lunes, 1 de abril de 2019


GABRIEL CELAYA





De noche



Y la noche se eleva como música en ciernes,
y las estrellas brillan temblando de extinguirse,
y el frío, el claro frío,
el gran frío del mundo,
la poca realidad de cuanto veo y toco,
el poco amor que encuentro,
me mueven a buscarte,
mujer, en cierto bosque de latidos calientes.

Sólo tú, dulce mía,
dulce en los olores de savia espesa y fuerte,
sin palabras, muy cerca, palpitando conmigo,
sólo tú eres real en un mundo fingido;
y te toco, y te creo,
y eres cálida y suave matriz de realidades,
amante, amparo, madre,
o peso de la tierra que sólo en ti acaricio,
o presencia que aún dura cuando cierro los ojos,
fuera de mí, tan bella.


JUAN SANCHÉZ PELAEZ





Yo no seré explícito o enigmático o tú no serás la rosa...



Yo no seré explícito o enigmático o tú no serás la rosa
en fuga o la piedra dura qué locura
del hoy de mi ayer que en mi mañana a menudo hora tras
hora o sea esta noche
se apagan los miembros del diamante en los ojos de mi
amante
topo una gruta impenetrable
abro mi abecedario ovillo para que en mi ademán se
filtre la luz
y cual nos viéramos mi dama y yo yendo de paseo
buzos reclusos qué ebriedad qué risa
y la arena frágil del corazón
la redonda manzana en el agua de nuestros labios.


De: "Rasgos comunes"


TÉOPHILE GAUTIER





Lo que dicen las golondrinas



Aquí y allá se ven las secas hojas
sobre campos de hierba amarillenta;
desde el alba a la noche el viento es fresco,
éste es el fin del tiempo de verano.

Veo abrirse las flores que conserva
el jardín como un último tesoro:
quiere lucir la dalia su divisa,
la maravilla su dorada toca.

La lluvia en el estanque hace burbujas;
y tienen conciliábulos extraños
las golondrinas sobre los tejados:
¡Ya ha llegado el invierno con sus fríos!

Se reúnen por cientos con el fin
de llegar a un acuerdo sobre su éxodo.
Una dice: «Qué bien se está en Atenas,
viéndolo todo desde la muralla.

Todos los años voy allí y anido en
metopas del mismo Partenón.
En los frisos mi nido disimula
el hueco de una bala de cañón.»

Otra dice: «Yo tengo mi cuartito
en Esmirna, en el techo de un café;
sus granos de ámbar cuentan los hayíes
en el umbral que recalienta el sol.

Entro y salgo, avezada como estoy
a los rubios vapores de las pipas,
y entre mares humosos rozo siempre
los turbanes y feces al pasar.»

Ésta dice: «Yo habito en un triglifo,
en el frontón de un templo, allá en Baalbek;
allí me poso y me sujeto, encima
de mis crías de pico puntiagudo.»

Otra dice: «Sabed mi dirección:
Rodas, palacio de los caballeros;
cada invierno mi tienda se alza allí
en capiteles de negros pilares.»

Y la quinta: «Yo voy a descansar,
pues la edad no permite largos vuelos,
en las blancas terrazas que hay en Malta,
entre el azul del agua y el del cielo.»

La sexta: «¡Hay que ver qué bien se está
en El Cairo y sus altos minaretes!
Recubro con el barro un ornamento
y mi cuartel de invierno ya está listo.»

«Pues yo tengo mi nido», dice la última
«donde está la segunda catarata;
el exacto lugar está indicado
en el psen de un monarca de granito».

«Mañana cuántas leguas», dicen todas,
«nuestra bandada habrá dejado atrás,
pardas llanuras, picos blancos, mares
azules con bordados espumosos».

Entre tanto chillido y aleteo,
sobre estrechas cornisas de la altura,
conversan entre sí las golondrinas
viendo cómo la herrumbre invade el bosque.

Comprendo las palabras que se dicen
porque al fin el poeta es como un pájaro;
pero, ay, está cautivo, y sus impulsos
se rompen contra redes invisibles.

¡Alas quiero tener, dadme unas alas!,
como dice aquel cántico de Rückert,
para volar con ellas hacia el oro
del sol, hacia la primavera verde.


LUCILA NOGUEIRA





Movimientos de cuerdas en los remolcadores



Movimiento de cuerdas en los remolcadores
Hora europea de un calidoscópio de brumas
Dedos como submarinos entre sargazos
No es tan lejos
De Babilonia a Jerusalén

Ciudad- muelle de Saint-Nazaire
El atracar y partir de los navíos
Movimiento lento en agua quieta
Horizonte indefinido en el Loire
Balcón entre los andamios y las grúas
Éxtasis inesperado de las embarcaciones

Yo aquí soy solamente una extranjera
Y llevo la marca de la casualidad
Yo soy la transeúnte forastera
Y así como llegué debo partir

Yo soy aquí sólo la pasajera
Y por mas que me entregue
Permanecí ajena
Por más que te quiera
Yo soy farouche
Y esta ciudad es sólo mi trayecto
Foso muralla puente y centinela
Así como llegué debo volver

Nadie me saludará
Desde cualquier ventana
Aunque yo fuera
Muelle platónico de mí
Dimensión metafísica del sueño
Muelle metáfora del cuerpo pasaporte
Somos nosotros los barcos de esta noche
Muelle invisible de la resurrección


MARCO ANTONIO CAMPOS





La muchacha y el Danubio



Como rama al romperse en el invierno blanco,
corazón lloró a la estrella; triste era el olmo,
y hace muchos años; cuánta fuerza y fiereza
en la adolescencia sin dirección, quién se atrevería
a decir: "Por aquí pasó el vendaval"; Dios creció
las ramas y cortó las hojas para que supiéramos
de la felicidad, si la luz pasa. ¡Ah el Danubio!
Estrella lloraba el corazón. Ella era agua
que sabía a vino; donde llegaba se oía
la luz. Era la estrella en el invierno blanco.
Era blanca y hermosa como el pueblo donde nació.
Ella me queda, me vive en mí, me llama
como un remordimiento.
                                                                                 
                                                                                  1991


De: "Los adioses del forastero"

LOUIS ARAGON





Los viejos puentes



Yo pasé por los viejos puentes
Todo allí comenzó después

Una canción del tiempo ido
Habla de un herido doncel

De un traje que fué desceñido
Y de un desangrado clavel

Del castillo de un duque loco
De los negros cisnes de un rey

De la pradera donde canta
La eterna novia del ayer

Yo bebí el canto de las glorias
Falsas como una helada miel

El Loira arrastra mis recuerdos
Con el ejército francés

Con las armas ya disparadas
Y el llanto sin borrar también

Oh abandonada oh Francia mía!
Yo los viejos puentes pasé


Versión de: Andrés Holguín