lunes, 1 de enero de 2018


MATSUO BASHO




Este camino
nadie ya lo recorre,
salvo el crepúsculo. 


JUAN JOSÉ ARRELOA




El encuentro



Dos puntos que se atraen no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.
Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zig-zag. Pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiado proyectiles, su camino al revés los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora.
De vez en cuando, una pareja se aparta de esta regla invariable. Su propósito es francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. No pueden vivir separados. Ésta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cada uno de ellos comete un error y provoca el encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar.


De: “Confabulario personal”


CONCHA URQUIZA




David



¡Oh Betsabé, simbólica y vehemente!
Con doble sed mi corazón heriste
Cuando la llama de tu cuerpo hiciste
Duplicarse en la onda transparente.

Cerca el terrado y el marido ausente,
¿quién a la dicha de tu amor resiste?
No en vano fue la imagen que me diste
Acicate a los flancos y a la mente.

¡Ay de mí, Betsabé, tu brazo tierno,
traspasado de luz como las ondas,
lió mis carnes a dolor eterno!

¡Qué horrenda sangre salpicó mis frondas!
¡En qué negrura y qué pavor de invierno
se ahogó la luz de tus pupilas blondas!


Agosto, 1944


KO UN




Efímero


 Una trescientas millonésima de segundo,
              si eso es lo que dura una partícula,
         considera qué interminable es un día
  ¿Piensas que un día es demasiado corto?
                                                           gran codicia


Versión de Joung Kwon Tae  - Revisada por Isabel R. Cachera



De "108 poemas Zen"

  

MANUEL IRIS




Aparición
  
No creas que te estoy requiriendo,
Ángel. Aun si lo pretendiese, nunca vendrías;
pues mi llamado queda siempre lejos.
     Rilke, Elegías, IV.




I

Desprecias destruirme. Tu carne
adquiere —frente a mí— un calor
menos mortal. Afirma
el corazón su doble miedo
de mirarte y de abstenerse. Temor
de ojos mortales.
Suelto la voz
y agradezco tu vestido: que no ilumines
con tu piel terrible
mis defectos todos,
que no me arrastres a morir de luz.


II

Deviene tu presencia, acude
a sílaba de carne y de lamento
para insinuar tus pies
cuando te invoco
                              atrevimiento
concebido desde antes
de que sepas
   —hermosa más que el Ángel
y como él terrible—
que vas a marchitarte.


III

Quizá estás confundida, quizá
perenne, el ruido de tus pies
ha hecho callar las tardes
y tu vientre al ocultarse
provocó la noche.
De cualquier forma, Ángel de carne
Luz de carne, Piel de carne
no puedo resistir
tu desnudez de antes
y después de todo: Lo eterno es demasiado.
Tu presencia, si mortal, es una flama
que todo lo consume: Desnuda eres letal,
y no me escuchas.


IV

No estoy llamándote, flama clarísima,
porque no canto en tono necesario para tocar tu oído
y porque mis palabras —las mejores—
se calcinan al rozarte
                                   y aunque sé
por la verdad
por la distancia
por lo cruel
de nuestras dos naturalezas
que este poema jamás va a llegar a ti
lo arrojo hacia tu piel,

lo doy al fuego.

De: “Cuaderno de los sueños”


RAÚL RÍOS TRUJILLO




Interciso transparente



Con tu cuerpo dices la vigilia

La bestia corre herida
Con una flecha en el costado
Mancha la tarde con su sangre.