sábado, 27 de julio de 2019


ANTONIO ALIBERTI





Uno aprende a entregarse poco a poco...



Uno aprende a entregarse poco a poco;
es una antigua costumbre de la piel,
casi una rutina permanente.

Ensaya los gestos más dramáticos,
los más inocentes,
altivos o distantes.

Finalmente consigue el ángulo perfecto,
y a ello sólo el tiempo contribuye.

Por eso —los muertos—
guardan una perfecta compostura.




ROBERTO PALENCIA




  
¿por qué escribo poesía?



Quizás porque así puedo ver             
lo intangible: luchar con dragones,     
jugar con las nubes, besar el cielo;     
darle vida a los que se han ido…         
Remontarme al pasado,                   
tener presente a los amigos...           
o en un segundo viajar al futuro.       
Ser en un instante                       
dueño del mundo,                         
dueño de las soluciones                 
de los infinitos problemas...           
ser dueño de las estrellas,             
o tal vez dueño de un arco iris.         
O así buscar el momento especial,       
para platicar con Dios; y escribir       
¡Gracias por un nuevo día!               
O también escribo poesía                 
para hablar de ella... describirla,     
y besarla hasta con la imaginación...   
tener presente su cuerpo,               
sus ojos, su boca; su bella boca...     
Y decirle te amo hasta la eternidad,     
con besos en todos los versos...          



IVÁN OÑATE





Biografía apócrifa de Borges

 a María Esther Vázquez



Madre
apiádate de Borges
el enamorado. Cuídalo
que no resbale. Tu niño está preso
de la peor de las cegueras,
esa que permite ver la luz
del otro lado, de todo
lado.

Luz que no pudieron sospechar
y peor
tocar las palabras.

Ayúdalo a vencer
los oscuros temores
que heredamos en la sangre y
esos otros,
más profundos y terribles,
que se esconden entre las páginas
de los libros.

Madre
consuélalo por la fatiga,
por el insensato propósito
de renunciar a ser Borges, aquel
en cuyos brazos
jamás desfalleció la mujer amada.

Anúnciale
que los materiales de un poeta
son la humillación y la angustia.
La convicción inexorable
de un destino desdichado.

Recuérdale
que conocerá la gloria. A su alrededor
se levantará un universo, un mundo
embellecido por su álgebra y por su fuego,
una ciudad
querida y detestada.

Una ciudad
donde millones de seres
tomarán el ascensor o el subterráneo
pero con la certeza
de haber perdido su destino.

Una ciudad
donde existe la única mujer. La única.
Y ella no lo ama.


De: “La nada sagrada”


JUAN CALZADILLA





Burocrático (12)



El camino se recorre a sí mismo.
No eres tú el que lo recorre.
Tú te recorres a ti mismo,
así transites de arriba abajo
dejando atrás linderos, cuerpos, orígenes.
No te hagas ilusiones pensando
que partes por regresas
que abres camino.
El tuyo comienza y concluye en ti mismo.
Y recorrerte es todo lo que haces.



MARIA MERCEDES CARRANZA




  
Una rosa para Dylan Thomas

“Murió tan extraña y trágicamente
como había vivido, preso de un caos
de palabras y pasiones sin freno… no
consiguió ser grande, pero fracasó
genialmente….”
D. T.



Se dice: “no quiero salvarme”
y sus palabras tienen la insolencia
del que decide que todo está perdido.
Como guiado por una certeza deslumbrante
camina sin eludir su abismo;
de nada le sirven ya los engaños
para sobrevivir una o dos mañana más:
conocer otro cuerpo entre las sábanas destendidas
y derretirse pálido sobre él
o reencontrarse con las palabras
y hacerlas decir para mentirse
o ser el otro por el tiempo que dura
la lucidez del alcohol en la sangre.
En la oscuridad apretada de su corazón
allí donde todo llega ya sin piel, voz, ni fecha
decide jugar a ser su propio héroe:
nada tocará sus pasiones y sus sueños;
no envejecerá entre cuatro paredes
dócil a las prohibiciones y a los ritos.
Ni el poder ni el dinero ni la gloria
merecen un instante de la inocencia que lo consume;
no cortará la cuerda que lleva atada al cuello.
Le bastó la dosis exacta de alcohol
para morir como mueren los grandes:
por un sueño que sólo ellos se atreven a soñar.



ROBINSON QUINTERO





El poeta da una vuelta al cielo



Surcan el bajo cielo de mi casa multitud de pájaros: bajan a los muros o se ponen a hacer nada en los árboles. Trotan sobre la hierba, pican el plátano de los cebaderos, vuelven al aire y se esfuman. Algunos se extravían buscando la ruta de la bandada y otro –como este– se estrella en el abismo de la ventana.
Un copetón alebrestado pegó hace días contra el remate del muro, rozó en su caída los palos del arbusto y dio pleno contra el piso. Lo miré: quiso embuchar aire abriendo el pico, pero algo que no sé decir con palabras, lo impidió.
Pasado un día se hinchó de agua; luego descuajó la entraña.