miércoles, 31 de agosto de 2022


 

TERESA MELO

 

 

La breve duración

 

 

Leí un largo poema de William Carlos Williams
sobre el amor y los asfódelos. Entre lo que ignoro,
tampoco sé qué cosa es el asfódelo. Otras flores tuve
y de otros poemas gusté y también tuve otras ignorancias.
Es cierto que los poemas colocan cosas sobre el mundo
y que hay personas que no gustan de ellos
ni del mundo,
aunque serían mejores si tuvieran
aquello que tienen los poemas.
¿Qué tienen los poemas, William Carlos Williams?
Provocan la desazón de lo desconocido,
el deseo de asir el humo que emana
de lo que creemos conocido.
Tuve esta flor, por ejemplo, hace años,
sobre la pared de una casa en la que estuve viviendo;
en su patio las orquídeas cubrían el lugar
donde antes estuvo la caseta de madera;
en la caseta de madera, el padre de mi amigo,
una mañana nada especial
amaneció colgado de las vigas.
Las orquídeas luego cubrieron el lugar
pero no borraron su aura de tragedia.

De entonces acá estas flores no perdieron hermosura,
pero igual son materia del suicidio.

Otra flor tuve que vi crecer bajo mi agua
—el lirio perenne descrito por Ariel—;
tenía pocas cosas, paredes alquiladas me servían de hogar:
todavía me sirven.
No tuve asfódelos, tuve éstas para mí.
Y de mí ellas no guardaron memoria.
Es vanidad de los poemas fijar los deseos del otro
y es vanidad de los poetas
creer que sus versos se fijan en el otro
como no lo hace la flor más que el tiempo
que le corresponde.
Si acaso guardaré algo para mí será lo mismo
que di a los otros que se me acercaron:
la breve duración de los asfódelos,
las orquídeas suicidas, los lirios de agua.

 

 

DORA ALONSO

 

  

Caballito de mar



Miniatura marinera,
filigrana de madera,
ámbar, jade verdemar.
Caballito de sal fina,
bailarín, aguamarina,
niño y joya de la mar.

 

 

JUANA BORRERO

 

  

Íntima

 

 

¿Quieres sondear la noche de mi espíritu?
Allá en el fondo oscuro de mi alma
hay un lugar donde jamás penetra
la clara luz del sol de la esperanza.
¡Pero no me preguntes lo que duerme
bajo el sudario de la sombra muda…;
detente allí junto al abismo y llora
como se llora al borde de las tumbas!

 

 

DOMINGO ALFONSO

 

 

 

En piel color tabaco

 


Do quiera camines

con tus nalgas, calcetines, y el dolor de muelas

metido en piel color tabaco.

Aunque olvides el barco negrero

el látigo y los cien filos que rebajan tu vida

saltarán a tus paredes

Aunque vivas en pasado mañana

alguien te colocará

con sucios letreros

toda la angustia del siglo dieciocho

queriendo herir tus ojos.

 

 

CARLOS OQUENDO DE AMAT

 

 


Aldeanita

 

 

Aldeanita de seda

ataré mi corazón
como una cinta a tus trenzas

Por que en una mañanita de cartón

(a este bueno aventurero de emociones)

Le diste el vaso de agua de tu cuerpo
y los dos reales de tus ojos nuevos

 

 

JOSÉ SANTOS CHOCANO

 



Ángelus

 

 

Ven, hermosa, a mi lado: los dos juntos,
desde el alto balcón, morir veremos
el sol, allá, en los últimos extremos,
de negro palio de argentados puntos.
Caronte fosco al golpe de sus remos
canta ya la canción de los difuntos:
y el pájaro agorero con su grito
conturba la apacible bienandanza,
mientras naufraga en sombra el infinito
triste como un amor sin esperanza…

Ven, hermosa, a mi lado: es el momento
en que la luz se junta con la sombra.
Mira: el sol rueda por la espesa alfombra
como un sultán caído de su asiento.

Es la hora de Dios: la tarde reza.
¡La hora en que la olímpica pereza
convida con mortal melancolía
a tomar la ceniza de tristeza,
después del carnaval de cada día!…

¿No es verdad que la tarde es triste y bella?
Es triste y bella como tú. Tu frente
tiene fulgor de vespertina estrella:
crepúsculo es tu espíritu inocente:
tarde que cae es la mudez sombría
con que sueñas angélicos placeres;
porque si eres un ángel, quizás eres
el ángel mismo que anunció a María…

Ven, lee: abierto el libro, deletrea.
Allá mira ese pálido lucero
que como un ojo mustio parpadea;
allá ese monte que se empina fiero.

Si sobre el monte está la nube, encima
de la nube el lucero: al fin repara
que, de los mundos en la eterna rima,
sobre la estrofa oscura está la clara.
¿Sonríes? ¿No es así? ¿Qué duda acaso
roza tus aguas con el ala al paso?

¿Y qué pregunta en tu razón nacida
cual llanto en el recién abierto broche?
Todo es luz. Una máscara es la noche:
no hay sombra más allá de tu pupila…

Tal vez, tal vez a la fijada hora
del cósmico reloj, el Bien fecundo
hará que, en coincidencia abrumadora,
cuando caiga la noche en este mundo
en los astros que ves… raye la aurora.

Cuánto dulce misterio, niña hermosa,
a los labios sedientos de la Tierra
brinda en cáliz de rosa
la Tarde, ¡esa crisálida que encierra
de la Noche la negra mariposa!

Cuánto dulce misterio
vaga sobre la cumbre de los montes,
se ensancha en los gloriosos horizontes,
pasa de un hemisferio a otro hemisferio.

La luz escapa de la noche oscura;
pero hay filos de luz en la tiniebla
como chispas de genio en la locura.
Cae el silencio a plomo. La Natura
de misterios fantásticos se puebla.
El monte es nicho; el árbol, esqueleto;
a lo lejos el viento que murmura
un no sé qué… ¡La tarde es un secreto!

Dime, ¿no te provoca
hacerte silenciosa y recogida
la señal de la cruz sobre la boca?
¿No sientes ansias de rezar? Acaso
no es raro que el espíritu desee,
cuando cae la tarde de la vida,
rezar también ¡porque la tarde cree!…

Reza, sí; que la tarde siempre sea
como ésta en que, a tu lado, el bardo aspira
a quemarte el incienso de la idea,
de sus estrofas en la sacra pira;
que a tu alrededor el perfumado ambiente
poblándose de notas de mi lira
hálito niegue a la profana gente
que en descompuesta atmósfera respira;
y que por fin te expliques el misterio
del sol, que, de hemisferio en hemisferio,
se hunde, y después con vigorosa mano
separa las tinieblas del oriente,
come Moisés las aguas del océano,
como tú los cabellos de tu frente…

Reza, sí: que tus manos entreunidas
a las mías estén, ¡ay! cuando empiece
la tarde al par de nuestras juntas vidas;
que tus manos sostengan y mis manos
la temblorosa cuna que te mece
con un grupo de arcángeles humanos;
y que así, cuando el Ángelus del alma
doble en el campanario de los sueños,
podamos ver con satisfecha calma
realizados al fin nuestros empeños,
y para hallar nuestra ambición cumplida,
podamos, amorosos y prolijos,
en la tarde feliz de nuestra vida,
ver nuestra aurora en nuestros propios hijos.