viernes, 4 de marzo de 2016


JOSÉ AGUSTÍN GOYTISOLO




Por rincones de ayer



En lugares perdidos
contra toda esperanza
te buscaba.

En ciudades sin nombre
por rincones de ayer
te busqué.

En horas miserables
entre la sombra amarga
te buscaba.


Y cuando el desaliento
me pedía volver
te encontré.

ARMANDO ROMERO




Un dios que vaga



Hay una ligera mitad de mundo cortada en rebanadas para la salsa de un nuevo dios que vaga. Es la inso­lencia de un dedo clavado en una fruta la que anima sus pasos. Pero él no piensa, él siente. Es un trueno que rueda por los barrancos sacándole alaridos a las ovejas, inyectándole fuego a las uñas de las fieras. Habita un reino de piedras preciosas con las que juguetea, comunica y destruye. Realiza el monumento de construcción a la existencia. Es eso que es, y le importa poco.

Nadie le presta la más mínima atención a este dios que un día descubrí en lo alto de las montañas que rodean una fría ciudad de Los Andes. No es el dios-topo, ni el dios‑hormiga, tal vez el dios‑cóndor, o el dios‑elefante. No se lo ve, no se lo piensa. No es ninguna de estas cosas. Infinito como una piedra está allí desde siempre.

Se reserva la última noticia de los teletipos para anun­ciar su aparición, pero es probable que se extinga una noche de frío para reaparecer en un desierto con los pies humeantes. Allí también lo encontraré. Será cerca de una ciudad en ruinas y una mujer con ojos de garrote le besará el cuello hasta adormecerlo.

Oh dios que has sudado y trabajado esta aparición, ¿por qué dejas que el ocio y la belleza te la impidan ahora que es tiempo oportuno y que los astros se alinean con precisión?


HÉCTOR DE PAZ




Día 2



Bitácora de sal:
escribo con tinta china
sobre pequeñas hojas de sal
encuadernadas con restos
de un naufragio intermitente

como una ola
en perpetuo vaivén
de resaca pertinaz
cada palabra
es lengüetazo de azufre
cauterizando heridas.





De: “Bitacora de sal tatuada”

CHARLES BAUDELAIRE





El perfume



Lector: -¿Alguna vez, por suerte has respirado
con morosa embriaguez, con avidez golosa
el incienso que invade la nave silenciosa,
o el pomo que de ámbar un tiempo fue colmado?

¡Oh mágico, profundo portento alucinado,
presencia revivida de evocación brumosa,
cuando sobre su cuerpo puedo aspirar la rosa
de la sepulta imagen, del recuerdo adorado!

Selváticos efluvios se propagan al vuelo
del espeso y elástico madejón de su pelo,
como un incensario que sahuma la alcoba.

Y de las muselinas y el terciopelo oscuro
de los trajes, de todo, fluye, en hálito puro,
negro aroma gemelo del lecho de caoba.


Versión de: Carlos López Narváez


ROBERTO FERNÁNDEZ RETAMAR



  
Por primera vez



En países y más países,
Casas, hoteles, embajadas,
Suelos, hamacas, autos, tierra,
Rodeados de agua o sobre el lino.

Olor de desnudez primera.
Vasija de arcilla sonora.
Sorprendente, augusta, profunda.
Camanances, colinas, bosques.

Como leones, como santos.
Lo antiguo, lo simple, l0 súbito.
La plegaria, el descubrimiento.
La conquista, la reconquista.
El relámpago de ojos de humo.

Cada desgarradura sólo
Para encenderse con más fuego,
Con más seguridad de aurora.
Ya él no puede perderla más.
Ya la perdió toda una vida.
Ahora de nuevo y para siempre
Va a amarla por primera vez.



SERGIO CORDERO



  
Casa en la playa



Esa luz emerge desde el fondo de los ojos;
no por el sentimiento,
es la pureza,
el aire y, más allá, la liturgia del océano.

Escucha la distancia: somos voces,
su Babel se aproxima,
toma forma,
llega a la habitación para callarse.

El sudor quiebra una imagen,
la irisación deja el instante y se convierte en grito,
tiembla sobre la piel del agua: nuestra piel.
El maderamen cruje con el peso del miedo.
(El lugar es el núcleo de la arena –desierto–,
el mar…) Esa luz.
Las sombras me prolongan.
Ya no es la misma playa.
Su invierno era propicio. Los paseos
derretían el aire entre las manos
—el firmamento entonces fue la tarde.

El recinto
no divide su horario en refugio y audacia,
sólo un rastro furtivo en la terraza, el cuarto…

La piel retiene y envejece: recordamos.