene un brazo,
Mas entero el corazón.
La mesa tiene delante,
Los jueces en derredor,
Los corchetes a la puerta
Y en la derecha el bastón.
Está, como presidente
Del tribunal superior,
Entre un dosel y una alfombra,
Reclinado en un sillón,
Escuchando con paciencia
La casi asmática voz
Con que un tétrico escribano
Solfea una apelación.
Los asistentes bostezan
Al murmullo arrullador;
Los jueces, medio dormidos,
Hacen pliegues al ropón;
Los escribanos repasan
Sus pergaminos al sol,
Los corchetes a una moza
Guiñan en un corredor,
Y abajo, en Zocodober
Gritan en discorde son,
Los que en el mercado venden,
Lo vendido y el valor.
Una mujer en tal punto,
En faz de grande aflicción,
Rojos de llorar los ojos,
Ronca de gemir la voz,
Suelto el caballo y el manto,
Tomó plaza en el salón
Diciendo a gritos: "¡Justicia,
Jueces, justicia, señor!"
Y a los pies se arroja humilde
De Don Pedro de Alarcón,
En tanto que los curiosos
Se agitan alrededor.
Alzóla cortés Don Pedro,
Calmando la confusión
Y el tumultuoso murmullo
Que esta escena ocasionó,
Diciendo:
"Mujer, ¿qué quieres?
"Quiero justicia, señor."
"¿De qué?"
"De una prenda hurtada."
"¿Qué prenda?"
"Mi corazón."
"¿Tú lo diste?"
"Lo presté."
"¿Y no te le han vuelto?"
"No."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"¿Y promesa?"
"¡Sí, por Dios!
Que al partirse de Toledo
Un juramento empeñó."
"¿Quién es él?"
"Diego Martínez."
"¿Noble?"
"Y capitán, señor."
"Presentadme al capitán,
Que cumplirá si juró."
Quedó en silencio la sala,
Y a poco en el corredor
Se oyó de botas y espuelas
El acompasado son.
Un portero, levantando
El tapiz, en alta voz
Dijo: "El capitán Don Diego."
Y entró luego en el salón
Diego Martínez, los ojos
Llenos de orgullo y furor.
"¿Sois el capitán Don Diego
-Díjole Don Pedro- vos?"
Contestó altivo y sereno
Diego Martínez:
"Yo soy."
"¿Conocéis a esta muchacha?"
"Ha tres años, salvo error."
"¿Hicisteisla juramento
De ser su marido?
"No."
"¿Juráis no haberlo jurado?"
"Sí, juro."
"Pues id con Dios."
"¡Miente!", clamó Inés llorando
de despecho y de rubor.
"Mujer, ¡piensa lo que dices...!"
"Digo que miente, juró."
"¿Tienes testigos?"
"Ninguno."
"Capitán, idos con Dios,
Y dispensad que acusado
Dudara de vuestro honor."
Tornó Martínez la espalda,
Con brusca satisfacción,
E Inés, que le vio partirse;
Resuelta y firme gritó:
"Llamadle, tengo un testigo;
Llamadle otra vez, señor."
Volvió el capitán Don Diego,
Sentóse Ruiz de Alarcón,
La multitud aquietóse
Y la de Vargas siguió:
"Tengo un testigo a quien nunca
Faltó verdad ni razón."
"¿Quién?"
"Un hombre que de lejos
Nuestras palabras oyó,
Mirándonos desde arriba."
"¿Estaba en algún balcón?"
"No, que estaba en un suplicio
Donde ha tiempo que expiró."
"¿Luego es muerto?"
"No, que vive,"
"Estáis loca, ¡vive Dios!
¿Quién fue?"
"El Cristo de la Vega,
A cuya faz perjuró."
Pusieronse en pie los jueces
Al nombre del Redentor,
Escuchando con asombro
Tan excelsa apelación.
Reinó un profundo silencio
De sorpresa y de pavor,
Y Diego bajó los ojos
De vergüenza y confusión.
Un instante con los jueces
Don Pedro en secreto habló,
Y levantóse diciendo
Con respetuosa voz:
"La ley es ley para todos;
Tu testigo es el mejor,
Mas para tales testigos
No hay más tribunal que Dios.
Haremos... lo que sepamos.
Escribano, al caer el sol
Al Cristo que está en la Vega
Tomaréis declaración."


