"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
lunes, 1 de febrero de 2016
JUAN RAMÓN ORTIZ GALEANO
Distracción
alegórica
La
gata descansa inerte en el patio
junto
a la sombra de la parra,
ya no
a conciencia bajo su protección estival;
el
pelaje, aún blanco y amarillo único,
se
confunde ahora con el amarillo diverso
de
los gusanos en el agujero de su vientre.
Dos
veces la vi jugando con su presa
(medianos
ratones de negro pelaje,
negro
destino); lúdica siempre,
ya
que nunca le faltó alimento servido:
en el
despacho de carne
siempre
fuimos generosos con ella.
Su
cadera se descompuso en otoño,
ya le
costaba desplazarse,
le
costaba defecar.
No
fue un abandono
sino
una distracción.
¿Cuál?
[Escribí este poema una tarde, en 2012,
luego de hallar muerta en el patio de casa a una gata blanca y amarilla
que tenía mi padre]
Este poema
pertenece al libro “Arrebatos del Epígrafo”
CARMEN INÉS PERDOMO
Destierro
A RAÚL ZURITA
Aquí
yace el desierto encerrado entre muros.
De
cenizas surgen cantos,
sarcófagos
raídos,
escombros
de mármol
inermes
yelmos y corazas.
Inmóviles
sombras desordenan las palabras.
Entre
los devastados, reinos
se
escucha un batir de alas.
Retorna
el silencio.
De: Silencio en Llamas
LUIS ARMENTA MALPICA
Sanctus
El
ángel está hecho a imagen de los pájaros.
Se
parece a mi madre —o mejor:
es mi
abuela.
Ella
es irrepetible.
Tal
vez desde la muerte
no
regresa, como vuelven los pájaros —ángeles terrenales
de
tibia cera y nubes,
pero,
quizá por eso, Dios inventó a los ángeles.
El
ángel es exacto:
cuando
la luz escurre, humedece su cuerpo.
Quien
lo ama no está solo. Sonríe
a los
otros ángeles.
Pero
mi abuela ha muerto.
Zarabanda: retumba
su tambor sobre tu tumba.
Es el
desconocido, el
vulnerado.
Ángel
ebrio de Dios, caído —un par de veces; el ángel
amoroso
cuyo
vuelo guardó bajo la nuca —le decían
«contrahecho»
nomás
por jorobarlo.
Por
el mismo desierto de la vida, sin más agua en su boca
que
sus manos, también se fue mi abuela
con
el fardo de Dios
sobre
su espalda.
Mírame
ahora, mírame Tú con los ojos de animal de los ángeles.
Márcame
para siempre entre los hombros.
Hunde
mi cicatriz como señal de vuelo.
Morir
es solamente tener un punto negro en la mirada.
Yo sé
que moriré, pero no
ahora
que estoy en vida de tocar las alas de los ángeles.
Mi vuelo
ya no será inconcluso: estoy ebrio de Dios
para
igualar los pasos de mi abuela.
Mírame,
Dios, cómo me vuelvo un ángel:
semejanza
e imagen de tus pájaros.
Desde
casa, mis padres
me
custodian.
Zarabanda:
retumba su mirar sobre mis ojos.
para Eduardo
Langagne
CESAREO MARTÍNEZ
El
Aleph
¡Transparencias¡
Lo que he visto son tus dos ojos
El sueño fluir de tus cabellos alumbrando los continentes
He visto tu imagen suspendida sobre el océano
El punto clave donde muere tu naricita y empieza
a florecer el aire
He oido la desbocada floración de luces que deliran
en torno a tu cuerpo
He visto el juicio de tu mano izquierda flotando
entre el sueño y la realidad
He visto tus tesoros, los pensamientos ariscos
que pueblan tu cabeza,
los suaves pensamientos que pueblan tu piel
y la caída de aguas intemporales sonando en tu cuello
He visto la vibración celeste de tus senos
Tu ombligo tibiamente rosado y otras comarcas
Las vívidas erupciones de tus caderas fosforeciendo
en la noche
He visto la noche y la agitación de sus monstruos
Y la increíble lucidez de la luna que proyecta tu sombra
sobre mi cuerpo
He visto la realidad de tus labios, así fundamentada
por ese rayo brillo de tu lengua
He visto la constante continuidad de tu cuerpo
Mis ojos han visto la eternidad.
Lo que he visto son tus dos ojos
El sueño fluir de tus cabellos alumbrando los continentes
He visto tu imagen suspendida sobre el océano
El punto clave donde muere tu naricita y empieza
a florecer el aire
He oido la desbocada floración de luces que deliran
en torno a tu cuerpo
He visto el juicio de tu mano izquierda flotando
entre el sueño y la realidad
He visto tus tesoros, los pensamientos ariscos
que pueblan tu cabeza,
los suaves pensamientos que pueblan tu piel
y la caída de aguas intemporales sonando en tu cuello
He visto la vibración celeste de tus senos
Tu ombligo tibiamente rosado y otras comarcas
Las vívidas erupciones de tus caderas fosforeciendo
en la noche
He visto la noche y la agitación de sus monstruos
Y la increíble lucidez de la luna que proyecta tu sombra
sobre mi cuerpo
He visto la realidad de tus labios, así fundamentada
por ese rayo brillo de tu lengua
He visto la constante continuidad de tu cuerpo
Mis ojos han visto la eternidad.
ADALBERTO GARCÍA LÓPEZ
Despedida
Este
caminar sin descanso que no termina por incinerar
el
terco e inútil canto de los pájaros.
TOMÁS COHEN
A la
velocidad del sonido
para
Juana de Ibarborou
Hacia
el rubor de rumbos anudados,
hacia
su choque en un beso que encalla,
devolviendo
minerales a las rocas
que
mi río cuesta abajo arañara,
voy
hacia antes, voy agua arriba
a
verme verla
de
pie en su pupila—
Pero
clavo ni martillo ese día.
En la
turba que dos bocas adiamantan
zumban
moscos recados para el ámbar.
Pecas
del granito, veo copos, y nadar
hojuelas
de hierro a magnetita
por
estratos del barniz de su mejilla—
Nunca,
no, masca mi alicate
el
alambre que su pestaña cosía.
Giro
su primer molino de lenguas:
sin
idioma, nos salpica el aspa.
Crujen
al pálpito vagones
de
ramos agonizantes en celofán y,
al
son de un pétalo rajado,
una
rama de coral derrocharía
cintas rojas por piernas o peldaños—
cintas rojas por piernas o peldaños—
No,
ni desborda su párpado
contra
los barrancos que escalo
y
muerdo y cargo.
La
paz del vergel vicia la cerca,
mis
latidos tiran piedras a sus lagos
y me
veo verla,
de
pie en su pupila,
bajo
el techo alocado del gran árbol
que
una sola semilla lenta explota.
Minutos,
¡más!, hondura del abrazo
con
temblores de una flaca escalera de caracol.
Aún,
sí, ojalamos
hebras
mirada adentro—
Pero
engancha el río, cuesta abajo,
mi
carne de ropa, mi rostro de máscara
y mi
pupila, sola, atrasada, trota, atrasada
con
el trueno del relámpago en las manos.
De “Redoble del ronroneo”
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