"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 28 de septiembre de 2022
ARTURO CAMACHO RAMÍREZ
Espacio
(El
aire solamente)
Dormía
el rostro azul, la nieve oscura,
la furiosa neblina de la noche,
el río de caderas moribundas,
el aire de voz fría.
Dormía,
sí, dormia el viento duro,
rostro boreal, al filo de la fiebre,
la calle sola y el farol sediento
y el aire de repente.
Y los puentes tirados sobre el agua,
y una mujer a proa de la muerte,
sus cabelos a punto de extinguirse
y el aire casi verde.
Un
perro sin ladrido conocido,
una manera de mirar sin verse,
una luz de taberna acuchilada
y el aire siempre.
Un
paseante, frente a un domicilio,
manchado por dos gritos divergentes:
entre los partos y las punhaladas
el aire vive y muere.
El
aire nauseabundo de los puertos,
entre aroma de viaje y miel terrestre,
como una mariposa desalada
que en los mástiles duerme.
El
aire siempre solitario, errante,
transportando la bruma; casi alegre
en la ventana de la poesía,
silbado entre los dientes.
El
aire de oro ceniciento, ardido,
acerado azuloso, en las paredes,
encierro de la infâmia y de la gloria,
ala triste, se cierne.
Aire
tuyo de yerto vagabundo,
especial silencioso, voz ecuestre
sobre las sombras y los paramentos
del aire solamente.
Este
espacio de aire levantado,
bello el aire que la sangre envuelve,
pongo tu soledad ardiente y triste,
tu infierno helado, el escondido diente
que marcó heridas en la piel del mundo
y hacia un norte de lágrimas se extiende,
la plata y el coral de madrugada
que encienden la ola turbia de tu frente,
sola de soledad desamparada
en la cárcel oscura de las sienes.
Yo
pido a una mujer sus puros labios,
sus lentos ojos, su repiro tenue,
su largo cuerpo de olvidada orilla
bajo uma fronda de pasión perenne,
para vestir de llanto o cabellera
el aire de tu amor qu em ódio crece,
soñar contido al margen de la tierra
y ardle un eco al grito que falece
em los rincones últimos del hombre
condenado y maldito para siempre
a soledad de espíritu y de cuerpo,
¡a soledad de siempre para siempre!
ALBEIRO ARIAS
Escombro
de luciérnaga derribada,
esa que vuela en los sueños ancestrales
y despliega sus alas de silencio eterno, verdadero.
Un
aleteo y otro aleteo,
y la noche avanza en pequeños aleteos,
día a día un viento nuevo hasta que el cielo
nos destierre con sus cuchillos de luz.
Y
aún sin cielo, volaré a tu lado.
Te mostraré los días blancos que anuncian la felicidad.
XAVIER PALAU
Esperanza
Pocas
y menguantes las palabras
que
no saben describir ni pintar
el
muro que se desmorona, la tapia
que
erguiste al inicio entre sonrisas,
abiertas
las fechas de la tierra,
con
la vida alzándose y la infinita mañana.
ANA LUCAS
Gasolina
Así
como llegaste
reventando
los cristales de mis ojos
usando
tus garras para trepar
desde
mis tobillos,
mordiendo
justo debajo del ombligo,
cocinándome
a fuego lento el corazón,
besando
sin prisa
como
besan los que saben de amor.
Sabías
de amor porque no lo querías.
Yo
creía que sí,
que
sería yo,
que
serías tú.
Así
como llegaste te he echado,
te
has ido,
he
sorprendido al desencanto al cogerte por los pies
y
arrastrarte lejos.
Cuando
tu barco atracó en mi puerto
no
vi desembarcar a las ratas.
Sólo
miré al bajar tú, sonriente,
escoltado
por dos linces
que
afilaban sus garras en el cemento.
Buque
de madera picada,
carcoma
y fobias desatadas.
Lo
cubriste con una sábana.
Era
naranja, lo recuerdo,
se
fundió con la puesta de sol.
Te
escuché silbar
y
acudieron mis zapatos
dóciles,
siguiendo
las huellas de tus pies descalzos.
Llegué
a ser un caligrama,
tus
palabras dibujaban tulipanes en mi boca.
Marchitó
el jardín;
lloré
por él.
Lo
abandoné
y tú
también.
Cementerio
de gusanos.
No
quise verlo arder
pero
lo ahogué en gasolina mirándote a los ojos.
De:
“Oasis”
DORA ALONSO
Fiesta
del limonero
¡Limón,
limón!
Limón agrio,
limón criollo,
limón dulce,
limón chino,
limón persa,
limoncillo…
Limoncito
colorado.
¡Limón!
Y el limonero silvestre.
¡Limón limón!
DOMINGO ALFONSO
El
hechicero y los mecánicos
El
hechicero y los mecánicos
salen callados a beber cerveza;
se sientan en lo profundo de la taberna
y hablan entonces de las cosas nuestras de cada día;
de los tornos girando, del estruendo del taller,
de los motores compuestos poco a poco,
que al fin se mueven por su propio esfuerzo.
Luego describen las horas de la televisión,
la noche y las frazadas, la esposa, el miedo de los niños.
Los mecánicos hablan, el hechicero calla:
siente la envidia por estos hombres comunes;
quisiera abandonar su profesión en desuso,
cambiar el arte de convertir ratones en flores,
naranjas en cuchillos;
la magia aprendida con tanto esfuerzo,
por un overol manchado de grasa,
un sitio en una nave llena de máquinas y taladros,
donde giran sin término las grandes ruedas de acero negro.
De: ”Libro
de buen humor”
