En
los frescos lagares duerme el zumo oloroso
de las uvas maduras. Turbador, amoroso,
es el vapor que sube de los frescos lagares.
¡Y
tu aliento oloroso como los azahares!
Ayer,
cuando en la viña cogías los maduros
racimos, yo observaba los finos, los seguros
perfiles de tus amplias caderas y los llenos
contornos de tus breves y poderosos senos.
El
sol quemaba el aire, y caía, caía
sobre mí, y en mi alma no sé qué florecía.
Algo en mí germinaba; algo ardiente, algo rudo.
¡Y tus ojos brillantes y tu cuello desnudo!
* *
*
Ayer,
cuando en la viña bañada en sol cogías
los racimos maduros, advertí que reías
con una risa nueva. Tus labios se esponjaban
húmedos, deliciosos... Y los míos temblaban.
En torno a ti agrupábanse todas tus compañeras.
¡Y
la sencilla falda ciñendo tus caderas!
* *
*
Cuando
me quedé solo bajo el sol irritante
descubrieron mis ojos aquel bosque distante
de amarillentos álamos. Nunca había advertido
que existiera aquel bello bosque desconocido.
Caminando
por entre las vides deshojadas,
ahuyentando a mi paso las sonoras bandadas
de los pájaros, fuime hacia aquel bosquecillo.
Como oro al sol brillaba su follaje amarillo.
Allí,
en aquel boscaje, todo, todo es amable.
Allí las zarzas tejen un muro impenetrable
y se esparcen las hojas por el suelo, formando
como un alfombra de oro. ¡Si supieras qué blando
tapiz es el que forman las hojas amarillas!
Allí
hay rumor de insectos y cantos de avecillas
pero nada perturba la calma deseada...
¡Y
tus labios henchidos cual fruta sazonada!
* *
*
Me
interné todo trémulo por aquel bosquecillo
y allí oculto, allí estuve hasta que cantó el grillo
¿Por qué te esperé tanto? ¿Por qué creí que irías?
* *
*
Al
regreso las sendas todas eran sombrías...
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