lunes, 4 de septiembre de 2017

YAEL DOMÍNGUEZ HERNÁNDEZ




Nasciturus (Iris Irene)



Hermosa Iris. De tu padre, el cabello ligeramente ondulado y suave como sus manos. La piel radiante, clara y sin heridas, así son las niñas concebidas frente a San Juan de Ulúa. Te doy mis pestañas largas, para que cuides esa mirada que perdí el día que nos conocimos.  Quería tenerte entre mis manos, antes de enseñarte a caminar, que tu primera palabra se convirtiera en mi motivo. Iris Irene sería tu nombre, el de una mujer valiente que crecería libre y zurda como la templanza. Acordamos enseñarte idiomas, de tus abuelos el español y los quince años de portugués que sólo papá sabía. Ya estabas formada en nuestros sueños. ¿Recuerdas cuando te llevamos a caminar tomados de las manos? Estuviste con nosotros frente al mar, pues ahí te bautizamos. Eres la chispa que comenzó el incendio;  tal vez nunca puedas mirarnos a los ojos, porque el amor que te creó ha muerto, no importa cómo, ni cuándo. No vendrás al cumplir los treinta, no se escribirá poesía con tu sonrisa, no te verás en mí. Te sueño todavía.




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