miércoles, 31 de octubre de 2018


JULIA PRILUTZKY





Frente al misterio estoy, de nuevo alerta...



Frente al misterio estoy, de nuevo alerta,
frente al amor quizá, frente al oscuro
despertar sin urgencia y sin apuro.
pero la mano tiembla ante la puerta.

Yo creía estar muerta. Yo estoy muerta:
nada hay en mí tan cierto o tan seguro.
Pero crece mi sombra contra el muro
y la mano se extiende. Y está abierta.

¿Cómo será su amor –amor– conmigo,
cómo ha de ser: espectador, testigo
o superado actor del viejo drama?

¿Cómo será ese afán que me despoja,
su esperanza, su grito, su congoja,
y cómo las cenizas de su llama?

IBN HAZM





Duro es hoy para mí romper tu carta.
Pero, en cambio, el amor no hay quien lo rompa,
y mejor es que dure el amor y que se borre la tinta,
pues lo accesorio debe sacrificarse a lo principal.
¡En cuántas cartas está la muerte de quien las escribe,
sin que éste lo supiera cuando las trazaban sus dedos!


De: "Sobre la correspondencia"


FABIÁN RIVERA





(casa)



Por la mañana derribaron esta casa.  
Éramos vecinos del vacío. 
Nada, ni un solo ruido,  
pronunció al caer  
su estoica arquitectura. 
Aquella imagen ilumina mis altares 
y reconozco, desde entonces,  
que atesorar nuestro pasado ya no sirve: 

la lujuria del concreto no perdona. 



ANTONIO PLAZA





A una niña



Niña gentil que a la vida
despertaste alegre ayer,
como en Oriente despierta
la luz al amanecer.

Niña, que del oro cielo
viniste al mundo a caer,
como aljofarada gota
del nítido rosicler.

Y en inmaculada cuna
te remeciste después,
como ilusión que se mece
del sueño al dulce vaivén.

Niña de cabellos de oro
y de labios de clavel
Son de rosa tus mejillas
es de raso tu alba tez.

Es tu sonrisa inconsciente,
de ángel tu mirada es,
y como brilla una estrella
brilla el candor en tu sien.

Dichosa tú que del mundo
pasando vas el dintel,
sin sospechar que las flores
espinas tienen también.

En mi canto, bella niña,
le ruego al Dios de Israel,
que la virtud de tus años
tierno, en otros te dé.

Para que ese mundo, nunca,
con su lodo y fetidez,
ensucie de tu pureza
el blanquísimo glasé;

Qué siempre tú, mariposa
en primoroso vergel
hueles y en las flores halles
ánforas ricas de miel;

Que dé calor a tus alas
el santo sol de la fe,
y que jamás una espina
tus alas llegue a romper.

 


EFRAÍN HUERTA



  

XIX. Fracasado



Nunca
Pude
Llegar
A ser
Un buen actor
Siempre
Tuve
Muy mala
Drogadicción


ALEKSANDR PUSHKIN





Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche...



Terminó el día lluvioso; de la lluviosa noche
la sombra el cielo cubre con plomizo vestido.
Lo mismo que un espectro, detrás de la pineda,
              la luna, rodeada de niebla, ha aparecido.
Todo inspira en mi alma una angustia sombría.
Allá lejos la luna brilla en pleno fulgor;
allá el aire rezuma tibieza vespertina,
allá la mar agita su manto de esplendor
              bajo el azul del cielo.
Es el momento: ahora va ella por el monte
a las costas hundidas por las ruidosas olas.
              Allá, bajo unas peñas escondidas,
ahora está ella sentada, entristecida y sola.
Sola... delante de ella ninguno llora o sufre,
sus rodillas de besos nadie en éxtasis cubre.
Sola... sin que a los labios de amante alguno entregue
ni hombros, ni húmedos labios, ni sus senos de nieve.
De su amor celestial ninguno es digno.
¿No es Cierto? Sola estás... lloras... yo estoy tranquilo.
Pero si...


