miércoles, 5 de abril de 2017


CÉSAR DÁVILA ANDRADE




Tierra pura



Todo lo que pudo ser premio, duración
del premio como consistencia, y castigo
como recuerdo,                                
ya pasó —¡hijo mío!—. Ahora tú recibes
el espejo de señales de otras manos. Son médicos
que curan por potencias extrañas,
azogadas de terror para repetirte como nada,
pues quedas afuera.

Temblor es el recuerdo mientras agonizas
de cielo en cielo,
cayendo en el ascenso, porque tu dios
te alza para oírte sonar en cáscara y mortaja
y formas en deshielo.

La forma que fue tu patrimonio terrestre
sucedió sola en continuo aprendizaje
de tambores
sobre el sur del mundo,
allá donde tropeles se extenúan
en conquistas polvorosas.

Pareciera que duermes al despertar de ti
ante los olfatos de las bestias mayores
inclinadas sobre tu sepulcro,
que quieren izarte hacia su banquete,
pero sólo sonríen, untándose el hocico
en el gran candelabro de arcilla.

Y caes nuevamente en la tierra pura, desnudo.
Grano pelado,
premio de varas que llovieron
sobre tus huesos, para escogerlos
sobre el palmo creciente del estío.

Te detiene la tierra contra el fuego.
Esta es
tu repetición de cuerpo y cuerpo para las siembras
—como una ondulada música de óvalos—.

Penetra y recomienza,
como la planta de maíz que se enarbola
a sí misma
sobre la limpidez de un solo grano,
aquel que fue pensado para tallo
por la mente enterrada en cada foso.



FRANCISCO GONZÁLEZ DE LEÓN




Ceniza



La lluvia lenta
la lenta lluvia que se eterniza
bajo la tarde que muere en calma,
y en pertinacia tenaz, tamiza
lenta ceniza dentro del alma.

Yo mismo ignoro qué es lo que siento…
Todo es propicio para el momento:
bajo la lluvia que alza oraciones,
se oyen más claros los esquilones
de mi convento...
de ese convento de mi tristeza,
donde una monja suspira y reza.

Y a qué negarlo: pienso en su olvido...
¡Ah de las cosas que ya se han ido!
A qué negarlo:
aquel olvido yo se lo pago
con recordarlo.

Esta tristeza de duro ceño,
tras ultra vida será un gran sueño...
¿más cuándo?... ¿cuándo?...

Yo soy anhelo que va llorando;
yo soy complejo;
yo soy un niño dentro de un viejo.

La tarde enferma que muere en calma;
la lenta lluvia que se eterniza...
¡Cuánta ceniza dentro del alma!...


De: Voces de órgano




ALFREDO R. PLACENCIA





El mal turiferario



He salido, a la postre, muy mal turiferario.
Culpa fue de mi casa que no tuvo costumbre
ni de quemar incienso, ni de avivar la lumbre,
ni de andar de rodillas más de lo necesario.

Por eso chasqueó el látigo sobre la espalda mía,
y perdí para siempre la quietud de mi Valle,
y salí sentenciado a pasar todo el día
azotando la calle…

Se me doró la jaula por dorarme el castigo.
Yo me abrazo al oprobio de mi jaula y me digo:
"¿Qué adelanto con eso...?"
Aunque tenga la cárcel el varillaje de oro,
¿no será verdad siempre que está el pájaro preso…?
Me hace falta mi Valle, mi silencio que adoro
y aquel mi desamparo que iba siempre conmigo…
Me hace falta todo eso.
¡Al cabo era mi amigo…!

Mas, no extraño esta pena.
Hallo hasta necesario
el cúmulo de enormes desastres que me pasa.
Jamás supe de lumbre, nunca usé el incensario
ni nadie, que yo sepa, lo acostumbró en mi casa

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

No salgo del asombro en que caí.
¡Oh estupendo
horadar de la gota que siempre está cayendo…!



ISABEL FRAIRE





como un inmenso pétalo de mangolia
se despliega la luz de la mañana

no hay casas no hay pájaros
no hay bosques

el mundo
ha quedado vacío
hay solamente luz



ELSA LÓPEZ





No importa que la sangre corra formando mares,
que mis ojos se vuelvan de metal y de arena,
él gobierna y lo dice:
"Morirá quien yo quiera,
cuando yo lo desee y en el momento justo.
No importa si se ha vuelto del color de las nubes,
si es leopardo o serpiente.
Yo acabaré con él y con su mala estirpe.
Los guardianes me han dicho
que ahora tiene la forma de un alazán oscuro.
Pues bien, poco me importa,
que voy a hacerme un manto con sus crines de seda."

Eso dijo mi padre sin mirarme a los ojos.


De: "Tránsito"


VICENTE NÚÑEZ




Tres poemas

                                                   Homenaje a Pablo García Baena




I

Cuan largas, tortuosas, miserables e inútiles
son siempre las congojas del amante obstinado.
Su pensamiento yerra aunque acierte su instinto,
su corazón se aprieta de agresivos venablos
sin objeto, a no serlo de su propio veneno.
Pero es tanta su cómplice alianza con todo,
es tan fuerte su abrazo solitario al hastío
que se inmolan ligeros en fragmentos de gloria,
desnudos, en la hoguera de una pasión sin nombre.
Oh, qué yerta corona de pavesas altivas,
qué confín tan oscuro de heroicas cintas mustias.
Todo se prometía tan risueño, tan dulce...
Fueron tantos aquellos vehementes deseos...
Como raros y ajados estandartes de escarnio
flamean. Son beodos de elegantes maneras,
sordos a la ternura que ya no reconocen.


II

Cuando ayer me pediste que escribiera unos versos
de amor, para regalo de quien tú tanto amas,
sentí que no debía negarme a tu deseo,
pues con él me brindabas la ocasión, tal vez única
de revelarte todo el que por ti yo escondo.
Y así, cuando en el pecho de tu dulce criatura
mis palabras estallen como encendidas rosas,
yo no estaré del todo ausente a ese perfume.
Yo vibraré un instante tan cerca de vosotros
como de ti lo está, mientras viva, mi alma.


III

Esta hermosa sortija, cuyas piedras un día
fueron entre tus dedos mortecinos jacintos,
hoy me ciñe del vago recuerdo de tu carne,
del intenso y oscuro aroma de tu alma.
Quién, entonces, podía imaginarlo, amor mío:
alma y cuerpo en un solo y unísono destello.


De: "Poemas ancestrales"