"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 25 de julio de 2021
MARIANA VIVEROS
Reconozco
el centro de tu mano
A Félix
Reconozco
el centro de tu mano
paisaje transformado con el tiempo,
escarpado.
Tú creías dar forma a la madera
pero sus largas tiras moldearon tu palma
al compás de una jarana
en mañanas soleadas de café y olor a barniz.
En el fondo de tu mano
se ahogaron mis obsesiones;
de él brotaron caudales de almíbar
y también ahí cayeron
una a una
lágrimas del adiós.
Runas, lunas, brumas
todo lo hallé en el centro de tu mano;
áspero tacto,
cálido refugio,
música antigua.
El centro de tu mano
ahora lleva una herida purpúrea
que pulsa y duele.
Quisiera poder sanarla
y retornar a ese hábitat,
plácida, liviana
como quien se sumerge en un río
una tarde de verano.
ARELY JIMÉNEZ
Memorial
I
Vine
a Xalapa para no saber de mi padre
que moría a lo lejos,
vine a buscarme entre la neblina.
Vine huyendo de la muerte
pero encontré
el otro extremo de un hueso.
II
Mi
madre dice que el verdor
se me quedó en los riñones,
como un musgo que los mata
mientras los llena de vegetación.
Mi madre afila en su lengua la misma amenaza,
de la que ya no hay nada qué temer
porque lo peor ya vino.
Ya vino la sed, este divorcio del agua.
Ya está acá el enfermo condenado
a ser su propio homicida,
a lamentarse de sí mismo
y a recibir todos los reclamos
porque no hay otro a quien reprocharle.
Mi madre afila un memento mori
un carpe diem, un eco de Kavafis
ella dice:
¿Qué acaso yo te dije que te fueras?
¿Te pedí que no creyeras en ningún dios?
¿Te pedí que imitaras a las piedras?
Y valen muy poco todos los hilos
que destejen las moiras,
y vale tan poco el índice de dios aplastándome
y no es nada este verdor contenido
como una fiera hambrienta de mis órganos.
III
Soy
demasiado joven para decir: quiero volver a Xalapa antes del final. Soy
demasiado ingenua, todavía estoy a los pies de mi propio cuerpo, todavía no
descifro su idioma.
Tampoco
he podido descifrar los eufemismos de los médicos, las palabras perdidas en sus
miradas. Me miran: mi cuerpo es sólo una cifra, roja o con asteriscos a un
lado. Todo está mal, dicen al fin.
Soy
demasiado joven, pienso.
AZUL SEGURA
Epígrafe
a Poema Cero
Sabrá
Dios cuántas veces me he transformado en humano
para llevar la carta
esperar el metro
responder correos
la
disforia después del rimel.
“Estación
Analco”
Si
Dios está sentado
si Dios está sentado a la derecha de mi padre
¡levántense y bajen a jugar conmigo!
porque su pinche juego es muy difícil.
Despertar para ponerse la máscara de buenos días
buenas tardes hasta luego “que le vaya bien” ¡en un momento lo atiendo!
Dar gracias a la vida
por un cigarro al final del turno.
“Estación:
Santa María”
Dios, en este
cuerpo hay alguien más omnipresente que tú
¿alguna
vez has tenido un ataque de pánico en el metro?
Dios,
no
tienes idea de cómo jugar a la “humanidad”.
JUAN CARLOS CABRERA PONS
La
Violinista
La
forjaron en la más oscura sombra
del húmedo rincón de una caverna.
Para que mejor supiéramos temerle,
hicieron de la violinista
una copia animada de su infierno:
sus ochos patas como los angostos
túneles al centro del prosoma.
Quien primero la miró, un solitario,
supo guardar distancia.
En una lengua aún no escuchada,
erigió para ella un monumento:
con los ojos quietos la nombró a r a ñ a.
Alejada
del resto, no quiso para sí
las geometrías en que reposan
el rocío y la luz de la mañana.
Antes buscó los rincones,
la insospechada esquina,
el hueco justo al borde de mi cabecera.
