"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 8 de diciembre de 2024
DANIEL ARELLA
Cristos de diamante
y por un río nuevo,
sin mirarlo,
con pueblos de sonido
y longitud de
Arcángel.
Eunice Odio
En
la tarde se incendia el río
hasta
los aleros de las casas,
la
tristeza enamora el viento hacia la noche,
en la
cima palmeras lunáticas
estrellan
su pecho en éxtasis contra la tormenta
Cristos
de Diamante, me digo,
cuando
veo el cielo abierto
como
la panza de una vaca degollada
atravesando
el puente del Alba
con
el rostro hechizado y lleno de presagios.
Alcé
los ojos más allá del río
y
las estrellas me invitaban a su pueblo
donde
cabía mi angustia antigua de reclamar
el
reino traslúcido del sonido.
Bajé
la mirada hacia mi paso
y vi
toda la carne:
la
invadía una luz de río vertical
En
mi frente la estrella rodaba siendo niña por primera vez
El
cielo desapareció para verme
El
río es el sol
Estoy
solo
La
tarde
no
cabe
en
mí.
PABLO NERUDA
Amiga, no te mueras
AMIGA,
no te mueras.
Óyeme
estas palabras que me salen ardiendo,
y
que nadie diría si yo no las dijera.
Amiga,
no te mueras.
Yo
soy el que te espera en la estrellada noche.
El
que bajo el sangriento sol poniente te espera.
Miro
caer los frutos en la tierra sombría.
Miro
bailar las gotas del rocío en las hierbas.
En
la noche al espeso perfume de las rosas, cuando danza la ronda de las sombras
inmensas.
Bajo
el cielo del Sur, el que te espera cuando
el
aire de la tarde como una boca besa.
Amiga,
no te mueras.
Yo
soy el que cortó las guirnaldas rebeldes
para
el lecho selvático fragante a sol y a selva.
El
que trajo en los brazos jacintos amarillos.
Y
rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas.
El
que cruzó los brazos por esperarte, ahora.
El que quebró sus arcos. El que dobló sus
flechas.
Yo
soy el que en los labios guarda sabor de uvas.
Racimos
refregados. Mordeduras bermejas.
El
que te llama desde las llanuras brotadas.
Yo
soy el que en la hora del amor te desea.
El
aire de la tarde cimbra las ramas altas.
Ebrio,
mi corazón. bajo Dios, tambalea.
El
río desatado rompe a llorar y a veces
se
adelgaza su voz y se hace pura y trémula.
Retumba,
atardecida, la queja azul del agua.
Amiga,
no te mueras!
Yo
soy el que te espera en la estrellada noche,
sobre
las playas áureas, sobre las rubias eras.
El
que cortó jacintos para tu lecho, y rosas.
Tendido
entre las hierbas yo soy el que te espera!
MARIO BENEDETTI
Ésta es mi casa
No
cabe duda. Ésta es mi casa
aquí sucedo, aquí
me engaño inmensamente.
Ésta es mi casa detenida en el tiempo.
Llega
el otoño y me defiende,
la primavera y me condena.
Tengo millones de huéspedes
que ríen y comen,
copulan y duermen,
juegan y piensan,
millones de huéspedes que se aburren
y tienen pesadillas y ataques de nervios.
No
cabe duda. Ésta es mi casa.
Todos los perros y campanarios
pasan frente a ella.
Pero a mi casa la azotan los rayos
y un día se va a partir en dos.
Y yo
no sabré dónde guarecerme
porque todas las puertas dan afuera del mundo.
SANDRO COHEN
Amor de tarde
Es
una lástima que no estés conmigo
cuando
miro el reloj y son las cuatro
y
acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro
las piernas como todas las tardes
y
hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me
doblo los dedos y les saco mentiras.
Es
una lástima que no estés conmigo
cuando
miro el reloj y son las cinco
y
soy una manija que calcula intereses
o
dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un
oído que escucha como ladra el teléfono
o un
tipo que hace números y les saca verdades.
Es
una lástima que no estés conmigo
cuando
miro el reloj y son las seis.
Podrías
acercarte de sorpresa
y
decirme «¿Qué tal?» y quedaríamos
yo
con la mancha roja de tus labios
tú
con el tizne azul de mi carbónico.
Esto,
en esencia, se acabó…
Esto,
en esencia, se acabó.
Hace
mucho empezó, lo sé,
pero
desde hace rato no me siento
inmortal.
Y cuando yo ya no esté,
las servilletas
seguirán
en
su mismo lugar sobre la mesa,
los
mismos autos se estacionarán
en
los mismos lugares, más o menos,
con
los mismos niveles de esa angustia
tan
mexicana y entrañable,
pero
yo ya no los veré
desde
esta mesa verde con mantel,
sentado
en esta silla
de
plástico innegable
que
me permite estar tranquilo,
leyendo
las noticias de las cuales
ya
no voy a enterarme, a medio metro
de
la banqueta donde se pasean
señoras
con sus perros y sus hijos,
donde
colocan, con cuidado, bolsas
de
basura en espera del camión
que
ya no tarda con su campanita
insoportable,
pero yo
ya
no pienso quejarme,
ni
me taparé los oídos:
simple
y sencillamente, no estaré.
Y es
difícil hacerme
a la
sólida idea de mi ausencia,
pero
es palpable, tan palpable como
los pechos
de una joven, o sus labios,
o su
manera de pedirme
que
le haga caso, ¿pero cómo,
si
ya no voy a estar?
Y no
he estado desde hace muchos años.
Estas
palabras, que se escriben solas,
serán
mi testimonio, darán fe
de
que por fin lo he comprendido:
solo
un poco estaremos en la tierra,
pero
es de todos, como he sido todos,
y
entre todos escribiremos
las
palabras que urgen,
aquellas
que se escapan
y
que hemos dicho desde siempre.
JAIME SABINES
Allí había una niña
En
las hojas del plátano un pequeño
hombrecito dormía un sueño.
En un estanque, luz en agua.
Yo contaba un cuento.
Mi madre pasaba interminablemente
alrededor nuestro.
En el patio jugaba
con una rama un perro.
El sol -qué sol, qué lento
se tendía, se estaba quieto.
Nadie sabía qué hacíamos,
nadie, qué hacemos.
Estábamos hablando, moviéndonos,
yendo de un lado a otro,
las arrieras, la araña, nosotros, el perro.
Todos estábamos en la casa
pero no sé porqué. Estábamos. Luego el silencio.
Ya dije quién contaba un cuento.
Eso fue alguna vez porque recuerdo
que fue cierto.
GABRIELA MISTRAL
Dulzura
Madrecita mía,
madrecita tierna,
déjame decirte
dulzuras extremas.
Es tuyo mi cuerpo
que juntaste en ramo;
deja revolverlo
sobre tu regazo.
Juega tú a ser hoja
y yo a ser rocío:
y en tus brazos locos
tenme suspendido.
Madrecita mía,
todito mi mundo,
déjame decirte
los cariños sumos.