VI


Es una tarde serena,
Cuya luz tornasolada
Del purpurino horizonte
Blandamente se derrama.
Plácido aroma de flores
Sus hojas plegando exhalan,
Y el céfiro entre perfumes
Mece las trémulas alas.
Brillan abajo en el valle
Con suave rumor las aguas,
Y las aves en la orilla
Despidiendo al día cantan.
Allá por el Miradero
Por el Cambrón y Bisagra,
Confuso tropel de gente
Del Tajo a la Vega baja.
Vienen delante Don Pedro
De Alarcón, Iván de Vargas,
Su hija Inés, los escribanos,
Los corchetes y los guardias;
Y detrás, monjes, hidalgos,
Mozas, chicos y canalla.
Otra turba de curiosos
En la Vega les aguarda,
Cada cual comentariando
El caso según le cuadra.
Entre ellos está Martínez
En apostura bizarra,
Calzadas espuelas de oro,
Valona de encaje blanca,
Bigote a la borgoñesa,
Melena desmelenada,
El sombrero guarnecido
Con cuatro lazos de plata,
Un pie delante del otro,
Y el puño en el de la espada.
Los plebeyos, de reojo,
Le miran de entre las capas,
Los chicos al uniforme
Y las mozas a la cara.
Llegado el gobernador
Y gente que le acompaña,
Entraron todos al claustro
Que iglesia y patio separa.
Encendieron ante el Cristo
Cuatro cirios y una lámpara
Y de hinojos un momento
Le rezaron en voz baja.
Está el Cristo de la Vega
La cruz en tierra posada,
Los pies alzados del suelo
Poco menos de una vara;
Hacia la severa imagen
Un notario se adelanta
De modo que con el rostro
Al pecho santo llegaba.
A un lado tiene a Martínez,
A otro lado a Inés de Vargas,
Detrás al gobernador
Con sus jueces y sus guardias.
Después de leer dos veces
La acusación entablada,
El notario a Jesucristo,
Así demandó en voz alta:
Jesús, Hijo de María,
Ante nos esta mañana,
Citado como testigo
Por boca de Inés de Vargas,
¿Juráis ser cierto que un día
A vuestras divinas plantas
Juró a Inés Diego Martínez
Por su mujer desposarla?
Asida a un brazo desnudo
Una mano atarazada
Vino a posar en los autos
La seca y hendida palma,
Y allá en los aires: "¡Sí, juro!"
Clamó una voz más que humana.
Alzó la turba medrosa
La vista a la imagen santa...
Los labios tenía abiertos
Y una mano desclavada.


Conclusión


Las vanidades del mundo
Renunció allí mismo Inés,
Y espantado de sí propio
Diego Martínez también.
Los escribanos, temblando
Dieron de esta escena fe,
Firmando como testigos
Cuantos hubieron poder.
Fundóse un aniversario
Y una capilla con él,
Y Don Pedro de Alarcón
El altar ordenó hacer,
Donde hasta el tiempo que corre,
Y en cada año una vez,
Con la mano desclavada
El crucifijo se ve.

LUZ MARÍA JIMÉNEZ FARO

 
 
Querida Olga: Tu Voz…
Ódiame por piedad, yo te lo pido,
ódiame sin medida ni clemencia.
Odio quiero yo mejor que indiferencia,
porque solamente se odia lo querido.
 
