miércoles, 24 de julio de 2019


JORGE EDUARDO EIELSON





Oda al invierno



El invierno es todo frutas y linternas
Olvidadas y esqueletos santos de palomas
En el bosque. El invierno besa, enamorado,
Los labios gloriosos de la vid con sus labios
De granizo, y se duerme sobre ella.
El invierno puede venir un día, blandamente,
Por el valle y, cual un fósforo en la mano,
Llevarse una vida a su ciudad como un ladrón.
El invierno enjoya al hombre tristemente,
El invierno lava tumbas de monarcas
Y mendigos, y corona el áureo y viejo otoño
Con un rayo de ceniza en la cabeza. Respetad
Al invierno, la antigüedad de sus plantas,
Su cetro de rocío en la espesura; respetad
Los rostros eternos de los árboles y el viento
En su dominio, cuando cesa todo en torno
Y él se inclina, carcomido y sonoro, como un piano
En un estanque o como un muerto en una tumba.


De: "Reinos"   


JOSÉ HOMERO


  


Amo a tó



Una creatura del devenir
Eso quería, dijo

Las relaciones inconclusas
El onomástico cada cuatro años
     Así tiene cinco

A mí me gustan
     No sus senos
Sus pezones
No
Sus pezones no me gustan
Tampoco sus muslos
     La cicatriz que no he visto e imagino
            un huevo que se ha frito demasiado
No
Me gusta su sonrisa
                                     o el gesto que acompaña su sonrisa
 También su ceño
                                     o sus párpados cuando los pliega recostada
me gusta no poseerla
                                     acostarme poseído
       Sentir que esa mirada escrutante me contempla y me imagina
    como ya no es posible verme o siquiera imaginarme
No me gustan sus abrazos sino sentir lo que rodean
  el aire o la fragancia de la crema humectante en su piel
Entre seguir aquí y salir a ella
      Allá
   Por Dios (Alá): Salgo bella
      Pero mira…¡cómo se parecen!
          Otra favorita: ¿y éstos… de dónde salieron?
No corro a su encuentro sino a desarticularla
   Debo recomponerla y armarme
Pedir la espada, ofrendar la espalda

      Amo a tó: Le pondremos amarilis
        mirabilis adminínculo

Le pondré un rostro, No, un nombre
    No
Le pondré

                         mi otra mejilla

Se llama como quieras
                                                                    Se quiere como llama
          La amo como al aura

(Como aura llamo:

                  matarili liri lon


JULIO CÉSAR TOLEDO





Poema avión



Estas palabras que lees
tienen estructura metálica y aspiran a poema,
quieren ser, en sentido estricto una aeronave.
Llámale avión, me da lo mismo;
lo importante aquí es
::::::::::::::::::::::::que vuele.

Lo vital es que el poema tenga alas,

asientos al menos para dos:
un piloto resulta imprescindible.
Que trabaje el torrente de sangre combustible,
que deje
en el espacio
su esencia hecha de humo;
que haga, en su pirueta,
una señal discreta que se pueda ver.

Intenta despegar este poema
con sus ruidos y sintaxis propulsoras,
ganar altura con los signos,
planear, acaso, en consecuencia de los verbos;
tal vez,
después de tu lectura,
monosílabo, se atreva a aterrizar.

El poema tiene por fin último volar
—mejor, ser vuelo—.

Y si algo transporta por los aires,
será más que palabras predispuestas,
habrá sido,
venturosa maquinaria,
un avión.



(RUDERR O EPÍLOGO)

Ya luego se verá, si se relee, que a veces
—depende también de las corrientes,
del piloto,
de la forma de leer.—
El poema no despega.



EDWIN MADRID





Fina y desvergonzada  Leuca, háblame de esa muchacha saltarina, más vivaz que ardillita de bosque, que escribe con gracia poemas lúbricos y candentes. Pues cierta noche, la muy bribona me mantuvo desnudo sobre la cama y ni siquiera se desprendió de la cinta que adorna su cabellera.


ROSABETTY MUÑOZ





La elevación



El vendaval que dejó la santa
                       al elevarse.
Despojada de sí.
Cerúleo el rostro.
Transformada y bella.
Me sorprendió encontrarla, al otro día
donde mismo. Cansada.
Con algunas arrugas cerca de los ojos
y, sobre todo,
subiendo desganada al pedestal.
Quiero decir (parecía)
cansada de la perfección
tratando de confundirse con los feligreses.



GABRIEL CELAYA





Tú que solo eres tú



Mi vicio, mi locura, mi alegría,
¡todavía muchacha!
Mi nunca suficientemente amada,
cámbiame los ojos si así quieres,
pónmelos de ira.
Es lo mismo. Me das vida.