Versión de Eduardo Alonso Duengo

martes, 30 de octubre de 2018


THELMA NAVA





Tlatelolco 68



I

Es preciso decirlo todo,
porque la lluvia pertinaz y el tiempo de los niños
sobre los verdes prados nuevamente
podrían lograr que alguien olvide.
Nosotros no.
Los padres de los otros tampoco y los hijos y
los hermanos
que pueden contarnos las historias
y reconstruyan los nombres y vidas de sus muertos tampoco. 


II

Tlatelolco es una pequeña ciudad aterrada
que busca el nombre de sus muertos.
Los sobrevivientes no terminan de iniciar el éxodo.
Pequeña ciudad fantasma, húmeda y triste
a punto de derrumbarse si alguien se atreviera
a tocarla nuevamente.
Nada perdonaremos.
Rechazamos todo intento de justificación. 


III 

Miro pasar las ambulancias silenciosas una tras
otra
mientras aquí en el auto
un anciano que sangra y no comprende nada
está en mis manos. 


IV

Que no se olvide nada.
aunque pinten de nuevo los muros
y laven una y otra vez las piedras
y sean arrasados los prados incendiados con pólvora
para borrar, definitivamente
cualquier huella. 



Ellos ignoran que los muertos crecen,
que han echado raíces sobre las ruinas
aunque los hayan desaparecido
(para que nadie verifique cifras).
Todo ha sido invadido por la sangre.
Aún vuelan partículas por el aire que recuerda.
Es de esperarse nuevamente su visita.
Los asesinos siempre regresan al lugar del crimen.





JUAN EDUARDO CIRLOT





Cuando te contemplé ya estaba muerto...



Cuando te contemplé ya estaba muerto,
muerto como las hierbas, aunque crecen,
como los mares muertos, que son rocas.

Sólo lo que es eterno está en la vida,
aunque lo blanco eleva su belleza
sobre las formas grises de lo negro.

Y simula existir donde el no ser
extiende sus certezas transitorias:
Bronwyn, tu claridad no eternamente.


SULLY PRUDHOME





Los ojos



Negros o azules, amados todos, todos bellos.
¡Cuántos ojos que han visto la aurora
duermen hoy en el fondo de la tumba
mientras el sol continúa su carrera!

¡Cuántos ojos se han extasiado
contemplando la noche, más dulce que el día!
Y las estrellas siguen brillando,
pero los ojos se han cubierto de sombra.

¡Oh, no; no! ¡No es posible
que hayan perdido la mirada!
Sin duda se han vuelto hacia otro lado
para contemplar eso que llamamos lo invisible;
y así como los astros al ponerse,
aunque nos abandonen, siguen estando en el cielo,
las pupilas tienen también su ocaso,
pero no es cierto que se mueran.

Negros o azules, amados todos,
todos bellos, esos ojos que cerramos,
abiertos hoy a alguna aurora inmensa,
continúan viendo desde el otro lado de la tumba.


Versión de Max Grillo


ALVARO FIERRO





TUS manos, tu sonrisa, la suavidad de tus piernas, verte nacer palabras proscritas en la frente cuando no sabes cómo decirme que me deseas, mordisquearte el escote cuando se te acelera el otoño dentro y respirar te sirve para agarrarte a la vida.


De: “Colonizado corazón”


CARLOS CASTRO SAAVEDRA





El buque de los enamorados



Era un buque en el mar,
era el amor en medio de las olas inmensas,
y era mi soledad de navegante
y los peces oscuros de tus trenzas.

Pensaba en ti, soñaba
que iba contigo a perfumar los puertos,
y a sembrar anclas y constelaciones
en las frentes dormidas de los muertos.

Pero soñaba apenas, amor mío,
y las aguas furiosas me sacaban del sueño,
y a ti te separaban de mi costa
como una barca triste o como un leño.

El buque, el buque entero,
sin ti era un ataúd sobre las olas,
un herido flotando tristemente
sobre una muchedumbre de amapolas.

