"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 24 de enero de 2016
BIBIANA BERNAL
Julieth
y la lluvia
Si algún día vuelvo a morir,
procuraré
hacerlo bajo la lluvia,
hay
tanta compasión en cada gota.
Le
diré a mamá que voy a jugar
con
el aguacero en la cancha de arena.
Ella
pronunciará el mismo no
y yo
aprovecharé el rumor del techo
para
encubrir el sonido de la puerta.
La
sonrisa cómplice de Julieth
estará
al otro lado de la cortina de agua
del
alero de su casa.
En la
ventana, como siempre, su abuela,
con
un cigarrillo en la boca y nicotina en la mirada,
convirtiendo
el humo en niebla.
Si
algún día vuelvo a morir y la muerte me da tiempo,
le
diré a Julieth que no la olvido, que al final,
todos
los saltos nos arrojan al mismo vacío;
que
podemos volver a jugar a la oficina
aunque
ella no vea ya ni juguetes en los libros.
La
llevaré a “los pinos”, donde jugábamos
y nos
escondíamos en las noches.
Si
algún día vuelvo a morir,
y se
va la mujer
y
regresa la niña,
buscaré
a Julieth en la lluvia.
Vamos,
Julieth,
debajo
de la cancha de concreto
están
nuestros días y noches de juego,
nuestra memoria de arena.
LUIS ARMENTA MALPICA
Excavación
del aire
Allá
lejos —Là-bas— hubo una piedra hundida
donde
el aire pareció detenerse.
Un
trozo de basalto —vestigio de cuando los volcanes
eran
los dictadores del reino mineral y las plantas
(todas
desconocidas) peleaban con el humo
por
la tierra—
parecía
milagroso entre la lava ardiendo.
Piedra
mayor que el polvo diamante de lo intacto
se
mojaba de musgo; al aire
ardía.
Con
sus huellas verdosas resbalaba un camino
de
ceniza y de fuego:
escritura
de calcio rupestre y cuneiforme
en
los huesos del aire
la
voz —de primigenia hechura—
se
solidificaba.
Y qué
decía —Là-bas—
que
allá lejos
en el
mundo ficticio de los tiranosaurios
las
migalas intentaron asirla
con
sus dientes.
Cómo
la tradujeron los nuevos celacantos
si
allá lejos —Là-bas—
en
las profundidades
ningún
megalodonte vio el signo
del
basalto.
No
decía nada que pudiera explicarse
sobre
el mundo:
el
hombre no había nacido aún
de la
espina del pez
del
huevo
de la
piedra.
Era
tan solo el aire
presagiando
las alas que vendrían a surcarle
quien
lo buscaba al fondo del basalto.
Era
un aire —Là-bas—
que
viajaba lentísimo: inmóvil
pero
adherido al polvo que iba adquiriendo el humo
al
convertirse
en
roca.
Y no
era piedra
porque
entonces (y más si era basalto)
contuvo
la ceniza —pez óleo volcánico—
de lo
que sería
el
agua.
Así
toda placa tectónica que removió la tierra
fue
bautizada al fuego
bajo
el nombre del aire.
Tuvimos
de esperar que Dios hiciera el agua
para
creer en los peces.
DANIEL FRAGOSO
Contemplo al silencio
desde
la monstruosidad de mis labios,
en la
geografía del lenguaje
el
miedo me interroga:
¿cómo
lograr que la voz
no
sea sólo el canto insensible
de un
río de palabras?
De: Escuela del vértigo
VIOLETA OROZCO
Como
leer una ciudad
Aquél
que no sabe caminar sin mapas
debe aprender a leer ciudades.
Sentir antes que nada,
el llamado de ciertas avenidas
la mirada fija de ciertos callejones,
el imán extraño
de ciertas esquinas escondidas.
