jueves, 25 de septiembre de 2014

JOSÉ MARTÍ


 
Homagno

 
Homagno sin ventura
La hirsuta y retostada cabellera
Con sus pálidas manos se mesaba.
«Máscara soy, mentira soy, decía;
estas carnes y formas, estas barbas
y rostro, estas memorias de la bestia,
que como silla a lomo de caballo
sobre el alma oprimida echan y ajustan,
por el rayo de luz que el alma mía
en la sombra entrevé, -¡no son Homagno!
Mis ojos sólo, los míos caros ojos,
que me revelan mi disfraz, son míos,
queman, me queman, nunca duermen, oran,
y en mi rostro los siento y en el cielo,
y le cuentan de mí, y a mí dél cuentan.
¿Por qué, por qué, para cargar en ellos
un grano ruin de alpiste mal trojado
talló el creador mis colosales hombros?
Ando, pregunto, ruinas y cimientos
vuelco y sacudo; a sorbos delirantes
En la Creación, la madre de mil pechos,
Las fuentes todas de la vida aspiro:
Muerdo, atormento, beso las callosas
Manos de piedra que golpeo
Con demencia amorosa; su invisible
cabeza con las secas manos mías
acaricio y destrenzo; por la tierra
me tiendo compungido, y los confusos
pies, con mi llanto baño y con mis besos,
y en medio de la noche, palpitante,
con mis voraces ojos en el cráneo
y en sus órbitas anchas encendidos,
trémulo, en mí plegado, hambriento espero,
por si al próximo sol respuestas vienen: -Y
a cada nueva luz, - de igual enjuto
modo y ruin, la vida me aparece,
como gota de leche que en cansado
pezón, al terco ordeño, titubea, -como
carga de hormiga, - como taza
de agua añeja en la jaula de un jilguero.» -De
mordidas y rotas, ramos de uvas
estrujadas y negras, las ardientes
manos del triste Homagno parecían!
Y la tierra en silencio y una hermosa
voz de mi corazón, contestaron.

 

 

 

RUBÉN DARÍO


 
 
Cuando llegues a amar

 

Cuando llegues a amar, si no has amado,
Sabrás que en este mundo
Es el dolor más grande y más profundo
Ser a un tiempo feliz y desgraciado.

Corolario: el amor es un abismo
De luz y sombra, poesía y prosa,
Y en donde se hace la más cara cosa
Que es reír y llorar a un tiempo mismo.

Lo peor, lo más terrible,
Es que vivir sin él es imposible.

 

 

ENRIQUE GONZÁLEZ MARTÍNEZ



El alma en fuga

 
Buscaron al romper de la alborada,
mis brazos y mis ojos su presencia,
y sólo hallé, por signo de la ausencia,
el hueco de su sien en la almohada.

Oh, qué correr la angustia desatada,
qué ulular por el llano mi demencia,
qué husmear en los ámbitos la esencia
de la alígera planta perfumada!

Amigos que alabasteis su hermosura,
no a solas me dejéis en la amargura
del trance doloroso e imprevisto...

¡Escrutad el perfil del horizonte!
¡Batid los campos y talad el monte!
¡Decidme, por piedad, si la habéis visto!...

 

 

 

LEOPOLDO LUGONES



El astro propicio

 
Al rendirse tu intacta adolescencia,
emergió, con ingenuo desaliño,
tu delicado cuello, del corpiño
anchamente floreado. En la opulencia,

del salón solitario, mi cariño
te brindaba su equívoca indulgencia
sintiendo muy cercana la presencia
del duende familiar, rosa y armiño.

Como una cinta de cambiante falla,
tendía su color sobre la playa
la tarde. Disolvía tus sonrojos,

en insidiosas mieles mi sofisma,
y desde el cielo fraternal, la misma
estrella se miraba en nuestros ojos.

 

 

 

RICARDO JAIMES FREYRE


  

El alba

 

Las auroras pálidas,
que nacen entre penumbras misteriosas,
y enredados en las orlas de sus mantos
llevan jirones de sombra,
iluminan las montañas,
las crestas de las montañas rojas;
bañan las torres erguidas,
que saludan su aparición silenciosa,
con la voz de sus campanas
soñolienta y ronca;
ríen en las calles
dormidas de la ciudad populosa,
y se esparcen en los campos
donde el invierno respeta las amarillentas hojas.
Tienen perfumes de Oriente
las auroras;
los recogieron al paso, de las florestas ocultas
de una extraña Flora.
Tienen ritmos
y músicas armoniosas,
porque oyeron los gorjeos y los trinos de las aves
exóticas.

Su luz fría,
que conserva los jirones de la sombra,
enredóse, vacilante, de los lotos
en las anchas hojas.
Chispeó en las aguas dormidas,
las aguas del viejo Ganges, dormidas y silenciosas;
y las tribus de los árabes desiertos,
saludaron con plegarias a las pálidas auroras.
Los rostros de los errantes beduinos
se bañaron con arenas ardorosas,
y murmuraron las suras del Profeta
voces roncas.

Tendieron las suaves alas
sobre los mares de Jonia
y vieron surgir a Venus
de las suspirantes olas.
En las cimas,
donde las tinieblas eternas sobre las nieves se posan
vieron monstruos espantables
entre las rocas,
y las crines de los búfalos que huían
por la selva tenebrosa.
Reflejaron en la espada
simbólica,
que a la sombra de una encina
yacía olvidada y polvorosa.

Hay ensueños,
hay ensueños en las pálidas auroras...
Hay ensueños,
que se envuelven en sus jirones de sombra...
Sorprenden los amorosos
secretos de las nupciales alcobas,
y ponen pálidos tintes en los labios
donde el beso dejó huellas voluptuosas...

Y el Sol eleva su disco fulgurante
sobre la tierra, los aires y las suspirantes olas.

 

 

 

JOSÉ ASUNCIÓN SILVA


  

Asómate a mi alma...

                                                             De G. A. Bécquer

 

Asómate a mi alma
En momentos de calma,
Y tu imagen verás, sueño divino,
Temblar allí como en el fondo oscuro
De un lago cristalino.

  

Junio 28 de 1883