Y se quedó esperando. Ahí aprendió el silencio.
Ahí practicó el arte de esconderse. No
la hallaré esta noche. Y no perdona:
fiel a sí misma,
es tan callada que ni quita el sueño.
Y
como no llegara con su anatomía
a predecir mi insomnio, jamás
supe temerle ni por cerca ni por lejos.
Y al recostar las sienes casi al borde
de su esquina, me acosaron más bien
otros temores: no de su luz la sombra
sino el bochorno de las horas.
Cómo hubiera querido
que brillara sólo para mí el minuto
que es la vida. Que me alumbrara a mí: tú,
más que ninguno,
eres un singular entre la especie.
Calladita,
la violinista no distingue
las promesas del siglo.
Sabe que hay un segundo, el suyo,
que no perdona. Quizá esta noche
al fin descifre su caligrafía.
ADA ZOE
¡Hoy
hemos dibujado a una niña!
Hoy 15 de octubre dedico estas líneas a mi hija.
Siempre supe que eras niña.
Siempre supe que me harías muy feliz.
—Acércate
hijo,
ven,
pon tu manito en mi vientre.
Aquí,
mira, aquí dentro está tu hermanita.
¿Vamos
a dibujarla tú y yo?
le
dije dándole un beso.
—¿Y
se puede mamá?
—¡Claro
que sí hijo!, ya verás.
Y
los dos llenos de alegría, fuimos trazando en aquel papel
lo
que nuestros corazones nos iban dictando.
Así,
lentamente y llenos de asombro,
fue
surgiendo ese rostro tan deseado
que
ya latía en mi interior.
—¿Cómo
crees que serán sus ojos? le pregunté.
—¡Muy
grandes mamá!
Y la
dibujé con grandes ojos,
donde
las abejas en su volar dejaban su miel.
—¿Y
su carita hijo?
—Será
como los tomatitos rojos y su boquita de fresa dulce.
—¿Y
su pelo?
—Mamá,
su pelo será como un río de arena,
así
es como me la imagino yo.
¡Cuánta
dulzura en esa carita inocente que me miraba llena de misterio!
—¡Mamá,
se está moviendo, mira, tócala!
parece
que nos escucha.
—Sí
hijo, seguro que nos escucha.
—¿Y
estará contenta?
—Muy
contenta.
—Y...¿Cómo
será su risa mamá?
—Su
risa será como el canto del ruiseñor.
—Pero
mamá, no quiero que llore,
—No
te preocupes, hijo.
¡Te
prometo que será muy feliz!
Y
así, conversando los dos muy bajito y con esa ternura
que
lo envolvía todo, la veíamos en nuestra mente
con
sus pasitos torpes acariciando el suelo.
El
tiempo iba pasando muy dulcemente.
En
nuestra fantasía, jugábamos a la “Rueda Rueda”
llenándonos
de pan y canela y cogidos de las manos
girábamos
los tres sin cesar, alrededor del viento,
de
las flores y junto al mago de Oz,
buscábamos
ese “arco iris que estaba tan lejos,
mucho
más allá de las nubes.”
Así
y sin darnos cuenta, comenzamos
a
embriagarnos con la miel de las abejas,
con
el sabor de los tomatitos,
de
las fresas, y llenos de regocijo
nos
bañábamos en el río de arena.
¡Cuánta
felicidad acumulada en ese instante mágico!
—Hijo,
ya hemos dibujado a tu hermanita.
—¿Será
así, Mamá?
¿Será
cómo yo?
Tengo
muchos deseos de verla, de tocarla,
saber
si de verdad se parece al dibujo y... a mí.
—Seguro
hijo, así será, sin dudas.
¿Te
gustó dibujar a tu hermanita?
—Mucho
mamá.
—Mi
niño, ya hemos terminado,
hoy
por fin, hemos visto como será nuestra pequeña niña.
Ven,
dame un abrazo. Ahora los tres estamos muy juntitos.
Mírala,
quiere que le des un besito.
-¿De
verdad?
-
¡Cómo los quiero hijo!
-¡Y
yo, mamá!