domingo, 25 de julio de 2021


 

ALEJANDRO MASSA VARELA

 


 

 

el mar es cielo,
lavé mi corazón
en las estrellas

MARIANA VIVEROS

 

  

 

Reconozco el centro de tu mano

A Félix

 

  

Reconozco el centro de tu mano
paisaje transformado con el tiempo,
escarpado.
Tú creías dar forma a la madera
pero sus largas tiras moldearon tu palma
al compás de una jarana
en mañanas soleadas de café y olor a barniz.
En el fondo de tu mano
se ahogaron mis obsesiones;
de él brotaron caudales de almíbar
y también ahí cayeron
una a una
lágrimas del adiós.
Runas, lunas, brumas
todo lo hallé en el centro de tu mano;
áspero tacto,
cálido refugio,
música antigua.
El centro de tu mano
ahora lleva una herida purpúrea
que pulsa y duele.
Quisiera poder sanarla
y retornar a ese hábitat,
plácida, liviana
como quien se sumerge en un río
una tarde de verano.

 

ARELY JIMÉNEZ

 

 


 

Memorial

 

I

 

Vine a Xalapa para no saber de mi padre
que moría a lo lejos,
vine a buscarme entre la neblina.
Vine huyendo de la muerte
pero encontré
el otro extremo de un hueso.

 

 

II

 

Mi madre dice que el verdor
se me quedó en los riñones,
como un musgo que los mata
mientras los llena de vegetación.
Mi madre afila en su lengua la misma amenaza,
de la que ya no hay nada qué temer
porque lo peor ya vino.
Ya vino la sed, este divorcio del agua.
Ya está acá el enfermo condenado
a ser su propio homicida,
a lamentarse de sí mismo
y a recibir todos los reclamos
porque no hay otro a quien reprocharle.
Mi madre afila un memento mori
un carpe diem, un eco de Kavafis
ella dice:
¿Qué acaso yo te dije que te fueras?
¿Te pedí que no creyeras en ningún dios?
¿Te pedí que imitaras a las piedras?
Y valen muy poco todos los hilos
que destejen las moiras,
y vale tan poco el índice de dios aplastándome
y no es nada este verdor contenido
como una fiera hambrienta de mis órganos.

 

 

III

 

Soy demasiado joven para decir: quiero volver a Xalapa antes del final. Soy demasiado ingenua, todavía estoy a los pies de mi propio cuerpo, todavía no descifro su idioma.

 

Tampoco he podido descifrar los eufemismos de los médicos, las palabras perdidas en sus miradas. Me miran: mi cuerpo es sólo una cifra, roja o con asteriscos a un lado. Todo está mal, dicen al fin.

Soy demasiado joven, pienso.

 

 

AZUL SEGURA

 

 


 

Epígrafe a Poema Cero

 

 

 

Sabrá Dios cuántas veces me he transformado en humano
para llevar la carta
esperar el metro
responder correos

 

la disforia después del rimel.

 

“Estación Analco”

 

Si Dios está sentado
si Dios está sentado a la derecha de mi padre
¡levántense y bajen a jugar conmigo!
porque su pinche juego es muy difícil.
Despertar para ponerse la máscara de buenos días
buenas tardes hasta luego “que le vaya bien” ¡en un momento lo atiendo!
Dar gracias a la vida
por un cigarro al final del turno.

 

“Estación: Santa María”

 

                    Dios, en este cuerpo hay alguien más omnipresente que tú
                    ¿alguna vez has tenido un ataque de pánico en el metro?
                    Dios,
                     no tienes idea de cómo jugar a la “humanidad”.

 

JUAN CARLOS CABRERA PONS

 

 

 


La Violinista

 



La forjaron en la más oscura sombra
del húmedo rincón de una caverna.
Para que mejor supiéramos temerle,
hicieron de la violinista
una copia animada de su infierno:
sus ochos patas como los angostos
túneles al centro del prosoma.
Quien primero la miró, un solitario,
supo guardar distancia.
En una lengua aún no escuchada,
erigió para ella un monumento:
con los ojos quietos la nombró a r a ñ a.

