jueves, 12 de noviembre de 2020


 

INGEBORG BACHMANN

 


 

Todos los días

 

 

Ya no se declara la guerra, 
se prosigue. Lo inconcebible 
se ha hecho cotidiano. El héroe 
permanece alejado de los combatientes. El débil 
ha avanzado hasta las zonas de fuego. 
El uniforme de diario es la paciencia, 
la condecoración, la mísera estrella 
de la esperanza sobre el corazón. 

Se concede
cuando ya no pasa nada,
cuando el fuego nutrido ha enmudecido,
cuando el enemigo se ha hecho invisible,
y la sombra del armamento eterno
oscurece el cielo.

Se concede 
por abandonar las banderas, 
por el valor ante el amigo, 
por revelar secretos indignos 
y desacatar 
toda orden. 



De: "El tiempo postergado"
Versión de Arturo Parada

JUAN BAUTISTA ARRIAZA

 

 


Perdí mi corazón...

 

 

Perdí mi corazón -¿lo habéis hallado,
ninfas del valle en que penando vivo?- 
ayer andando solo y pensativo, 
suspirando mi amor por este prado. 

Él huyó de mi pecho desolado
como el rayo veloz, y tan esquivo 
que yo grité: "Detente, ¡oh fugitivo!" 
y ya no lo vi más por ningún lado. 

Si no lo conocéis, como en un ara
arde en él una hoguera, y cruda herida 
por víctima de Silvia lo declara.

 

Dadlo, por vuestro bien, que esa homicida
lo hizo tan infeliz que donde para 
mi corazón, ya no hay placer ni vida.

 

RÉMY DE GOURMONT

 


 

Catalina

 

 

Catalina:
Heroína de la contemplación
que sabías mirar el sueño cara a cara;
Catalina, con furia por el diablo asaltada,
como el mar bate el pecho de la playa inocente;
Catalina, amiga personal de Nuestro Señor:
(Jesús la visitaba familiarmente
y venía a cantar el salterio con ella);
Catalina, en la frente diadema purpurina;
Catalina: vaso de lágrimas, vaso de gracia, vaso de sueños,
Santa Catalina:
Protege nuestras almas errantes por los sueños.

 

Versión de Eduardo Carranza

 

MANUEL MAGALLANES

 

 

 

El rompimiento




En un chispazo de orgullo,
o de dignidad (y creo
que quizás fue de amor propio)
la eché en cara mi desprecio.

Ello quiso disculparse,
quiso defenderse, pero
yo no lo escuché y entonces
su boca guardó silencio.

Calló su boca y hablaron
sus ojos. ¡Lo que dijeron
esos adorados ojos
en su mirar altanero!

Aún me parece mirarlos.
Me parece que aún siento
cómo rasgo mi alma el filo
de esa mirada de hielo.

Y nos separamos. Ella,
dominando en un esfuerzo
de valentía el desmayo
de su alma y de su cuerpo.

Yo con las pupilas húmedas
y con un nudo en el pecho,
sin saber adonde iría,
tambaleando como un ebrio.

Y poco a poco, a medida
que caminaba y más lejos
veía su casa muda,
más crecía mi tormento.

Era un dolor crüel, como
si me arrancaran los nervios.
Era como si mi alma
se hubiera quedado dentro

de aquella casa querida
y al alejarse mi cuerpo
tirara de ella y sus fibras
fuera una a una rompiendo!

 

 

* * *

Pasan y pasan los días
y no pasa mi tormento:
mi alma sigue allá prendida
y tira de ella mi cuerpo.

Y es una angustia constante,
y es un padecer eterno
y es un sufrir sin alivio
y es un dolor sin consuelo.

Continuamente en mis labios
está el sabor de sus besos;
continuamente me embriaga
el aroma de su cuerpo.

Para ella, al despertar,
es mi primer pensamiento:
y estoy en ella pensando
a toda hora y momento.

Cuando por la noche apago
la lámpara, en ella pienso
y en el fondo de la sombra
la ven mis ojos abiertos.

La ven mis ojos, erguido
el alto y hermoso cuerpo,
tan bella como la Virgen
María que está en los cielos.

Y hallo que mi almohada es dura
y helada, helada la siento
porque una vez mi cabeza
recliné sobre su seno.

 

Y cuando desfallecido
de sufrir los ojos cierro,
mi espíritu está con ella
y ella está en todos mis sueños.

 

* * *

 

Maldito orgullo y maldita
dignidad de aquel momento!
Creí que ya no la amaba
y estoy por su amor muriendo...

 

 

MASAOKA SHIKI

 

 

 

La primera nevada;
Al otro lado del mar,
¿Qué montañas son aquéllas?

 

De: “Invierno”

 

MAROSA DI GIORGIO

 

 

 

De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar... 




De súbito, estalló la guerra. Se abrió como una bomba de azúcar 
arriba de las calas. Primero, creíamos que era juego;
después, vimos que la cosa era siniestra. El aire quedó
ligeramente envenenado. Se desprendían los murciélagos
desde sus escondites, sus cuevas ocultas caían a los platos,
como rosas, como ratones que volvieran del infinito,
todavía, con las alas.
Por protegerlos de algún modo, enumerábamos los seres y las cosas: 
"Las lechugas, los reptiles comestibles, las tacitas...".
Pero, ya los arados se habían vuelto aviones; cada uno, tenía
calavera y tenía alas, y ronroneaba cerca de las nubes, al alcance 
de la manos pasaron los batallones al galope, al paso. Se prolongó
la aurora quieta, y al mediodía, el sol se partió; uno fue hacia el este, 
el otro hacia el oeste. Como si el abuelo y la abuela se divorciaran. 
De esto ya hace mucho, aquella vez, cuando estalló la guerra, 
arriba de las calas.


De: "Los papeles salvajes"