"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 28 de diciembre de 2021
JAVIER VICEDO ALÓS
Dios
sabiéndose
Cuando
yo no soy, o no sueño, el mundo es un papel a la espera de un azote de viento
que lo levante. Sin mí, la insinuación de la luz no existiría porque no
hallaría a quién seducir. La noche es el pretexto para mi soledad, pero soledad
porque yo la quiero; podría no quererla y no habría noches. Yo soy un dios que
no requiere más fieles que él mismo. Soy el mundo, cante o se arrastre.
Pero
a veces, de sólo decirme, traspaso mi discurso y lo desangro: dios sabe de su
imposibilidad.
ROBERTO ARIZMENDI
Cuando
escampe sabré de verdad tu nombre
No
supe sino hasta horas después, con precisión,
que
tu voz era mi luz de asombro, indubitable
y
que el tiempo había detenido su carrera
para
inventar de nuevo cada color del horizonte.
Hubo
una nube de sorpresas.
Luz
de asombro, dije; interrogantes
y
ganas de descubrir los signos de la historia
sin
más limitación que el tacto o la distancia.
Sólo
sabemos las certidumbres de un anhelo
acunado
desde las horas infantiles.
Esa
es la certeza; lo demás es sólo insinuación
ante
la vida, la búsqueda perpetua.
Recorreremos
el mar, inventaremos colores
para
el horizonte nuevo y las incertidumbres.
Nadie
recorre el mundo sin temores
y
cada instante es una vacilación en el signo de los pasos.
Deberemos
aprender a construir de nuevo todo
casa,
certezas, afecto y hasta desesperanzas
para
no entorpecer destinos ni prefiguraciones
y
dejar que el viento diluya todo fardo de soledad y hastío.
Inventaremos
de nuevo el alba, la luz, el arco iris.
Los
senderos son siempre una cruel interrogante.
Cuando
escampe, sabré de verdad tu nombre, el mío,
la
acepción precisa de cada palabra que se anticipe al recuerdo.
De:
“Tu piel en la memoria”
BEATRIZ RUSSO
Blanco
y negro
Si
pudiera ponerle un velo blanco a la noche enlutada
y
vestirla de novia,
no
habría días oscuros que eclipsaran los ojos que aún
lloran
despiertos añorando la calma.
De:
“La caja china”
CHRYSTIAN ZEGARRA
Mantra
(muerte por miedo)
Miedo
Miedo Miedo
Ojos
/ Vacío
Manos
/ Atadura
Lengua
/ Cicatriz
Boca
/ Mordaza
Miedo
Miedo Miedo
OJOS
resplandezcan en este abismo de ceguera
MANOS
deshagan estos nudos de alambre
LENGUA
no lamas esta planicie abaleada
BOCA
esquiva el
puñete hacia la aridez del campo
Miedo
Miedo Miedo
La
suma de todos mis miembros
es
igual al traje que descansa en el respaldo de la silla
y
exhibe sin pudor
costuras
y membranas
como
una máscara que ilumina un cráneo desde adentro
Miedo
Miedo Miedo
Los
órganos vitales se esparcen como vidrio
bajo aguas sin forma
(no
luz no
movimiento no grito)
Y mi
cuerpo recompone pedazos de memoria:
restos
de una imagen animal
que
nace sin voz en el barro
y se
disuelve en una mancha de pólvora y ceniza
Miedo
Miedo Miedo
MATADO
POR EL MIEDO
De:
“Cinema de la crueldad”
ROBERTO COREA TORRES
mirada
es
así de sencillo:
la
luna aparece ciertas noches;
langostinos,
champaña y caviar
se
sirven sobre
mesas
privilegiadas.
Una
flor estalla rojo a la luz del sol,
vientos
de amargura azotan el jardín del despojado.
El
muerto de hambre naufraga en un mar de basura.
Un
cementerio recibe al nuevo difunto (que es el mismo).
La
noticia se vuelve pasado en segundos,
mientras
mariposa
y susurro comparten hueco
y
dos
labios se buscan en algún escondrijo urbano.
De: “Ahora
que ha llovido”
JOSÉ MÁRMOL
Deus
ex machina
Arroja
tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. Arrinconado
está el tridente, una piel de ceniza cubrió las cordilleras. Señor, he aquí
el canto de la luz a ti debida, en la quietud del
mar y discreción tan pura de la noche infinita. He aquí a tu hijo Elfuego,
ardiendo con su tacto la superficie toda y el agua seduciendo con su lengua
dorada. Ved aquí, Señor, su hermanastra Elalba, hierofanta líquida, posesa de
las formas. Ellos narran en su tremendo idioma, las celebraciones, la obediencia,
y el pecado. Arrójanos tú esta vez, Señor, la semilla y el varón de la especie
más sana. No lo anuncies al azar, porque deviene llanto y se alza con el
tibio rumor del pavimento, y otra vez se nos pierde, nos castiga, nos
repudia. Que nadie sino tú, oh Señor, esgrima esta vez el cuchillo del
jifero; madure un acorde cuando la vida cese y la lluvia limpie, sorpresiva,
las caderas uncidas de los copulantes. Arroja tú los dados, Señor, te ha
llegado el turno de lo ineluctable. Despídelos sin miedo de tu anchurosa
mano, porque a los ocho lados de la suerte nada espera, y hacia la muchedumbre
y el desastre apunta el cielo. Arrójalos tú, Señor, te ha llegado el
turno y es ardiente verano.
De:
“Deus ex machina”
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