 

Alejada del resto, no quiso para sí
las geometrías en que reposan
el rocío y la luz de la mañana.
Antes buscó los rincones,
la insospechada esquina,
el hueco justo al borde de mi cabecera.
Y se quedó esperando. Ahí aprendió el silencio.
Ahí practicó el arte de esconderse. No
la hallaré esta noche. Y no perdona:
fiel a sí misma,
es tan callada que ni quita el sueño.

 

Y como no llegara con su anatomía
a predecir mi insomnio, jamás
supe temerle ni por cerca ni por lejos.
Y al recostar las sienes casi al borde
de su esquina, me acosaron más bien
otros temores: no de su luz la sombra
sino el bochorno de las horas.
Cómo hubiera querido
que brillara sólo para mí el minuto
que es la vida. Que me alumbrara a mí: tú,
más que ninguno,
eres un singular entre la especie.

 

Calladita, la violinista no distingue
las promesas del siglo.
Sabe que hay un segundo, el suyo,
que no perdona. Quizá esta noche
al fin descifre su caligrafía.

 

 

ADA ZOE

 

 

 

¡Hoy hemos dibujado a una niña!

 

 

Hoy 15 de octubre dedico estas líneas a mi hija.
Siempre supe que eras niña.
Siempre supe que me harías muy feliz.

 

 

 

—Acércate hijo,

ven, pon tu manito en mi vientre.

Aquí, mira, aquí dentro está tu hermanita.

¿Vamos a dibujarla tú y yo?

le dije dándole un beso.

 

—¿Y se puede mamá?

—¡Claro que sí hijo!, ya verás.

 

Y los dos llenos de alegría, fuimos trazando en aquel papel

lo que nuestros corazones nos iban dictando.

 

Así, lentamente y llenos de asombro,

fue surgiendo ese rostro tan deseado

que ya latía en mi interior.

 

—¿Cómo crees que serán sus ojos?  le pregunté.

—¡Muy grandes mamá!

 

Y la dibujé con grandes ojos,

donde las abejas en su volar dejaban su miel.

 

—¿Y su carita hijo?

—Será como los tomatitos rojos y su boquita de fresa dulce.

—¿Y su pelo?

—Mamá, su pelo será como un río de arena,

así es como me la imagino yo.

 

¡Cuánta dulzura en esa carita inocente que me miraba llena de misterio!

 

—¡Mamá, se está moviendo, mira, tócala!

parece que nos escucha.

—Sí hijo, seguro que nos escucha.

—¿Y estará contenta?

—Muy contenta.

—Y...¿Cómo será su risa mamá?

—Su risa será como el canto del ruiseñor.

—Pero mamá, no quiero que llore,

—No te preocupes, hijo.

¡Te prometo que será muy feliz!

 

Y así, conversando los dos muy bajito y con esa ternura

que lo envolvía todo, la veíamos en nuestra mente

con sus pasitos torpes acariciando el suelo.

 

El tiempo iba pasando muy dulcemente.

 

En nuestra fantasía, jugábamos a la “Rueda Rueda”

llenándonos de pan y canela y cogidos de las manos

girábamos los tres sin cesar, alrededor del viento,

de las flores y junto al mago de Oz,

buscábamos ese “arco iris que estaba tan lejos,

mucho más allá de las nubes.”

 

Así y sin darnos cuenta, comenzamos

a embriagarnos con la miel de las abejas,

con el sabor de los tomatitos,

de las fresas, y llenos de regocijo

nos bañábamos en el río de arena.

 

¡Cuánta felicidad acumulada en ese instante mágico!

 

—Hijo, ya hemos dibujado a tu hermanita.

—¿Será así, Mamá?

¿Será cómo yo?

Tengo muchos deseos de verla, de tocarla,

saber si de verdad se parece al dibujo y... a mí.

—Seguro hijo, así será, sin dudas.

¿Te gustó dibujar a tu hermanita?

—Mucho mamá.

—Mi niño, ya hemos terminado,

hoy por fin, hemos visto como será nuestra pequeña niña.

Ven, dame un abrazo. Ahora los tres estamos muy juntitos.

Mírala, quiere que le des un besito.

-¿De verdad?

- ¡Cómo los quiero hijo!

-¡Y yo, mamá!