"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 14 de junio de 2017
ALEJANDRA MORENA MORAES
69
sumerge
la punta de la lengua
corteja
con fuerza desde el maxilar
justo
allí hay un iceberg
vas a
ver
como
la tierra se rasga
GUILLERMO FERNÁNDEZ
I
Que
se abra pues esa ventana
Que el viento endurezca los vapores cercanos a esta
incipiente carnosidad
Pincha los significados flotantes que vienen bajando
la voz desde el cuarto vecino
Ahora abrirás violentamente mis párpados y me dejarás
en ellos dos heridas
En mi llanto estará el canto de las generaciones recobradas
y la memoria de la sangre recordando la luz
Esas manos auscultarán para mí un destino que nada tenga
qué ver con la vida
Y en esta situación ponme esa máscara tan funcional y
convincente
Algo sabré de mí cuando entrecierre los ojos
Dispongo de poco tiempo para hacer muchas preguntas
Que el viento endurezca los vapores cercanos a esta
incipiente carnosidad
Pincha los significados flotantes que vienen bajando
la voz desde el cuarto vecino
Ahora abrirás violentamente mis párpados y me dejarás
en ellos dos heridas
En mi llanto estará el canto de las generaciones recobradas
y la memoria de la sangre recordando la luz
Esas manos auscultarán para mí un destino que nada tenga
qué ver con la vida
Y en esta situación ponme esa máscara tan funcional y
convincente
Algo sabré de mí cuando entrecierre los ojos
Dispongo de poco tiempo para hacer muchas preguntas
De: La hora y el sitio
GONZALO ROJAS
Papiro mortuorio
Que
no pasen por nada los parientes, párenlos
con sus crisantemos y sus lágrimas
y aquellos acordeones para la fiesta
del incienso; nadie
es el juego sino uno, este mismo uno
que anduvimos tanto por error: nadie
sino el uno que yace aquí, este mismo uno.
Cuesta volver a lo líquido del pensamiento
original, desnudarnos como cantando
de la airosa piel que fuimos con hueso y todo desde
lo alto del cráneo al último
de nuestros pasos, tamaña especie
pavorosa y eso que algo
aprendimos de las piedras por el atajo
del callamiento.
A bajar, entonces, áspera mía ánima, con la dignidad
de ellas, a lo gozoso
del fruto que se cierra en la turquesa de otra luz
para entrar al fundamento, a sudar
más allá del sudario la sangre fresca del que duerme
por mí como si yo no fuere ése,
porque no hay juego sino uno y éste es el uno:
el que se cierra ahí, pálidos los pétalos
de la germinación y el agua suena al fondo
ciega y ciega llamándonos.
Fuera con lo fúnebre; liturgia
parca para este rey que fuimos, tan
oceánicos y libérrimos; quemen hojas
de violetas silvestres, vístanme con un saco
de harina o de cebada, los pies desnudos
para la desnudez
última; nada de cartas
a la parentela atroz, nada de informes
a la justicia; por favor tierra,
únicamente tierra, a ver si volamos.
con sus crisantemos y sus lágrimas
y aquellos acordeones para la fiesta
del incienso; nadie
es el juego sino uno, este mismo uno
que anduvimos tanto por error: nadie
sino el uno que yace aquí, este mismo uno.
Cuesta volver a lo líquido del pensamiento
original, desnudarnos como cantando
de la airosa piel que fuimos con hueso y todo desde
lo alto del cráneo al último
de nuestros pasos, tamaña especie
pavorosa y eso que algo
aprendimos de las piedras por el atajo
del callamiento.
A bajar, entonces, áspera mía ánima, con la dignidad
de ellas, a lo gozoso
del fruto que se cierra en la turquesa de otra luz
para entrar al fundamento, a sudar
más allá del sudario la sangre fresca del que duerme
por mí como si yo no fuere ése,
porque no hay juego sino uno y éste es el uno:
el que se cierra ahí, pálidos los pétalos
de la germinación y el agua suena al fondo
ciega y ciega llamándonos.
Fuera con lo fúnebre; liturgia
parca para este rey que fuimos, tan
oceánicos y libérrimos; quemen hojas
de violetas silvestres, vístanme con un saco
de harina o de cebada, los pies desnudos
para la desnudez
última; nada de cartas
a la parentela atroz, nada de informes
a la justicia; por favor tierra,
únicamente tierra, a ver si volamos.
ELVA MACÍAS
Piscis
Padre,
tus pies,
peces ornados con sandalias,
se deslizan cautelosos
en el mar oscuro.
Esa profundidad que todo lo contiene
eres tú mismo.
Buscas tu sitio,
mar de los sargazos,
para depositar tu vida que se apaga.
Somos el cardumen que te sigue
en la corriente que acostumbraste
con sabiduría a la ceguera.
Creemos que todo ha cambiado
desde que no nos miras
y mar adentro de ti somos los mismos
tres niños que sujetos a tu ropa
se estremecen
mientras fluye
el tiempo de agua
holgado en tu camisa.
peces ornados con sandalias,
se deslizan cautelosos
en el mar oscuro.
Esa profundidad que todo lo contiene
eres tú mismo.
Buscas tu sitio,
mar de los sargazos,
para depositar tu vida que se apaga.
Somos el cardumen que te sigue
en la corriente que acostumbraste
con sabiduría a la ceguera.
Creemos que todo ha cambiado
desde que no nos miras
y mar adentro de ti somos los mismos
tres niños que sujetos a tu ropa
se estremecen
mientras fluye
el tiempo de agua
holgado en tu camisa.
ÓSCAR HAHN
Escrito con tiza
Uno le dice a Cero que la nada existe
Cero replica que uno tampoco existe
porque el amor nos da la misma naturaleza
Cero mas Unos somos Dos le dice
y se van por el pizarrón tomados de la mano
Dos se besan debajo de los pupitres
Dos son Uno cerca del borrador agazapado
y Uno es Cero mi vida
Detrás de todo gran amor la nada acecha.
Uno le dice a Cero que la nada existe
Cero replica que uno tampoco existe
porque el amor nos da la misma naturaleza
Cero mas Unos somos Dos le dice
y se van por el pizarrón tomados de la mano
Dos se besan debajo de los pupitres
Dos son Uno cerca del borrador agazapado
y Uno es Cero mi vida
Detrás de todo gran amor la nada acecha.
MARCELO DANIEL FERRER
Ese
día,
La palidez del mundo lo embriagaba todo.
Un cristal separaba opacidad de algarabía.
Dentro, tú, humedecida de mí, sonreías;
Fuera, la lluvia humedecía la monotonía.
Fino cristal de pétreo esplendor
Sutil encanto nos devolvías.
Dentro, mi dedo contorneando tus pechos;
Fuera, contorneaba el viento para las hojas un lecho.
Ciudad difusa... detenida.
Cristal opaco donde la lluvia dormía.
Encanto que aviva en nosotros
Infinito placer de rozarnos con la piel ese día.
La palidez del mundo lo embriagaba todo.
Un cristal separaba opacidad de algarabía.
Dentro, tú, humedecida de mí, sonreías;
Fuera, la lluvia humedecía la monotonía.
Fino cristal de pétreo esplendor
Sutil encanto nos devolvías.
Dentro, mi dedo contorneando tus pechos;
Fuera, contorneaba el viento para las hojas un lecho.
Ciudad difusa... detenida.
Cristal opaco donde la lluvia dormía.
Encanto que aviva en nosotros
Infinito placer de rozarnos con la piel ese día.
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