Porque la ciudad no es una sola
no es un sitio ni una zona
la ciudad es un espacio
que no cabe en cualquier mano,
se ajusta apenas
a ciertas premoniciones
a ciertas penas, ciertas horas
atardeceres ahogados en las nubes
impreciso hundimiento de ardores,
augurios húmedos, lluvias apagadas
que sienten los que esperan
y la llevan a cuestas
(pues aquél que sabe caminar sin mapas
necesita una ciudad para extraviarse.)
debe aprender a leer ciudades.
Sentir antes que nada,
el llamado de ciertas avenidas
la mirada fija de ciertos callejones,
el imán extraño
de ciertas esquinas escondidas.
Porque la ciudad no es una sola
no es un sitio ni una zona
la ciudad es un espacio
que no cabe en cualquier mano,
se ajusta apenas
a ciertas premoniciones
a ciertas penas, ciertas horas
atardeceres ahogados en las nubes
impreciso hundimiento de ardores,
augurios húmedos, lluvias apagadas
que sienten los que esperan
y la llevan a cuestas
(pues aquél que sabe caminar sin mapas
necesita una ciudad para extraviarse.)
MANUEL LOZANO
Ánimas
Música
triste y de abandono
para los vestigios de un niño muriente
en su lecho de cuarzo rojo;
para las llagas que ahorcan donde el latido
cuando sopla el abandono
como ruinas de la marioneta;
para el abrazo en fuga de su desnudez.
En un brillo hueco te somete la fiebre.
Lo frío babea un teatro desde el hombre:
Tierra madre, tierra vértigo, mendiga tierra
claveteando telarañas
hasta alcanzar el vientre fúnebre del asco.
¿Y la sombra de mi cerebro pagando su hambre
de caliente derrota sin olvido?
Se ensucia la cara con el día
y me hablas de la puerta inocente
que viene desde el fuego.
Se nutre de niebla este escenario,
de lágrimas filosas como uñas desprendidas
de tardanzas, apenas el naufragio.
¿Qué diferencia perdura
de los jóvenes dioses que velaban por ti?
(Alguien sube en la muerte
como ramera enloquecida
a golpear en su grito.)
¿Y a mí qué me reclamaría jaula
en el alto desierto?
Un poco más cerca,
los hijos de amargura venden su transparencia.
¿Y por eso tallas la música
al deseo de las ánimas,
al escalofrío del bosque?
Deja entrar las plumas de tu sangre.
En esta noche hubo esfinge.
para los vestigios de un niño muriente
en su lecho de cuarzo rojo;
para las llagas que ahorcan donde el latido
cuando sopla el abandono
como ruinas de la marioneta;
para el abrazo en fuga de su desnudez.
En un brillo hueco te somete la fiebre.
Lo frío babea un teatro desde el hombre:
Tierra madre, tierra vértigo, mendiga tierra
claveteando telarañas
hasta alcanzar el vientre fúnebre del asco.
¿Y la sombra de mi cerebro pagando su hambre
de caliente derrota sin olvido?
Se ensucia la cara con el día
y me hablas de la puerta inocente
que viene desde el fuego.
Se nutre de niebla este escenario,
de lágrimas filosas como uñas desprendidas
de tardanzas, apenas el naufragio.
¿Qué diferencia perdura
de los jóvenes dioses que velaban por ti?
(Alguien sube en la muerte
como ramera enloquecida
a golpear en su grito.)
¿Y a mí qué me reclamaría jaula
en el alto desierto?
Un poco más cerca,
los hijos de amargura venden su transparencia.
¿Y por eso tallas la música
al deseo de las ánimas,
al escalofrío del bosque?
Deja entrar las plumas de tu sangre.
En esta noche hubo esfinge.
LIVIO RAMÍREZ
Del
cuerpo asesinado
salieron
al final
fieras
y
fieras
flechas
de puro amor
la
luz con garras
buscaban
hombres
nuevos y coléricos
pero
el mundo fue igual
y
murieron rugiendo
De: Arde como fiera
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