Querida Olga: tu voz como una algaida contaminaba nuestros corazones y tu boca nos invitaba al odio. Desconocíamos esa feroz pasión multiplicada en víboras porque era nuestro tiempo un sistema solar para la vida. Palabra por palabra sobre la piel caía como un sudario en llamas todo el odio. Todo el odio que puede acumular aquel que ha sucumbido al amor y al filo de su sueño se derrumba todo un volcán de sangre. Pero tu voz seguía como un diluvio ebrio golpeando los tapiales de nuestra adolescencia… aunque no comprendíamos.
Después… odiar. Saber odiar ha sido tan simple y tan normal como vivir, pues ya la vida como una vieja puta nos enseñó a beber en los cálices negros el zumo genital de los chacales. Mas como tú avisabas había algo peor: la indiferencia. Ella es copa de escarcha que la sangre agria y gota a gota va quemando el alma. Y borra la ternura y a la comprensión levanta oscuros muros y a la esperanza con obstinadas sombras amuralla. Anega la inocencia de cenagosas aguas, constriñe la alegría entre escombros de pena. Y no hay cielo ni infierno, sólo cirios que alumbran los despojos de los siete pecados capitales.



JOSÉ HIERRO

 

Trébol

                                        Puesto ya el pie en el estribo
                                        con las ansias de la muerte
                                        mi despedida te escribo...


 
Cuando a vosotros vine de Castilla,
el aire era un dulzor de mieles de higos.
A Castilla me vuelvo, mis amigos,
donde la tierra es seca y amarilla.



Ya perdí tu diaria maravilla,
Norte de amor. Se cierran tus postigos
y vuelvo a mis azules enemigos,
cielo en que germina mi semilla.


Hierro la noche y ya no sé si vivo.
Pongo mi pie de sombra en el estribo.
Golpea el viento al mar, como un ariete.


Y voy con un fantasma en mi costado:
mi trébol de ilusión, encadenado
desde mil novecientos treinta y siete.

 

PEDRO SALINAS SERRANO


 

Ayer te besé en los labios

 

Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
Rojos. Fue un beso tan corto
Que duró más que un relámpago,
Que un milagro, más.
El tiempo,
Después de dártelo
No lo quise para nada
Ya, para nada
Lo había querido antes.
Se empezó en él, se acabó en él.
Hoy estoy besando un beso;
Estoy solo con mis labios.
Los pongo
No en tu boca, no, ya no
-¿A dónde se me ha escapado?-
Los pongo
En el beso que te di
Ayer, en las bocas juntas
Del beso que se besaron.
Y dura este beso más
Que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
Ni una boca lo que beso,
Que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.

MIGUEL DE UNAMUNO


 


 

 

Au fait, se disait-il a lui-même, il parait que
mon destin est de mourir en rêvant.
Stendhal, Le Rouge et le Noir, LXX, "La tranquillité
"

 

Morir soñando, sí, mas si se sueña
Morir, la muerte es sueño; una ventana
Hacia el vacío; no soñar; nirvana;
Del tiempo al fin la eternidad se adueña.


Vivir el día de hoy bajo la enseña
Del ayer deshaciéndose en mañana;
Vivir encadenado a la desgana
¿Es acaso vivir?, ¿y esto qué enseña?


¿Soñar la muerte no es matar el sueño?
¿Vivir el sueño no es matar la vida?
¿A qué poner en ello tanto empeño?:


¿Aprender lo que al punto al fin se olvida
Escudriñando el implacable ceño
-Cielo desierto- del eterno Dueño?
Soy yo, lector, que en ti vibro.

 

 

sábado, 29 de marzo de 2014

EMILIO PRADOS




Rincón de la sangre

 
Tan chico el almoraduj
y… ¡cómo huele!
Tan chico.


De noche, bajo el lucero,
tan chico el almoraduj,
y ¡cómo huele!


Y cuando en la tarde llueve,
¡cómo huele !


Y cuando levanta el sol,
tan chico el almoraduj,
¡cómo huele !


Y ahora que del sueño vivo,
¡cómo huele,
tan chico, el almoraduj!
¡Cómo huele!…
Tan chico.

