martes, 18 de enero de 2022


 

TOMÁS VARGAS OSORIO

 

 

Clamor



¿Qué hondo son agobia de levedad las hojas
de esta selva que extiende raíces de silencio
a tierra de huesos que sus flores ocultan?
Dice tu nombre solo y el olor de tu cabello.

Pero el silencio crece como una hierba suave
hasta el límite justo en que la luz vigila
y se oye. Si el dulce son sin fin se abre
la muerte va pasando como una inútil brizna.

Toda la noche, toda, y tu nombre la puebla
como la gota de agua en el negro recinto
cayendo es un rumor marino, sus puertos y sus naves.
Toda la noche, toda, y tu nombre infinito.

Toda la noche, toda, y tu perfume.
Tu olor es un clamor de profundas esencias
que fluye del obscuro fondo de los principios.
Toda la noche, toda, por tu perfume plena.

Que perdure la sombra si en el límite justo
la luz vigila y se oye vivir como una lámpara
cuya forma está en la tiniebla diluida
por conservar tan sólo su propia estructura diáfana.

Este hondo son que agobia de levedad las hojas
se lleva la firme voluntad de mis sentidos
y en su vasto tumulto me difunde,
esencia y substancia puras —no medido—.

Toda la noche, toda, tu nombre y tu perfume
y mi ser no medido.
La muerte va pasando como una inútil brizna,
lejana (¡cuán lejana!).
Ah, si la noche fuera más inmensa.

 

LEÓN ZAFIR

 


 

La visión de la cruz

 

 

Mi cuarto de hospital; por la ventana
abierta a un horizonte comprimido
penetran los aromas que han dormido
sobre el verde tapiz de la sabana.

Hay un hilo de sol de la mañana
sobre el blancor de un muro suspendido,
y a consolar a un hombre dolorido
como una exhalación vuela una hermana.

Misión sentimental e incomprendida
la de estas religiosas, que la vida
cruzan cual leves ráfagas de luz,

llevando como símbolos de suerte,
una meditación: la de la muerte,
y una dulce visión: la de la cruz.


 

CARLOS VÁSQUEZ TAMAYO

 

  

 

Hablaría de mi igual y mi prójimo,
retendría sus dos nombres,
pasaría de uno a otro por no romper al simpar
Aun así algo se derriba,
caería a mi lado, sobre mis contornos y líneas,
me quedaría de golpe callado
A fin de no herir y no despertar,
pastorear algo más bien a su lado,
mi fraterno en zozobra y pavor,
mi otro habitante que desvía la sangre
El camino de mi igual,
la inclinación que elige la senda discreta
Para decirle e implorar
que no insista más y se aleje de mí,
ni tome el rumbo del que no se consiente
Supongo que ya entiende y guarda para después
las desapariciones que a todos acechan,
las leves resurrecciones que a nadie convencen

 

 

SAMUEL VÁSQUEZ

 

  

Habitación del silencio

 

 

El único pasado que habito es el de estrellas
apagadas que repiten su luz en el ónix de esta noche.
Habito una luna que sueña todo el día en un bosque
de yarumos. Habito un astro viejo e insolente que lee
en voz alta mi cuaderno. Habito una guerra que me
ha herido sin dar en el blanco. Habito un miedo
que me obliga a oír lo que no veo. Habito un eco sordo
que desconoce mi llamado. Habito costumbres
ancestrales que ignoro y que subvierto sin saberlo.
Habito la alta barca del sol que singla en el río de mi
sangre. Habito un olvido que me llama por mi
nombre. Habito la fe ajena de un paraíso
desahuciado. Habito un paisaje donde dios ha
olvidado su máscara. Habito un amor antiguo que no
termina de posarse en ella. Habito un verbo sagrado
que me cerró la puerta de su génesis sin manzanas.
Habito una lengua que usa palabras hechas de la
materia del sueño.

Escribo en el viento

puente

y cruzo a salvo
el abismo que me separa de mí.

 

 

JORGE ZALAMEA

 

  

Primer levantamiento del árbol genealógico de una estatua pascuana

(Variaciones sobre un antiguo mito de los indígenas de la isla de Pascua).

 

 

El agua marina se convirtió en espuma de playa;
la espuma se convirtió en hierba sobre la tierra;
la hierba se convirtió en liana sobre la roca;
la liana se convirtió en vena de la roca.

La golondrina marina se convirtió en gaviota:
negra era y se hizo toda blanca.

La gaviota blanca se convirtió en papagayo.
El papagayo arcoiris se convirtió en buitre;
el buitre se convirtió en milano de ocelado buche.

Del guano de estas transformaciones, se creó el murciélago.

El frote de la piedra engendró la chispa;
la chispa engendró la llama;
la llama engendró la lava.

Con la lava se hizo la estatua.

La estatua que tiene porosidad de espuma,
el óxido amarillo de la hierba,
el recio nervio de la liana,
la vena mineral de la roca,
el sucio blancor de la gaviota,
el escándalo del papagayo,
la taciturna voracidad del buitre,
el ojo cristalino del milano,
y la chispa,
la llama
y la lava.

Así nació la estatua
que nos mira sin vernos,
que nos acecha ignorándonos,
que nos amenaza sin temernos.

Muda,
quieta
la estatua
hecha de agua,
de pájaros,
de hierbas,
de metales…
Engendrado en silencio,
bajo el guano de los grandes murciélagos,
enigmas y misterios.

 

 

RAMÓN COTE

 

  

Cuándo decidí que ésta fuera mi ciudad

A Luis García Montero
Nada nos quedará si perdemos nuestras ruinas
Zgniew Herbert

 

 

Cuándo decidí que ésta fuera mi ciudad
ahora que cae una tormenta en la última semana
de septiembre, y que la niebla avanza
como un ejército sonámbulo desde los cerros
borrándolo todo, con la intención de someterla
al olvido, a la desaparición total,
al amargo exterminio de la memoria.

Uno se va enamorando con resignación de sus montes
y de su milagrosa luz metálica de un martes a mediodía,
y poco a poco se comprende que su desorden y sus basuras,
sus escombros en las calles y sus diarias demoliciones
se van pareciendo al propio corazón.

Cuánto nos parecemos a las ciudades que amamos
y cuánto nos vamos pareciendo a las ciudades que perdimos,
pero también cuánto nos consuela descubrir en ciertos momentos
que el mundo con todas sus ciudades
está siempre en el sitio donde estamos nosotros.

Observo desde la ventana del autobús las avenidas
inundadas este domingo ausente
y funeral, y con los zapatos y las medias empapadas
pienso en Luis a quien acabo de despedir en el hotel
Tequendama y que en pocas horas partirá a su país,
ya en el inicio de un otoño idéntico,
a la ciudad que también fuera mía
donde a finales de septiembre aún se puede escuchar,
como un dulce augurio que anticipa el naufragio,
el canto de las cigarras escapadas del verano
que se esconden entre los árboles del parque de Olavide.

Pero aquí estoy, sin sol a la vista,
en medio de lo que a la fuerza y por amor
y por costumbre elegí como mío,
sin más remedio que esperar
a que quizás en una calle cualquiera
aparezcan súbitamente todas las derrotas por venir,
y surjan a la vuelta de la esquina
todos los milagros aplazados.