Deus
ex machina
Arroja
tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. Arrinconado
está el tridente, una piel de ceniza cubrió las cordilleras. Señor, he aquí
el canto de la luz a ti debida, en la quietud del
mar y discreción tan pura de la noche infinita. He aquí a tu hijo Elfuego,
ardiendo con su tacto la superficie toda y el agua seduciendo con su lengua
dorada. Ved aquí, Señor, su hermanastra Elalba, hierofanta líquida, posesa de
las formas. Ellos narran en su tremendo idioma, las celebraciones, la obediencia,
y el pecado. Arrójanos tú esta vez, Señor, la semilla y el varón de la especie
más sana. No lo anuncies al azar, porque deviene llanto y se alza con el
tibio rumor del pavimento, y otra vez se nos pierde, nos castiga, nos
repudia. Que nadie sino tú, oh Señor, esgrima esta vez el cuchillo del
jifero; madure un acorde cuando la vida cese y la lluvia limpie, sorpresiva,
las caderas uncidas de los copulantes. Arroja tú los dados, Señor, te ha
llegado el turno de lo ineluctable. Despídelos sin miedo de tu anchurosa
mano, porque a los ocho lados de la suerte nada espera, y hacia la muchedumbre
y el desastre apunta el cielo. Arrójalos tú, Señor, te ha llegado el
turno y es ardiente verano.
De:
“Deus ex machina”
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