viernes, 20 de agosto de 2021


 

ALEJANDRO PALIZADA

 


 

A veces quisiera

 



A veces quisiera que el sonido grave en mis oídos
fuera un murmullo, una sombra, una gota de tu voz.
Sentir que vibra mi cuerpo en tus palabras,
que tú vibras conmigo.
Estamos del otro lado y estamos divididos hasta nosotros mismos.
No sólo la taza y el café; y la alfombra y la cama;
todo ahora está peleado con todo.
A veces quisiera más de ti
para recordarte aún más;
y a veces menos, para no tener nada que recordar

 

 

CARLOS DARIEL

 

 


tomo un café
se quedan en mi boca
viejos recuerdos

 

 

De: “Bajo el fulgor”

 

ALMA VELASCO

 

 


-El duende chambón

 


Llegando al callejón de Caramelo
el duende toca con trabajo un chelo ¦
chifla una guacamaya
el grillo se desmaya
un ángel queda sordo allá en el cielo.

 

De: Horripilantario

 

 

HOMERO PUMAROL

 



 

Daydreaming

 


 

Soñar no cuesta nada.
Desde que vivo aquí
No hago otra cosa.

 

Sueño que un día seré
Recaudador de impuestos de aduana
O un guitarrero matahambre.

 

Que vendo chicharrón en una esquina
En bata, rolos y plantilla de media,
Espantando las moscas con un palito,

 

Que fumo tabaco negro sin filtro
Y que deseo la muerte de todos los españoles,
Los palomitos, los parqueadores de carros.

 

En fin, voy camino de Cabo Engaño
Y lo que quiero es dinero.

 

AMANDA BERENGUER

 

 


 

 

XI

                         ( la sandía )

 



Yo buscaba sin saber bien

qué era  repartir aquella extensa fruta.

              Repartir la sandía – me dije –

y sacrificamos en tajadas

                        su fresca encarnadura.

Quedó abierta sobre la mesa mostrando el corazón.

¿De la tarde? ¿De la casa? ¿Del silencio?

Repartir la sandía – me dije-

es repartir una siesta de verano

                  una estación con vidrieras rojas

                                        y desierta

                   una cueva verde habitada por la sed.

 

VÍCTOR RIVERA

 

 


 


Obsidiana
VI

 

 

La historia de los nombres se reúne en lo que tocas,
y la letra con que señalas al valle de Anáhuac
se debe a una lenta acumulación de sedimentos:

 

el nombre Lirio y el nombre Azor
sólo con tiempo han reunido vuelo y blancura,
bajo los glaciares y el légamo.

 

He aquí el secreto de por qué las cosas resuenan si se nombran,
de por qué los juncos se inclinan al oído
que por primera vez escucha
su conversación con el viento.

 

La historia de los nombres está en lo que tocas,
en el collar de reliquias que queda de la vida que apagas,
en el bisonte que expira bajo el filo de obsidiana,
y rezuma en su estertor una estampida de siglos.

 

Aunque ignores cuánto le ha costado al tiempo
hacer la coreografía del cardumen,
cuántos nombres se han hecho
con el azul que sostiene el sueño de las ciudades,

 

en la gota de saliva está la sal de los océanos,
en la vela que enciendes el sol de los espacios.