Me tambaleaba en medio de gaviotas,
me inclinaba hacia ti salobremente,
y las islas brillaban como lunas
sobre toda la noche de mi frente.

(Mar adentro no hay más que los recuerdos
y sal sobre mi piel, sobre la vida,
y el amor que pregunta por la sangre
y le responde el labio de una herida.).

A veces era lunes,
decían que era lunes mis hermanos,
y te veía venir sobre las olas
con toda la semana entre las manos.

El tiempo era tu ausencia,
el mar era la sombra de la tristeza mía,
y el buque era un naufragio
que se inclinaba y no se decidía.

Por la noche volaban las estrellas,
como peces dorados, por el cielo,
y yo pensaba que en la tierra firme
tú también contemplabas este vuelo.

El buque del amor, de los enamorados,
todavía navega por mis venas,
y levanta la espuma de mi sangre
y la pescadería de mis penas.

Un rumor de marea que no cesa
a pesar de los días y los pasos,
acomete la costa de mis besos
y los acantilados de mis brazos.

Escucha el buque, esposa,
acerca tus oídos a mi piel como flores,
y escucha el buque, el buque,
navegar por mis mares interiores.


SHAMSUDDIN HAFIZ





Recuerda



El día de amistad en que nos encontramos, recuerda;
Recuerda los días de fervoroso quebranto,
Recuerda.
El dolor en mi paladar es como veneno amargo:
El grito en nuestras fiestas: «¡Que sea grato!»,
Recuerda.
Puede que se hayan olvidado mis amigos;
Pero yo miles de veces ese gentío
Recuerdo.
Y ahora, por la cadena de la desgracia atado,
A los que agradecidos mi bien buscaron
Recuerdo.
Aunque mil ríos de mis ojos surjan,
Yo, Zindarud, que los jardineros cuidan
Recuerdo.
Y aplastado por inconsolable dolor,
Los que trajeron solaz a mi aflicción
Recuerdo.
No saldrán más secretos de los labios de Hafiz:
A los que los guardaron, ay de mí,
Recuerdo.


De "El despertar del amor"

Versión de Carmen Liaño

 


lunes, 29 de octubre de 2018


ROBERTO LÓPEZ MORENO





Meteoro



En tu pecho, Señor,
de áridas y abandonadas rutas
has colocado la primavera.
El musgo tierno crece en vericuetos
de esa longitud reseca,
anuncia la alegría de lo nuevo.
En ese pecho hay una muerte y una vida de continuo,
es una larga tierra de amor
que el corazón enciende y apaga.
Tu cuerpo es el palacio de Dios,
su adolorido domicilio y sin embargo florece.
Has colocado la primavera en tu pecho, Señor,
el manco que inventaste envuelto en fiebre está contento.
Su hipertermia no es de enfermo, es de libres.
El ignora que esa fiebre es coronada
por la estrella de Juliano,
por los que fueron corazón de hogueras,
por la imaginación rebelde.
Sólo es fiebre y arde hacia adelante.
Eso lo sabe, hacia adelante.

La luz se esconde tras columnas de la sombra divina.
En tu memoria sin que lo sepas arde Troya,
la desgracia,
arderán los últimos ensangrentados acales
en el aullido final de Tlatelolco
(no podremos beber de esta agua llena de salitre,
de sangre, de gusanos, visión de lo terrible).
En medio de la muerte tú, Señor, lanza hacia arriba.
Qué pronto el futuro es el pasado,
pero lento, más lento que lo lento, tú serás futuro,
esa es la forma de burlar el tiempo sujetándote a sus leyes.

No despiertes, Señor, hacia los cisnes,
quédate en el vuelo terrible de los buitres,
témelo, horrorízate de esas alas, pero ayuda a la limpieza
en medio del pavor, del aleteo sombrío.
Asiste al trabajo profiláctico,
abona el camino de la flor, el estallido que triunfa de la muerte.
El abismo desde tus ojos, señor,
es tu propio cuerpo, se ahonda en el vientre, ¡súrcalo!,
conviértelo en latido, que el abismo vuele.