MIGUEL DE UNAMUNO




Luciérnaga celeste, humilde estrella
De navegante guía: la Boquilla
De la Bocina que a hurtadillas brilla,
Violeta de luz, pobre centella


Del hogar del espacio; ínfima huella
Del paso del Señor; gran maravilla
Que broche del vencejo en la gavilla
De mies de soles, sólo ella los sella.


Era al girar del universo quicio
Basado en nuestra tierra; fiel contraste
Del Hombre Dios y de su sacrificio.


Copérnico, Copérnico, robaste
A la fe humana su más alto oficio
Y diste así con su esperanza al traste.
¿Por qué esos lirios que los hielos matan?

 

JOSÉ ZORRILLA


 

Y al galope de un caballo
Que cogió y montó al azar,
Bufando este soliloquio
El Cid de Burgos se va.


-"¡Tu soberbia me destierra
"Por haberte hecho jurar!
"¿Crees que fuera de tu tierra
"No hay ya tierra en que pisar?
"¿Crees que el mundo se me cierra
"Ni que a mí me has de encerrar?
"¿A mí, que he ido en buena guerra
"Para ti tierra a ganar?


"¡Dios de Dios! ¡La ira me abrasa!
"¿Tierra a mí me ha de faltar...
Y hasta al pájaro que pasa
Da Dios tierra en que posar,
"Y hasta el pez que el agua rasa
"Da Dios aire que aspirar?
"¡Hijosdalgos de mi casa!
"¡A caballo y a campear!


"¡A caballo! Aún hay de moros
"Hartas tierras que ganar,
"Con ciudades y tesoros
"Que podamos conquistar.
"¡A caballo! Aún queda tierra
"En que pueden galopar,
"Sobre buen botín de guerra"
"Los caballos de Vivar.


"Infanzones de la villa
"Donde finca mi solar,
"A Babieca echad la silla,


"De él nos viene el Rey a echar:
"Mas sin miedo y sin mancilla
"Mi perdón podéis sacar.
"¡Fuera, fuera de Castilla.
"Por el Rey los de Vivar!


"Rey ingrato. ¡Dios te guarde!
"Yo te doy mi fe a mostrar;
"Y a mi fe, que cual sol arde,
"Sólo Dios puede apagar.
"¡Quiera Dios que tú más tarde
"De ver no eches, con pesar,
"Que eres ruin y eres cobarde
"Con Ruy Díaz de Vivar!


"¡Dios te guarde de mancilla!
"Yo te voy, Rey, a probar
"Que no tienes en Castilla
"Campeador conmigo par.
"Infanzones en la villa
"De que borra el Rey mi hogar:
"¡Fuera, fuera de Castilla
"por el rey los de Vivar!"


Y el caballo ya jadeando
Y él roja de ira la faz,
Dio el Cid en Vivar, ya noche,
Con asombro de Vivar.

 

PEDRO SALINAS SERRANO


 

Me estoy labrando tu sombra



Me estoy labrando tu sombra.
La tengo ya sin los labios,
Rojos y duros: ardían.
Te los habría besado
Aún mucho más.


Luego te paro los brazos,
Rápidos, largos, nerviosos.
Me ofrecían el camino
Para que yo te estrechara.


Te arranco el color, el bulto.
Te mato el paso. Venías
Derecha a mí. Lo que más
Pena me ha dado, al callártela,
Es tu voz. Densa, tan cálida,
Más palpable que tu cuerpo.
Pero ya iba a traicionarnos.


Así
Mi amor está libre, suelto,
Con tu sombra descarnada.
Y puedo vivir en ti
Sin temor
A lo que yo más deseo,
A tu beso, a tus abrazos.
Estar ya siempre pensando
En los labios, en la voz,
En el cuerpo,
Que yo mismo te arranqué
Para poder, ya sin ellos,
Quererte.


¡Yo, que los quería tanto!
Y estrechar sin fin, sin pena
-Mientras se va inasidera,
Con mi gran amor detrás,
La carne por su camino-
Tu solo cuerpo posible:
Tu dulce cuerpo pensado.

