jueves, 30 de junio de 2016


ANTONIO MACHADO




Arte poética



Y en toda el alma hay una sola fiesta
tú lo sabrás, Amor sombra florida,
sueño de aroma, y luego... nada; andrajos,
rencor, filosofía.
Roto en tu espejo tu mejor idilio,
Y vuelto ya de espaldas a la vida,
Ha de ser tu oración de la mañana:
¡Oh, para ser ahorcado, hermoso día!




AQUILINO DUQUE




Puertos del Norte

A Meye Maier



¡Las niñas bien de calcetines blancos
en aquellos veranos de trasguerra!
En los jardines de Alderdi Eder
el plumón verde de las casuarinas.

El cine de los martes y domingos
en el Teatro Principal. El Náutico
empavesado a punto de zarpar.
El obsesivo “son de la marimba”.

Los catalejos en los miradores.
Las sirenas pidiendo práctico.
El alto puente del trasbordador
y abajo, las traineras, como galgos marinos.

Entre los barcos que limpiaban fondos
y las parrillas para asar sardinas,
arco iris de escamas y de agua
salada y sucia de petróleo y coque.

El misterioso rayo verde
que nadie nunca llegó a ver
encendía en el fondo de la ría
la falsa aurora de los altos hornos.

En el andén del tren eléctrico
pescaderas de faldas de mahón,
y allende el agua, bajo las acacias,
las niñas bien de calcetines blancos.



ELENA SOTO



  
Arcano II



La Papisa sedente en el recinto del templo

Si consideras aún la virtud mágica del nombre,
y el poder de la palabra que yace hastiado
en el mundo de los dioses.
Te ruego ¡Oh Isis! me arrebates
aquí mismo el nombre y los sentidos.
Arroja del regazo el libro del Arcano,
y con tus manos ya libres sujétame el cabello,
hasta tres veces sumérgeme en el grano,
húndeme el cuerpo hasta el fondo
en la fertilidad fluente de los silos.
Tú que les mostraste el secreto del trigo
condúceme hasta tu otro yo
hasta esa parte siniestra y misteriosa
que ocultas tras tu velo.
Desgarra entre los pliegues tu hierática mirada
para que sea posible la osadía
que yace entre mis brazos.
¡Oh Isis! Hechicera del templo y de las mieses
ayúdame a hollarte con espada de plata.
Yo te prometo la primera gavilla
aquella que se corta con la mano
todavía temblorosa.
Te prometo la guedeja de pelo
que me cubre la nuca.
Pero ¡Oh Isis! no me abandones en las rocas
donde el sonido del viento es tan sólo un gemido.


II

De cómo inlunada vago hasta el recinto del templo

Hermética cual fatum
el agua de las charcas refleja como el cuarzo.
Los perros de la noche aúllan tras las tapias.
La luna zorra astuta me tiende encrucijadas,
me liba con sus rayos recodos del sendero.
A lo lejos ruinas de las torres corroen mis entrañas.
El ansia, Isis, se oculta en cañas del camino,
en cavernas de mi cuerpo desiertas
de tus miembros.
Quizás tras tus ruinas ya se abran las rosas
y la lúrida luna se escorie en las murallas.


III

Donde Isis me enseña la medida del trance

Anoche me visito la Diosa Negra
y os juro que no la esperaba.
Sus cabellos erizaron los míos por un momento.
Sentí de pronto el temible placer de la lujuria.
Su mutación fue lenta
el ébano de sus brazos me aproximó
lentamente hacia sus labios
y el calor de sus labios me acercó
voluptuosamente hacia sus pechos
la turgencia de sus pechos me arrebató
fieramente hacia sus ingles
y el ardor telúrico de sus ingles me llevó
lentamente hasta los tejos.
Fue entonces cuando me hallé perdida en el abismo.
La Diosa Negra me provocó de nuevo
aún después de la agonía,
gemía con aullidos de loba solitaria
buscando la Osa Mayor entre mis dientes.

Movía la lengua sobre el lodo
palpando en la tierra indicios de retorno
porque ella quería tan sólo
que yo conociera el arrebato.