La penumbra sobre la penumbra sobre la sobre
cantidad que produce el salto,
suma hechizada, magia que establece el trance,
lanza irguiéndose de carga, de divinizada sobrecarga.
Hoy que estás en la primavera voltea hacia tu pecho,
eje de equinoccios,
ahí de nuevo el manco que florece,
su fiebre es marejada de arpegias buganvilias
(de este hombre desgraciado tendrán noticias los venideros).
Hay una explosión de buganvilias clavada como un remo.

Cae la noche como un metal profundo,
no hay más carne que la noche, de ella hacemos día,
de su inevitable infinitud, de su eternidad presente,
de su masa henchida de rumores.
No cae la noche. Siempre ha sido a izquierda y derecha,
a lo arriba y a lo abajo.
Tiene la boca de la noche una tesis de dientes apretados,
destella mientras nos acogemos a su aquiescencia. Vivimos.

Pero también la noche es materia transformable,
cada niño que de su vientre nace en la Moebius curvatura
no encontrará el final que lo asesine,
permanecerá sin principio en la savia renovada del cosmos,
en la punta de tu lanza, con fatiga, sí,
pero sin sentencia de principios ni de conclusiones.
Niño de larga barba, espiral en la boca de dientes apretados,
reconoce el palmo de tu polvo novedoso,
de tu ancestro polvo por siempre renovado,
árdelo, preséntalo al hondo ojo de la sombra,
la ráfaga de ayer no ha nacido mañana todavía,
se alzará en tu lanza.

Desciende, Señor, a conocer la luz,
a rendirla con la magia azul del tacto,
ven y reconoce el rostro presentido,
encuentra que era cierto y fuerza
que te nombre montado en el ahí estar de la galaxia.
Ven a tocar el rostro de la luz,
su espectro tras la columna de sombra,
de él eres la partícula que somos,
ven,
desciende al punto en el que te ascendemos.
Mientras no mueras seguiremos vivos,
inermes, debajo del barro que nos cubra,
sólo erguidos en tu lanza,
más muertos que el sol que multiplica al buitre,
más vivos que la sombra del ala proyectada sobre el piso
tintando obrera rotación de hormigas.
Desde los muertos nacerán los vivos
para dar la eternidad al círculo.
Si cada montaña tiene de nuestros estremecimientos
somos nosotros solamente los del matrimonio con el cielo.
La piel adolorida de estrellas crea sus estatuas de sal,
sus estaturas, sus estatutos, sus estamentos.
Atrás el incendio, el cataclismo en perenne.

Entre más vemos, menos vemos, Señor,
sólo tus ojos abarcan la insensatez del rayo.
Desde el lampo tramo de tu cuerpo
devuelve tus ojos al poeta,
reintégrale su mano,
dale tu corazón de rita roca.
Hace años, en esta curva del espacio murió un hombre,
un puño de arterias que nacerá mañana.
Conocemos la historia, Señor, regresarás y serás miles.
Tu arma en ristre no será detenida por la sombra
porque de ella parte hacia los resplandores,
mucho tiene del ala del buitre,
del zopilote que vuela de su víctima
y se posa en el inmenso árbol oscuro
y lo carga de alas hasta iluminarlo.
Hace siglos aquí murió un hombre, yo soy su sueño,
la memoria del derrumbe que incubará el vuelo,
soy la memoria de la espuma, de las crestas del viento,
de la pica que marcó mis venas con muescas de ansia,
soy la sombra avanzando dentro de tu armadura.

