"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 31 de enero de 2021
MÓNICA NEPOTE
Siesta
Habrá
entonces el párpado ceder. En el vaivén te miro, garza lenta, resbalar hacia el
silencio.
Suscribo
mi paso al hechizo del aire: la tibieza deja flores abiertas, la geometría.
Habrá que caminar sin mácula, otorgar a los objetos levedad. No irrumpir en la
blancura del párpado sino liar sueño y danza. Suéñame: lentamente, rodando como
perla por el precipicio del día.
CARLOS LOPEZ NARVAEZ
Sueño vesperal
Te invoco suavemente como si te besara
-suavidad indeleble de tus lejanos besos
soñados dulcemente bajo la tarde clara-
los labios en los labios serenamente impresos.
Un corporal efluvio -como si te estrechara-
llega en la suspirante brisa de los cerezos;
se encienden los luceros en tu huella preclara...
La hora es como una bandada de regresos.
Aspiro la impalpable, la grácil mansedumbre
de tu forma en mis brazos, su apacible vislumbre
adormecida sobre mi corazón tranquilo.
Y al
mirarte en la sombra sonreír... como en el lecho
de sedeña blandura convertido mi pecho,
los besos te desnudan con dorado sigilo.
VIOLETA PUJOLS
Desnuda a los 40
Me
despojé de ropas,
encendí
la luz
rompí
con los dogmas
eche
a un lado las sábanas blancas
me
arropé con el sudor de su cuerpo.
Caminé
como la diosa Venus
orgullosa
de un cuerpo
que
no ha visto el bisturí.
Aprendí
a mirarme,
a
tocarme con ternura
observé
lo magistral y sabia
que
es la naturaleza.
Abrí
los ojos,
contemplé
las horas,
desmenucé
cada minuto
y en
un segundo volví a nacer
mujer
desnuda a los cuarenta.
EMI G. CANCHOLA
Fotografía del niño que quiere partir el pastel
En
el centro de la fotografía
no el niño
una muchacha de vestido rojo
ocupa su lugar
las
sonrisas y los aplausos se apagan
la madre llena el silencio con alaridos
jura por dios que se quitará la vida
los tíos, compadeciéndose
le acercan el cuchillo del pastel
también piensan ofrecérselo al padre
quien fuera de cuadro
llora los nietos que no le dirán abuelito
sin
saber qué sucede
la abuela se acerca a la muchacha del vestido
y le pregunta por qué tanto alboroto
no
lo sé, abue
sospecho que se trata de mí.
WILFREDO ARRIOLA
Y entonces, el vacío
Estás
en la casa y te saluda el ruido del refrigerador.
Ordenas los vasos sin lavar
recuerdas que todavía hay ropa sucia
de días que pasaron, que pasarán.
Miras libros pendientes de leer
aunque siempre vuelves a los mismos de siempre
que te explican lo ya explicado.
Buscas el cargador, aunque sabes que poco importa
que esté llena la carga…
Te quitas con desgano los zapatos
con la punta del uno al otro
los abandonas a mitad de camino
—quedan solitarios como vos—
Te desabotonas la camisa
y en su trayecto sucede el desgano.
Recuerdas una canción de Silvio
y en vez de cantarla lo aprendes a ultrajar.
—Es todo tan grave—
Te enteras de que es de madrugada
nadie preguntó si estás bien o peor aún,
sí asististe a la última fiesta o si tienes alcohol gel
para disfrazar la salubridad impuesta de los medios.
Te sientas
doblas los pies con fineza de bar y es la casa,
que administra la desesperanza.
Todo
aprende a morir.
Recuerdas con quien pudiste ser en compañía
y de quien ya no está
no sabes si agradecer o padecer esa desgracia.
Vuelves a ver al lado y están las llaves gastadas de abrir el cerrojo
casi siempre a la misma hora de tiempo y de abismos.
Revisas las sillas y guardan el silencio de los que se fueron.
Tan intactas como sí se hubieran hecho
para recordar y no para recibir.
La televisión está apagada
sin recordar cuándo fue la última vez que calentó su bobina.
Parece que todo ha sido abandonado ya.
Entre un reclamo y la resignación
piensas un tuit que decides dejarlo para luego.
Ya no lo valoras igual después.
Te sirves un vaso de agua
que olvidas tomar hasta llegar a la cama
piensas en tu haraganería,
pero sabes que es tu tristeza la que te hace quedarte inmóvil
—no te puedes mentir—.
Comprendes
la ironía de no tener a quien preguntarle nada.
Ni cómo estuvo el clima
ni cómo llegará a estar mañana
ni si anunciarán un nuevo dato en la pandemia.
Reúnes las respuestas
las dejas reposar
vuelves a sincerarte otra vez
con la luz azul del móvil.
Decides
dejarte llevar
por el insomnio delator de la frontera de los cuarenta.
En una década te arruinas la vida o la pueblas de olvidos.
—o las dos juntas—,
siendo uno un espectador del desastre.
Es así,
fijas la alarma,
vuelve a tratar de aceptar lo ocurrido,
giras la almohada
helas el pasado
te tiras el pelo hacia atrás
y por un momento no sabes qué fecha le sigue a este día.
Y está bien no saberlo.
Es todo tan claro
tan difuso
y sobre todo revelador.
Quitas tu fecha de cumpleaños de Facebook
y te inventas una nueva excusa con tu doctor.
Recuerdas que no será posible
no sabes cuándo cambiará esa verdad.
El rumbo perdido hecho rutina.
Te sabes incierto
acomodas tu bolso,
terminas respondiendo:
«Todo bien»
a la pregunta de todos
pero con la respuesta que sólo te importa a ti.
Lo sabes
—no te puedes mentir—
Ya no importa saber mentir.
VLADIMIR HOLAN
Estaba sentada en un estéreo de madera y cantaba.
Era como si me hubiera herido en la ternura.
Era como si el deseo sin esperanza
hubiera despreciado el llanto acariciando las lágrimas.
Era como si el mismo sol entre nubes hubiera escuchado
a ese tordo que pasa con una cereza en el pico.
Era como si aquella canción de ella hubiera recorrido por
encima
incluso ese río vecino tan lleno de truchas.
Era como si... Pero ella dejó de cantar y dijo:
"No vayas allí, hace frío".
Y yo le dije: "¿Dónde? No veo el lugar",
Versión de Clara Janés