"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 18 de diciembre de 2019
PEDRO GANDIA
Poeta tebano hacia el 422 A.C.
He sido báculo de las musas, dulce
recipiente sonoro de himnos a los hombres
que, al son de flautas lidias, devenían
estatuas de dioses por mis versos.
Ahora, aquí, en Argos,
en el año noventa y seis de mi existencia,
solo abro ya la boca para cantar a Zeus
que, magnánimo, aún regala a mis ojos
la frescura y la gracia
de las brillantes formas adolescentes.
De: "Acrópolis"
LÉOPOLD SÉDAR SENGHOR
Canto de sombra
El
águila blanca de los mares, el águila del Templo me
raptó
más allá del continente.
Me
despierto, me interrogo, como el niño en los brazos
de
Kouss que tu llamas Pan.
Es
el grito salvaje del sol levante que hace estremecer
la
tierra
Tu
cabeza desnuda, nobleza de la piedra, tu cabeza debajo
de
los montes, el León debajo de los animales del establo
Cabeza
de pie, que me horada con sus ojos agudos.
Y
renazco de la tierra que fue mi madre.
He
aquí el Templo y el Espacio, entre nosotros precipicio
y
altitud
Como
tu orgullo que se yergue, porta-nieve, antaño de calor
humano
—En
él desaparezco, labrador recostado en la embriaguez
de
la cosecha madura.
Me
escabullo a lo largo de tus paredes, rostro escarpado.
El
mejor montañista está perdido. Ve la sangre de mis
manos
y mis rodillas
Como
una libación de sangre de mi orgullo antagonista,
diosa
con rostro de máscara.
¿Habré
de desatar las tempestades de todas las cavernas
mágicas
del desierto?
¿Juntar
las arenas de las cuatro esquinas del cielo vacío,
con
un fervor inmenso de saltamontes?
¿Y
después en un silencio inmemorial, el trabajo del frío
apocalíptico?
Se
deslizan ya tus palabras confusas de mujer, como
lamentos
de una dichosa miseria, no se sabe;
Y
las piedras, brusca y débil caída, van a tomar el
estrépito
de las cataratas.
Toda
victoria dura el instante del batir de una pestaña
que
proclama el irreparable duplicamiento.
Tú
fuiste africana en mi memoria antigua, como yo,
como
las nieves de los Atlas.
Manes
o manes de mis Padres,
Contemplad
su frente cubierta y el candor de su boca
adornada
de palomas sin mácula,
Comparad
su belleza y la de sus hijas.
Sus
párpados como el crepúsculo veloz y sus ojos vastos
que
se llenan de noche.
Sí,
es Clara, la abuela negra, de los ojos violetas
bajo
sus párpados de noche.
"Mi
amada, bajo la sombra de los taparrabos azules
Las
estrellas deshojan las flores de algodón de sus cápsulas
reventadas.
El
Señor de la maleza eres tú que has hecho callar la rebelión de los sonidos
sordos.
¡Mirad!
la niebla dulcemente se escurre en claras
gotitas
de leche fresca."
Escucha
mi voz singular que te canta en la sombra
Este
canto constelado del estallido de los cometas cantores
Yo
te canto este canto de sombra con voz nueva
Con
la voz vieja de la juventud de los mundos.
SILVIA EUGENIA CASTILLERO
La migala
Cosa curiosa este pequeño
hastío, durante el insomnio se instaló en la casa. Como una migala tibia es su
marcha; se oye sobre la tábula rasa de la noche escarbar y destejer su sombra
vaga. Pareciera que desmenuza los objetos. Si espías detrás de la puerta miras
cómo succiona de ellos la mísera vida. Después se aquieta.
De día semeja una flor,
negra magnolia abandonada. Si te acercas y le tocas un pétalo, crece
descomunal. Puedes voltear el cenicero y encerrarla: puño cortado la migala.
Cuando la crees vencida se
aproxima, percibes sus vellos junto a tu cuerpo, su boca sedosa cerca de tu
vientre. De gorgoteos inunda la casa, de un corazón rechupado que sale en
fragmentos; nudoso como tedio tejido a las paredes. No la ves, sientes sus
ventosas, sus parejas de patas sobre el muro. La exhalación muda encaja tan
hondo que nunca más vuelve la migala.
La buscas por el reverso de
la alfombra, entre los retratos y las cajas; esperas de noche mirar sus ojos,
anhelas en la cama un sudor. Sólo oyes crujir el dintel, una especie de pulso
que se acerca
JULIO TRUJILLO
Dragoncitos de Komodo
Con
las manos sobre la superficie de la mesa
mi
hijo me está explicando
cómo
atacan
los
dragones de Komodo:
“Se
acercan a su presa lenta,
pero
tan lentamente,
que
no parece que se están moviendo”
—y
su mano derecha se desplaza
(con
menos lentitud de la que él
seguramente
quisiera)
hacia
la incauta izquierda.
“De
repente
—la
mano se crispa un poco—,
de
un solo movimiento potentísimo
—dispara
una mano rauda—,
atrapan
con los dientes a su víctima”
—ya
envuelve una mano a la otra con furiosos
tendoncitos.
“Alcanzan
hasta 20
kilómetros
por hora en ese impulso”
—le
digo yo porque espié
la
página que él había estudiado.
Me
mira con asombro
pero
sé
que
le he robado un dato
y
que mi aportación científica es muy pobre
frente
a la caza contundente
que
me ofreció con sus manos.
ANA MARÍA FUSTER
el ruido del silencio al caer
¿escuchas
el silencio al caer?
frío,
vertical, cortante
como
una nostalgia
que
se niega a ser olvidada
el
silencio cae y ensordece las manos
mas
algunas palabras,
breves
como pequeñas bocas
se
escapan y comienza a roer el corazón
también
los recuerdos
migajas
de una lágrima sin apellido
¿escuchas
el silencio al caer?
tibio,
zigzagueante,
son
las sílabas que recorren tu cuerpo
succionan
sangre sueños deseos
hasta
que despertemos después de la muerte
Aun
así
ese
silencio insiste en nacernos una y otra vez
aunque
lloremos de hambre
de
abandonos
de
palabras
de
vida
ansiando
ser alimentados
letra
a letra piel a piel
¿escuchas
el silencio al caer?
¿cómo
caen la sangre la leche y nuestras luchas?
todas
son su voz esperanza amor
todas
son el poema
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