Padre, presérvame del sol, quema, hiere,
yo, el nacido de la sombra te lo pide,
acércame a tu pecho viejo niño,
hijo indefenso, defiéndeme, protégeme, acógeme,
eleva tu amargo corazón sobre este lodo.
El sol es hijo de esta sangre negra,
con este fluir lo alimentamos diario.
¿De cuántas voces, de cuántos alaridos está formado el cosmos?
Ah, la enorme arca de silencios que murmuran.
Sentémonos un momento sobre el tiempo,
es hora de escuchar la palabra de los muertos,
hablemos, hablemos, hablemos hasta hacernos oír
por los que vamos a nacer mañana.

Los muertos no existen, Señor, lo sabemos,
los actuamos a diario, los hacemos decir, callar,
los movemos en cada pensamiento, adentro de la ropa y de la máscara,
los engendramos para su nacimiento de mañana,
para su muerte a la que habremos de asistir puntuales para que no mueran.
Los muertos no existen, lo sabemos, sólo somos suma.

La gran bóveda, la interminable, es una biblioteca,
en ella aprehendemos esta simetría.
Señor, hoy que colocaste primavera sobre magro lote
haz florecer el sexo de la idea en esta realidad que nos delinea.
El cosmos es congénito,
en él se abre en expansión continua la gruta del aroma.
Todo dolor busca su compañera, su complemento.
Dulcinea es congénita como el cosmos,
asúmela en tu lecho, ofrécele el perfume de Afrodita,
de Astarté, combate bifurcado.
Crécela, que entibie tus horarios tersos.
Que las diosas la escolten
para abrir la tumba de la vestal Urbina
y ya ungida por ambas,
le entregue en la insistencia de la carne
el homenaje de la vida.
En Dulcinea y Catalina deposita una gota de Friné.
Vamos, la libertad no nos encadene,
que ella misma se pueda dirigir a donde quiera.
El delirio de la carne es también fuerza,
complementa, Señor, tu arisca guerra.

¿Cómo puede medirse el miedo de los héroes?
¿En qué reloj de arena?
En la fábrica de rostros escogemos
el que mejor le va a nuestra medida.
En la fábrica de ruiseñores para los cuerpos de los muertos,
el muerto escoge cuál para su pecho.
En la fábrica de muertos el ruiseñor espera,
fluye dentro del reloj de arena.

Cadenas de eras apenas son un ciclo de sol,
no hay tiempo para aprender el idioma de las piedras,
no lo hay para el diálogo con troncos y arenales
y conocer la verdad de su existencia,
de su terca presencia entre la vida.
Si la sangre es fluir de hormigas
y el recuerdo nostalgia de elefantes,
ganemos el sol las veinticuatro horas con las que forja sus diástoles y sístoles.
No hay tiempo para aprender el idioma de las piedras.
Hay que ganarlo.

La entraña de la noche es sombra viva.
Yo vengo de la muerte, Señor, de su rostro helado,
el movimiento de la oscura entraña me arrojó a la vida,
de la sombra vengo y en ella hoy me multiplico,
soy ejércitos marchando sobre el polvo de Dios,
camino de Santiago, serpiente de nubes.
Soy el cuerpo de todos, su memoria,
soy tu lanza y tu derrota,
tu victoria final sobre los tiempos.

Sobre tu equino calcio a la intemperie cruzo el cosmos.
Yo, tu victoria final.
Señor, hoy que pusiste la primavera sobre tu pecho
recíbeme en tu sombra.
Surca el cielo la fiebre del manco que inventaste,
-Catalina y Dulcinea lo asisten-
somos ese bólido,
esa ansia de arder, prender al buitre y al albo ruiseñor
que lleva adentro.

Escúchanos, Señor, somos tu media imagen,
entre más lastimados más tu triunfo,
tu vuelo de cadenas,
tu alegría de heridas,
tu combustión, tu historia.
Hoy. Señor. Primavera. Pecho.
Acógenos.
Acéptanos.


Protégenos.
Recíbeme en tu sombra.
Vuela.




SERGIO GARCIA





Conclusión



La única verdad conocida,
lo único cierto que sabemos,
del 2 de octubre de 1968,
es que,
miembros del ejército mexicano
les dispararon a estudiantes,
en la plaza de las Tres Culturas,
del Conjunto Urbano de Nonoalco Tlatelolco.

