"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
martes, 13 de septiembre de 2022
DANTE GABRIEL ROSSETTI
Sueño
nupcial
Con
cálida aflicción, al fin se deshizo el largo beso:
y como las últimas gotas repentinas caen
del resplandeciente alero cuando la tormenta ha huido,
a solas vaciló el latir de sus corazones.
Sus pechos se apartaron, con el brotar abierto
de las flores nupciales a su lado, extendidas
desde el tallo unido, más aún sus bocas ardiendo
se acariciaron donde yacían separadas.
El
sopor los hundió más profundamente que la marea
de los sueños, y sus sueños los vieron sumergirse
y escapar. Delicadas sus almas flotaron de nuevo
por esplendores acuáticos, y, ahogados, grises
objetos del día; hasta que por un prodigio
de leños nuevos y corrientes él se despertó y más
se maravilló: pues ella estaba a su lado.
CHRISTINA ROSSETTI
Un
maizal verde
La
tierra era verde, el cielo era azul:
Yo vi y oí en una mañana de sol
Una alondra colgando entre los dos,
Una silueta que cantaba sobre los granos;
Y
justo debajo, en alegre compás,
Mariposas blancas agitaban las alas,
Y de todos modos la alondra se elevó,
Silenciosa se hundió y se elevó para cantar.
El
maizal extendió su tierno verde
Alrededor de mis pasos;
Yo sabía que había un nido oculto
Un secreto auditorio entre el millón de tallos.
Y al
detenerme para oír su voz,
Mientras se deslizaba el instante de sol,
Quizás su amante se sentaba, encantado,
A oír el final de aquella canción.
RÓMULO BUSTOS
Costumbre
de río
Morir
ahogado no es solo costumbre de río
El polvo al polvo. El polvo al agua
Quizás en otro barro amasado
DALIA ALONSO
Coro
de románticos
A partir de la zarzuela Doña Francisquita
Allí
donde una súplica de amor
es un poema gorjeado
y las estrellas tiemblan
tras las capas galantes,
son los perfumados pañuelos
la celosía de un confesionario
y las palabras del cortejo inician
un diminuendo dulce.
Acarician
las losas de la plaza
con un frufrú de faldas
y atardece dentro de cada pecho
un cielo sonrosado.
Las
palomas se arrullan
e imitan su tierno cantar.
MARÍA CODES
[Ahora
vivo en Greenwich, 14]
El
acto ajeno es carnada sangrante.
La mujer traga saliva atrapada
en el arrebato de lo que sucede
—algo relevante e íntimo—
tras la cerradura, en el otro cuarto
habitado del hotel:
la inminencia del mediodía.
Un
momento de espera inalterable
adopta el contraluz crepuscular de los sueños.
La absorta inmovilidad
denuncia la obsesión cruel
por el acoplamiento
noble coito de una mantis de atávico
instinto destructor.
Conversan
dos menhires en la isla
sobre la dócil tierra de labranza
donde descansa el féretro infantil
enraizado, invisible y espectral.
Suenan las campanas del Ángelus
a golpe de riñón.
Asida la carreta con dos manos
la cabeza desnuda
un lazo de vida invisible y seminal
como una repetición insensata
de piernas de mujer
y del delirio.
De: “Conservar
al vacío”
JUAN VICENTE PIQUERAS
Yo
que tú
Yo
que tú me amaría, llamaría,
no perdería tiempo, me diría que sí.
No dudaría más, escaparía.
Daría lo que tienes, lo que tengo,
por tener lo que das, lo que me dieras.
Me soltaría el pelo, lloraría
de gozo, cantaría descalza, bailaría,
le pondría a febrero un sol de agosto,
moriría de gusto, no pondría
ningún pero a este amor, inventaría
nombres y verbos nuevos, temblaría
de miedo ante la duda de que fuese
sólo un sueño, me iría
para siempre de ti, de allí, conmigo.
Yo que tú me amaría.
Me diría que sí, me faltaría
tiempo para correr hasta mis brazos,
o al menos, qué sé yo, respondería
a mis mensajes, a mis tentativas
de saber qué es de ti, me llamaría,
qué va a ser de nosotros, me daría
una señal de vida, yo que tú.
De:
“Qué hago yo aquí”