 

LUZ MARÍA JIMÉNEZ FARO

 

Un Ángel Pasa 
 

Rosas con alas en el aire mudas.
Latido sin latido de la sangre.
Relámpago de pura luz sin trueno.
Música que, sin notas, acompaña.
La voz amada sin rumor alguno.
Hay un silencio pleno de alegría…
Y es que ha pasado un ángel.

JOSÉ HIERRO

 

Junto al mar


Si muero, que me pongan desnudo,
desnudo junto al mar.
Serán las aguas grises mi escudo
y no habrá que luchar.



Si muero que me dejen a solas.
El mar es mi jardín.
No puede, quien amaba las olas,
desear otro fin.


Oiré la melodía del viento,
la misteriosa voz.
Será por fin vencido el momento
que siega como hoz.


Que siega pesadumbres. Y cuando
la noche empiece a arder,
Soñando, sollozando, cantando,
yo volveré a nacer.

 

 

viernes, 28 de marzo de 2014

EMILIO PRADOS


 

Sueño
 

Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Alzáronse en el cielo
los nombres confundidos.


Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Nuestros cuerpos quedaron
frente a frente, vacíos.


Te llamé. Me llamaste.
Brotamos como ríos.
Entre nuestros dos cuerpos,
¡qué inolvidable abismo!

MIGUEL DE UNAMUNO


  


 

La mar ciñe a la noche en su regazo
Y la noche a la mar; la luna, ausente;
Se besan en los ojos y en la frente;
Los besos dejan misterioso trazo.
 

Derrítense después en un abrazo,
Tiritan las estrellas con ardiente
Pasión de mero amor, y el alma siente
Que noche y mar se enredan en su lazo.
 

Y se baña en la oscura lejanía
De su germen eterno, de su origen,
Cuando con ella Dios amanecía,
 

Y aunque los necios sabios leyes fijen,
Ve la piedad del alma la anarquía
Y que leyes no son las que nos rigen.
 

Horas serenas del ocaso breve,
Cuando la mar se abraza con el cielo
Y se despierta el inmortal anhelo
Que al fundirse la lumbre, lumbre bebe.
 

Copos perdidos de encendida nieve,
Las estrellas se posan en el suelo
De la noche celeste, y su consuelo
Nos dan piadosas con su brillo leve.
 

Como en concha sutil perla perdida,
Lágrima de las olas gemebundas,
Entre el cielo y la mar sobrecogida
 

El alma cuaja luces moribundas
Y recoge en el lecho de su vida
El poso de sus penas más profundas.

 

JOSÉ ZORRILLA

 




Dejadme que embebido y estático respire
Las auras de este ameno y espléndido pensil.
Dejadme que perdido bajo su sombra gire;
Dejadme entre los brazos del Dauro y del Genil.
Dejadme en esta alfombra mullida de verdura,
Cercado de este ambiente de aromas y fresura,
Al borde de estas fuentes de tazas de marfil.
Dejadme en este alcázar labrado con encajes,
Debajo de este cielo de límpidos celajes,
Encima de estas torres ganadas a Boabdil.


Dejadme de Granada en medio del paraíso
Do el alma siento henchida de poesía ya:
Dejadme hasta que llegue mi término preciso
Y un canto digno de ella la entonaré quizá.
Si, quiero en esta tierra mi lápida mortuoria;
¡Granada!... Tú el santuario de la española gloria:
Tu sierra es blanca tienda que el pabellón te da,
Tus muros son el cerco de un gran jarrón de flores,
Tu vega un chal morisco bordado de colores,
Tus torres son palmeras en que prendido está.


¡Salve, oh ciudad en donde el alba nace
Y donde el sol poniente se reclina:
Donde la niebla en perlas se deshace
Y las perlas en plata cristalina:
Donde la gloria entre laureles yace
Y cuya inmensa antorcha te ilumina;
Santuario del honor, de la fe escudo,
Sacrosanta ciudad, yo te saludo!