viernes, 6 de noviembre de 2020


 

INGEBORG BACHMANN

 

  

 

Una especie de pérdida

 


 

Usados en común: estaciones del año, libros y una música.
Las llaves, los boles de té, la panera, sábanas y una
cama.
Un ajuar de palabras, de gestos, traídos, empleados,
gastados.
Un reglamento de casa observado. Dicho. Hecho. Y
siempre alargada la mano.
De inviernos, de un septeto vienés y de veranos me he 
enamorado.
De mapas, de un poblacho de montaña, de una playa y de una cama.
Con fechas he hecho un culto, promesas he declarado
irrevocables,
he adornado un algo y he sido devota delante de una nada,
(-de un periódico doblado, de las cenizas frías, del
papel con un apunte)
impávida ante la religión, porque la iglesia era esta cama.
De la vista de un lago surgió mi pintura inagotable.
Desde el balcón había que saludar a los pueblos, mis
vecinos.
Junto al fuego de la chimenea, en la seguridad, mi
cabello tenía su color más intenso.
La llamada a la puerta era la alarma para mi alegría.
No te he perdido a ti,
sino al mundo.

  

De: "Invocación a la Osa Mayor" Ediciones Hiperión 2001
Versión de Cacilia Dreymüller y Concha García



JUAN BAUTISTA ARRIAZA

  


 

¡Cuán triste vivir!

 

 

¡Cuán triste vivir!
Morir por la patria,
Vivir en cadenas
¡cuán triste vivir!
Morir por la patria,
¡qué bello morir!

 

Partamos al campo,
que es gloria el partir; 
La trompa guerrera
nos llama a la lid:
La patria oprimida
con ayes sin fin
convoca a sus hijos,
sus ecos oíd.

 

¿Quién es el cobarde,
de sangre tan vil,
que en rabia no siente 
sus penas hervir ?
¿Quién rinde sus sienes
a un yugo servil
viviendo entre esclavos,
odioso vivir ?

 

Placeres, halagos,
quedaos a servir
a pechos indignos
de honor varonil;
que el hierro es quien solo
sabrá redimir
de afrenta al que libre
juró ya vivir.

 

Adiós hijos tiernos 
cual flores de abril;
adiós, dulce lecho
de esposa gentil:
Los brazos, que en llanto
bañáis al partir
sangrientos, con honra,
veréislos venir;
mas tiemble el tirano
del Ebro y del Rhin,
si un astro a los buenos 
protege feliz.

 

Si el hado es adverso,
sabremos morir...
morir por Fernando
y eternos vivir.
Sabrá el suelo patrio
de rosas cubrir
los huesos del fuerte
que expire en la lid:
Mil ecos gloriosos
dirán: "Yace aquí
quien fue su divisa
triunfar o morir".

Vivir en cadenas,
¡Qué bello morir!

 

RÉMY DE GOURMONT

 


 

María

 

 

Dulzura y amargura de los besos
en las barcas del Nilo;
María de Egipto, túnica del sol
y velo azul que rozan los dedos de la noche,
los dedos de la brisa y el deseo,
viajera pobre, errando de un amor a otro amor
en la noche del Nilo enardecida
como una boca joven cuando besa;
María finalmente arrojada por el huracán
en la isla penitente,
María con los labios quemados
por el azufre del Jordán,
María por las arenas, María bajo las palmas,
María entre los leones;
María alimentada siete años
con un pan milagroso,
Santa María, quema nuestros corazones
en el fuego divino.

 

Versión de Eduardo Carranza

 

 

MANUEL MAGALLANES

 

 

 

El vendimiador a su amada

 

 

En los frescos lagares duerme el zumo oloroso
de las uvas maduras. Turbador, amoroso,
es el vapor que sube de los frescos lagares.

 

¡Y tu aliento oloroso como los azahares!

Ayer, cuando en la viña cogías los maduros
racimos, yo observaba los finos, los seguros
perfiles de tus amplias caderas y los llenos
contornos de tus breves y poderosos senos.

 

El sol quemaba el aire, y caía, caía
sobre mí, y en mi alma no sé qué florecía.
Algo en mí germinaba; algo ardiente, algo rudo.

¡Y tus ojos brillantes y tu cuello desnudo!

 

* * *

 

Ayer, cuando en la viña bañada en sol cogías
los racimos maduros, advertí que reías
con una risa nueva. Tus labios se esponjaban
húmedos, deliciosos... Y los míos temblaban.
En torno a ti agrupábanse todas tus compañeras.

 

¡Y la sencilla falda ciñendo tus caderas!

 

* * *

 

Cuando me quedé solo bajo el sol irritante
descubrieron mis ojos aquel bosque distante
de amarillentos álamos. Nunca había advertido
que existiera aquel bello bosque desconocido.

 

Caminando por entre las vides deshojadas,
ahuyentando a mi paso las sonoras bandadas
de los pájaros, fuime hacia aquel bosquecillo.
Como oro al sol brillaba su follaje amarillo.

 

Allí, en aquel boscaje, todo, todo es amable.
Allí las zarzas tejen un muro impenetrable
y se esparcen las hojas por el suelo, formando
como un alfombra de oro. ¡Si supieras qué blando
tapiz es el que forman las hojas amarillas!

 

Allí hay rumor de insectos y cantos de avecillas
pero nada perturba la calma deseada...

 

¡Y tus labios henchidos cual fruta sazonada!

 

* * *

 

Me interné todo trémulo por aquel bosquecillo
y allí oculto, allí estuve hasta que cantó el grillo
¿Por qué te esperé tanto? ¿Por qué creí que irías?

 

* * *

 

Al regreso las sendas todas eran sombrías...

 

LUIS MARRE

  


 

En el laberinto

 



Cuántas veces mi paso se detuvo,
¡oh, Confundida!
y tu rostro busqué en esta oscuridad!
Ahora me detengo solo
para torcer y en tu nombre afirmarte.

 

El hilo de la trama suntuosa destejido
—el hilo que allí fue Rostro o Índice—, rehúso.

 

Esposa fatua,
qué lejano tu olvido del apresto
y la lámpara seca,
para el que no tiene memoria…
Sólo tengo el recuerdo de tu olvido
y desasistimiento en la primera angustia.

 

Sin embargo, te amo todavía:
esta certeza me ha sobrevenido
con la conciencia de mi soledad.

 

Ya no es posible que me vuelva
ni que me sirva de aquel hilo. Cada
paso torcido afirma nuestros nombres
—te amo, te amo todavía—: la Confundida y el Perdido.

MAROSA DI GIORGIO


 

A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar...



A veces, en el trecho de huerta que va desde el hogar 
a la alcoba, se me aparecían los ángeles.
Alguno, quedaba allí de pie, en el aire, como un gallo
blanco -oh, su alarido-, como una llamarada de azucenas
blancas como la nieve o color rosa.
A veces, por los senderos de la huerta, algún ángel me
seguía casi rozándome; su sonrisa y su traje, cotidianos; 
se parecía a algún pariente, a algún vecino (pero, aquel
plumaje gris, siniestro, cayéndole por la espalda 
hasta los suelos...). Otros eran como mariposas negras 
pintadas a la lámpara, a los techos, hasta que un día 
se daban vuelta y les ardía el envés del ala, el pelo, 
un número increíble.
Otros eran diminutos como moscas y violetas e iban
todo el día de aquí para allá y ésos no nos infundían miedo, 
hasta les dejábamos un vasito de miel en el altar.


De: "Historial de las violetas"