lunes, 4 de septiembre de 2017


MARTHA ASUNCIÓN ALONSO




Los perros



Estoy llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Yo les grito: SIT !
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.


De: “La soledad criolla”



SAMUEL VÁZQUEZ

  


El tiempo corre y no se va de aquí



Cuando nadie me llama me llama el tiempo. Cuando nadie me visita me visita el tiempo. Cuando nadie me acompaña me acompaña el tiempo: no me suelta, se abraza a mi cuello, se agarra de mis pies, viaja aferrado a mi sombra y no se atrasa por veloz que yo escape. Cuando nadie se acuerda de mí él se acuerda, y me arrastra con decisión a su país en el que me siento extranjero. Me resisto, me repulso, me ralento, pero para él nunca es tarde.

No me olvida un instante, mas, a pesar de sus promesas, el tiempo no cura las heridas de mi nacimiento.


De: “La promesa de los pájaros”


IVÁN TUBAU




Pelopónissos

                                                                 Para Helena Roig



¿Has visto el mapa, Helena? hoy salimos de Espata
y vamos hacia el barco que zarpará de patra.
Como un acto de amor será el itinerario:
la cena en Kardará, la noche en Klitoría.


De: "La quijada de Orce"


VANESA PÉREZ-SAUQUILLO





Escucho los ladridos, distintamente,
pero nada sé de ese perro que arde
ni del dibujo de su huella por la tierra abrasada.

Reconozco a los que lo han mirado
frente a frente. Escucho sus historias.
He pasado varias veces la mano
ante sus ojos blancos desde entonces
y he sentido una llama calentarme los dedos.

Pero yo sólo escucho los ladridos.
Incluso cuando salen de mi boca.


Nada sé de poesía.


RAQUEL JADUSZLIWER





Ocurre en el medio de la noche 



Mi padre quedó atrás
tan pequeña la veo a mi madre en la distancia
que en todo caso soy yo quien debería alzarla
volver por ella a sus brazos infantes
consolarla de algo si pudiera
pero hace tanto que he partido hoy

los días suceden
se suceden
y cuanto más me acerco al medio de la noche
la noche sale al paso
me sorprende cada vez en una ciudad extraña

en cada una de esas ciudades
nunca he tenido padre
nunca he tenido madre
nunca he tenido hermanas ni hermanos

justo en el medio de la noche
vienen a saludarme pobladores de los suburbios
abren los ojos en la tierra
llevan y traen de lo desconocido
con recelo murmuran
dicen
otra huérfana
preguntan
no se entiende qué escribe la memoria

entonces ponen los ojos en el cielo
y me dedican un silencio póstumo.


De: “Los panes y los peces”



MANUEL CUAUTLE





Terminaste el tejido Penélope
en dónde está Odysseus
revisa el espacio del mar
manda tu hilado
incorpora tus colores

naturaleza que se encuentra
al horizonte
saciada de agua y sal
terreno libre
en el desierto navegable

despliega las agujas
lanza el silencio a su suerte
traduce los instantes
en lienzos para tus sueños
junta los enigmas
ilumina la oscuridad
con el brillo de tu piel
decora el exilio de las estrellas
oye las voces de la melancolía
penetra el cristal del espejo
emancípate de la tortura

no toques tus labios
émulos del deseo incontrolable

levanta el dedo índice
oráculo del cosmos
prístino guardián

esquila al tiempo


De: “Catarsis de la muerte”


YAEL DOMÍNGUEZ HERNÁNDEZ




Nasciturus (Iris Irene)



Hermosa Iris. De tu padre, el cabello ligeramente ondulado y suave como sus manos. La piel radiante, clara y sin heridas, así son las niñas concebidas frente a San Juan de Ulúa. Te doy mis pestañas largas, para que cuides esa mirada que perdí el día que nos conocimos.  Quería tenerte entre mis manos, antes de enseñarte a caminar, que tu primera palabra se convirtiera en mi motivo. Iris Irene sería tu nombre, el de una mujer valiente que crecería libre y zurda como la templanza. Acordamos enseñarte idiomas, de tus abuelos el español y los quince años de portugués que sólo papá sabía. Ya estabas formada en nuestros sueños. ¿Recuerdas cuando te llevamos a caminar tomados de las manos? Estuviste con nosotros frente al mar, pues ahí te bautizamos. Eres la chispa que comenzó el incendio;  tal vez nunca puedas mirarnos a los ojos, porque el amor que te creó ha muerto, no importa cómo, ni cuándo. No vendrás al cumplir los treinta, no se escribirá poesía con tu sonrisa, no te verás en mí. Te sueño todavía.