IV

Donde Isis regresa al recinto del templo

Yace ya mi cabeza entre sus muslos
y su mano yerta reposa entre las rocas.
Abismo,
no hay abismo posible tras su manto
Isis me descubrió la medida del trance
el movimiento exacto que lleva el cuerpo a la catársis.
Me enseño la modulación única del aullido
que quiebra
la disposición especial
de las cuerdas vocales para el canto.
Hastiada de cabellos,
Isis me trenzó cual vilorta de avena
y el limo de su voz rodeó mi cintura.
Isis me esperó hasta el día siguiente
en el umbral del templo
me calzó tiernamente las sandalias
Y ocultó mi rostro tras su velo
para que en la visión del valle
no me asaltara la nostalgia.
Ahora Isis es tan sólo el arcano segundo
la papisa sedente
en el recinto del templo.


Del libro "La medida del trance"



ESTHER GIMENEZ



  
Albada



Alguna vez he visto amanecer.
Todos sabéis cómo es: de la negrura
resurge un débil brote sin querer

de luz que el ojo apenas asegura
-si de un color, si de otro, siempre cálido-
que duele, que molesta, que depura

su recién vida, crítico y crisálido,
a punto de quebrársele la pata
al tembloroso cervatillo escuálido.

Se pone en pie, se estira, se dilata...
Mientras, el ojo, ya desperezado,
comienza a reinventar su flor y nata

-color, tono, matiz, significado-
como si no supiera que la luz
nunca ha atendido a Adán ni a su legado.

El Sol confuso alarga la testuz,
se asoma a ver quién mira y nos conoce
aún tras la Tierra-costra-tragaluz

y en confianza nos brinda el primer roce.
¿Quién es padre de quién? Se dice El Hombre
-obtiene de Natura tanto goce

que no queda camino que no alfombre-.
¿Qué sirve de la luz, tautología,
si no tiene perrito que la nombre?

Y el Sol siguió saliendo cada día,
incombustible siempre a nuestros símbolos,
motor casi inmortal de poesía.

Pasando por el forro de los nimbos
cada cantar, si alondra o ruiseñor,
si hacemos desayunos con Pan Bimbo,

si tú, si yo, si bien o mal de amor...
Sin embargo, la ciencia y la costumbre
me obligan a encontrarle al esplendor

un estatismo impropio de su lumbre,
un apagarse lento y sostenido
que no podemos ver desde la cumbre,

que no queremos ver pero es sabido,
se sabe ya seguro, se presiente,
se acabará. Sabéis ya cómo ha sido:
viajante del Oriente al Occidente
mientras captas de él fulgor de vela,
de toda su reacción la suficiente

aletargada luz que nos revela.
Alguna vez he visto algún ocaso.
Sabéis cómo será: deja su estela

la luz; después se va, poeta acaso.




WASHINGTON DELGADO




Un camino equivocado



Un camino equivocado es también un camino
No nos detendremos aunque la muerte nos separe
El cielo ya no es azul ni dorado es el llanto
No nos detendremos el corazón tiene otros ojos
Hay que morir un poco para mirar el día.

Mas antigua que la noche la muerte es una leyenda
Existe un lugar en donde somos dioses
En el centro del día un bello rostro.
Del tiempo de los sueños nada queda
La tristeza es totalmente necesaria
Todo nos conduce a la alegría.

Lo que una vez fue verde nunca muere
Toda vida posee un bello rostro
Un camino equivocado es un camino
Y nada son los días de la muerte.


(Días del corazón, 1957)


MIGUEL GONZÁLEZ GERTH



  
Escalera




Por un caracol de despedida
allora per gli addii scala
las damas van descendiendo
rojo intenso negro
lento malva leve
como el espíritu de Giacomo Balla
barandal vuelta tras vuelta
de hierro cada balaustre
de mármol cada peldaño
y de encaje los sombreros
en escalones volados
sonrisas hilvanan miradas
enaguas de andares como agua
curvas transitan las curvas
curvas subieron y bajan
a tiempo llegarán al fondo
raíz de vida raíz de casa
cuántos pasos en declive
cuántos pisos en redondo
miradas pespuntan risas
desde la altura invisible
allora per gli addii scala
las damas han ido bajando
rojo intenso negro
lento malva leve
desde una abúlica nostalgia
las hemos imaginado