Fina y desvergonzada
Leuca, háblame de esa muchacha saltarina, más vivaz que ardillita de bosque,
que escribe con gracia poemas lúbricos y candentes. Pues cierta noche, la muy
bribona me mantuvo desnudo sobre la cama y ni siquiera se desprendió de la
cinta que adorna su cabellera.
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