sábado, 5 de septiembre de 2020


RICARDO HERNÁNDEZ PEREIRA





No vengas a visitarme



No vengas a buscarme
por favor
no lo hagas
romperías el equilibrio de esta casa
que se sostiene de una pluma sobre el lago de mis demonios
se hundiría irremediablemente
entre el líquido de los muertos
un líquido lleno de deseos y sonrisas agridulces
uno lleno de piel y pestañas largas
con olor a pan
y legumbres podridas del refrigerador

Por eso
por favor
no vengas
realmente no es tan necesario
uno debe aprender a morir lento
y a coser su boca con alambre de púas
con púas de piel de cebra
con filos como labios de niños

No vengas
porque ya me acostumbré a no verte
y no te lo digo como un reproche
esto es todo, menos eso
te lo digo como un lamento del estómago
como un quejido de sueño
te lo digo porque ya memoricé todas las arrugas de mi cama
todas las grietas de mi techo
todas las erupciones de mi piel
con todo y sus escalofríos:
ya tengo una familia.

Solo no te sientas en la obligación de visitarme
yo entenderé
como siempre
que allá afuera hay un mundo qué salvar, cuentas qué pagar
que la gente siempre dice cosas bobas
que la vida es larga y siempre hay más tiempo que vida
solo que me recuerdes
solo eso me basta
porque un recuerdo también es una forma de existencia



ANNA VENTURA




Los esposos de piedra



Quizá la tortuga de Volterra
hable con los sarcófagos sumergidos
en la tierra mullida del jardín del museo.
Son siempre dos,
los esposos etruscos de ninguna belleza,
estrechos en una caja de piedra,
que no se aburren y ríen
con una sonrisa inexplicable y burlona.
El misterio etrusco no es la escritura,
ni su remota procedencia,
sino la terca tenacidad de sus matrimonios eternos.
Contra la dureza cuadrada
de estas cajas de piedra
se quiebra
y se vuelve serrín
lo rubio del oro sibarita.
Sumergido en la tierra, minúsculo,
el último sarcófago espera sobrevivir
al día del Juicio.
Tiene a los esposos comidos por el tiempo,
caídas las narices de piedra,
suspendida la sonrisa en sus bocas,
el hilo de plata de una solitaria babosa
los recorre y hacen guiños
en la sombra del matorral más escondido,
donde está el misterio del misterio,
la madriguera de la tortuga de Volterra.


Versión Carlos Vitale


SUSANA VÁZQUEZ




Huésped



En esta celda de nostalgias
  donde he sido una huésped solitaria
hormiga negra y roja
que carga su cuerpo
Se entreteje una corona
    de luz clara materializada en carne
Yo
Pretendiendo ser hostil
guardando eternidades
encontré tu alma
en la ceremonia de palabras sangrientas
La historia perdió la sombra
te alzas mi sed
en la puerta del arcano
He migrado a tu centro
brasa de los vértigos
Naceré de tu lado hambriento.


ANA TORRES LICÓN




Mi voz al margen de los Días



Entre el verano del desierto,
entre el ardiente viento de los cerros
que aspiran a bañar las dunas
entre las calles donde la ciudad deposita su beso de sombra
sobre el calor de las aceras.
Entre paredes cubiertas por la incertidumbre
y cuerpos que deambulan insatisfechos por el día y la cerveza.
Entre el aroma salobre donde la vida
transcurre lentamente erosionando los recuerdos.
Entre el cielo desnudo y calcinado,
blanco como la arena de las playas y las cuevas,
acariciado por el fulgor del sol constante.
Entre el asfalto, la resaca y los cerros altivos
con su ancianidad poderosa sobre los caseríos
y los insectos que reposan refugiados en los hogares.
Entre el rastro del humo expulsado por las bestias de metal
se despedazan los sueños de todos los que han muerto
y han vuelto a vivir y han vuelto a besar la muerte.
Canto la furia de que los cuerpos que parten
canto la nostalgia de los que despiden la magia
canto la tristeza que se alberga en las entrañas
canto la frustración incrustada en las células.
Mi canto es aliento que se extingue desnudo
bajo el sol calcinante.

Mis manos que se disuelven
en la acuarela de la melancolía,
errantes incendian los sueños,
para apacentar los rebaños.
Cada dedo mordisquea la penuria,
los nervios cabecean atados al alba
y balbucean murallas de luz.
Los nudillos se sumergen
en la dulzura del abismo,
que espeta como fuego.
Buscan ensartar las quimeras,
en aderezo lúgubre,
ávidas del baúl sonoro,
sedientas del color del deseo.
Al final, ya fatigadas tiñen
una ciudad en la que el desierto
oficia galas, que enlutan las espinas.
Mis manos reposan en mi vientre,
para convertirse en la raíz del mundo.


JORGE SUÁREZ




Décima



Mira tú qué territorio
entre tu pecho y el mío,
de sur a norte, baldío,
y en su centro, enterratorio.
Hay un cerco transitorio
que nos mantiene sin vuelo.
En la huerta de mi anhelo,
vieras tu, Juan, que locura,
tanta naranja madura
tanto limón por el suelo.



De: “Serenata”

JOHANNA CARVAJAL




Perséfone



El llanto entre ríos infinitos,
como ecos de extinción:
el hierro y su emoción
crean cadenas en mi pecho
llevándome así
al mundo subterráneo
de la pronta inmortalidad.