MIGUEL RASH ISLA



  
Tu palidez



Tu noble palidez forma tu encanto:
es como aquella palidez extraña
del lirio matinal de la montaña
que al reflejo del sol sufre quebranto.

A veces logra esclarecerse tanto
que tu sutil respiración la empaña,
y otras adquiere, si la luz la baña,
la transparencia rútila del llanto.

Todo en mí se ilumina al contemplarte,
y, arrobado en tu faz, pienso que alguna
noche la luna te nevó al mirarte,

o que por rara y singular fortuna,
sintiéndose mujer, quiso imitarte
y osó tomar tu palidez la luna.


ROBERT DESNOS




Como una mano que en el instante de la muerte y del naufragio...




Como una mano que en el instante de la muerte y del naufragio
                     se levanta al modo de los rayos del sol poniente, así surgen
                     por todas partes tus miradas.
Quizá ya no haya tiempo, ya no haya tiempo para verme,
Pero   la   hoja   que   cae  y   la   rueda   que   gira   te   dirán   que   nada
                     perdura en la tierra,
Salvo el amor,
Y de esto quiero convencerme.
Botes de salvamento de colores rojizos,
Tempestades en fuga,
Un vals anticuado que se llevan   el tiempo  y   el viento por los
                     largos caminos del cielo.
Paisajes.
No quiero más abrazos que aquel al que aspiro,
Y muera el canto del gallo.
Como una mano que en el instante de la muerte se crispa, así
                    se oprime mi corazón.
Nunca he llorado desde que te conocí.
Quiero demasiado a mi amor para llorar.
Tú llorarás sobre mi tumba,
o yo sobre la tuya.
No será demasiado tarde.
Hasta mentiré. Diré que fuiste mi amante,
Y al final todo es tan absolutamente inútil,
A ti ya mí muy cerca nos espera la muerte.



UMBERTO SABA





Palabras



Palabras,
donde se reflejaba el alma del hombre
-desnuda y sorprendida- en los orígenes;
busco un ángulo en el mundo, un oasis
propicio en que lavaros con mi llanto
de la mentira que os ensucia. Juntos,
el cúmulo de recuerdos espantosos
se desharía como nieve al sol.


Versión de Jesús López Pacheco


PEDRO CASARIEGO






Biografía




                                                                                    1985
                             si
                                 alguna
                                               vez
                                                      muero
                   quiero azaleas encima de mí
                                quiero una ausencia de cruces
                                            azaleas encima de mí
 
                              si
                                  alguna
                                                vez
                                                        vivo
                    quiero azaleas para mis brazos
                                 quiero agua para las flores
                                              estrellas encima de mí


domingo, 28 de octubre de 2018


CRISTINA GÓMEZ





En memoria



Hoy amaneció el cielo
2 de octubre
como nuestro recuerdo
el odio y el amor
corren por el asfalto
como en aquella plaza
Hoy amaneció siendo
las 5:30 de la tarde
como nuestro recuerdo
el amor ha crecido por años
en cada rebeldía
en cada obrero en lucha
Hoy amaneció así
año sesenta y ocho
como nuestro recuerdo
el odio se convierte
en guerrilla
huelga en la fábrica
Hoy amaneció siendo
2 de octubre 5:30 p.m. año 68
como nuestro amor y nuestro odio
Tomaremos la calle
Como de julio a octubre
Con la esperanza a cuestas
No puede tanta sangre
lavarse con el tiempo
ni perder su sentido
No podrá el asesino
seguir en el silencio
alimentando el miedo.
de la
sangre,


JOSÉ LANDA





Un vaho invernal  
(Segunda variación de la neblina) 

Cuatro continentes heridos en mi pecho. Creía que conquistaría el mundo
Muhammad Al-Magut



Hay un vaho invernal que nos envuelve, 
que seduce, que invade los caminos 
del ayer y el mañana 
como si todo el año fuese un mismo diciembre.

Hay demasiado invierno en los caminos 
del tiempo, de la tierra, 
como palabras y conversaciones.

Digamos, pues, que el mundo, 
está comunicado 
por partículas de aire, por silencios y ruidos 
que mataron Babel,  
por un aire que va más allá de los puentes 
que apenas se distinguen a lo lejos
cuando se viaja en tren, 
y se olvidan las calles, la rutina
de la humedad y el polvo en los rincones 
de los días aciagos cuando todo es estático 
pese al gris movimiento de ciudades
que devoran la calma de la gente.

Hay demasiado invierno en los caminos, 
para el calor que adentro nos enciende
como lámparas viejas que arrinconó el otoño.
Subimos a los trenes, 
aliados contumaces del destino,
y puede que viajemos paralelos a riberas de ríos 
que son hijos de Heráclito el desnudo de instantes,
de relojes que apresen su espíritu de nómada.

Sopla el vaho del viaje contra las ventanillas,
empaña los cristales del ahora, 
del ayer y el mañana de este desplazamiento,
alza efigies de polvo en la trastienda
del cuerpo, los sentidos 
que madriguera son del pensamiento.

También digamos que en este trayecto, 
vemos hordas de imágenes y huellas, 
repúblicas enteras de sonidos 
que anidaron por mucho entre la ropa
y se afianzaron fuerte al equipaje 
de la memoria nuestra.

Muy a pesar de todos los vigías 
que recorren adentro los pasillos, 
y estaciones afuera,
algo que soslayamos nos detiene
y entonces otra gente se aprovecha 
para sumarse pronta
al tráfico infinito de este tren
que alguien imaginó como una flecha
en busca de algún blanco misterioso
más allá de los días y las horas
que secuestran ciudades y azuzan a viajeros
detrás de nuevos rumbos que inventar.

Hay un caos que impera en cualquier estación  
de ese mundo agorero, 
donde bajan y suben los viajantes
del inminente invierno que invade al porvenir.

Sobra decir la luz, 
mejor decir la bruma, las preguntas
de futuros arcanos 
que aguardan más allá del horizonte.
Es preferible entonces un poco de neblina
que ilumine este invierno cuyo vaho 
humedezca el azar de la mirada, 
sus placeres y miedos en caminos extraños 
que se vuelven moneda cotidiana.

El estupor recorre nuestras venas 
como rieles del tiempo. 
Atisbar hacia adentro no nos libra 
de tocar el afuera 
como la piel de vírgenes lloviznas.

Entonces el lenguaje, los sentidos, 
tejen un hilo que durante el día 
enreda al universo, y por la noche sirve 
de Lazarillo torpe que les indica búsquedas
–tal vez interminables, absurdas inclusive–,
sitios de los que nadie jamás ha comentado.

Y es que un vaho invernal se cuela en todas partes,
la cuestión es andar pese a su frío, 
reducirlo quizás a una voluta de humo 
que surja de cualquier cigarro Camel, 
dejarla en el andén del arrepentimiento,
mientras los ojos trazan en los rieles
un horizonte curvo y nada más, 
pese al vaho invernal que nos envuelva, 
que seduzca, que invada los caminos 
del ayer y el mañana como si todo el año 
fuese un mismo diciembre
y el tren fuera un instante 
que nos muestre fugaz el infinito. 


BENJAMÍN VALDIVIA




Ojo sobre la tarde



Arraigo en esta piedra de frente al horizonte.
Un solo sol se clava en los dos ojos.

Mis pies son estas piedras.
Mi sudor estos ríos.

Soy un árbol absorto en el paisaje.

Bosque para erigir una ciudad
o para construir un lecho.

Imperturbable
como las tapias más pacientes
espero en el silencio por los últimos rayos.

Pronto seré otra sombra,
algo menos que las piedras que piso.


De: “Llegar desde la Tierra”