martes, 16 de julio de 2013

ATENA RODÓ




Territorialízame



Hurga en el terreno acuoso de mis concavidades
mantenme tuya, sostenida en el límite vertical de tus pliegues
cabalga mi cuerpo arrebatado en tus brazos
hazte dueña de mis poros y recovecos
hazme sábana de seda que cubra tu piel
rodean con tus labios cada trozo de geografía desenfrenada
así el néctar que sube por tus sentidos
se nutrirá de tu savia medular
cobrará vida el deseo y sus bemoles
se desbocará el corcel de tus ansias y pasiones
seré tu vestal, víctima y presa
me hincaré ante tu jubilosa sensualidad
me convertiré en tu hembra en celo
me trasformaré en hija de la casualidad
seré cautiva y cazadora
devoraré tus confines selváticos
amazonas seremos, amantes de las pieles
te haré mía entre besos caníbales
serás agua derramada en los montes venusianos
serás oasis de bocas angustiadas por amarse
te plasmaré en los colores eternos del ocaso
me agitaré en tus olas encabritadas
seré barco azotado por tu tempestad
caminarás por mi sendero mancillado
hundirás tus garras en la carne
morderé cada pedazo de lujuria
hasta quedar saciada de tu piel
hasta quedar exangüe sobre tu cuerpo satisfecho
y el hartazgo te llenará de orgásmicos colores
hasta re- simbolizar los espacios todos
hasta territorializar cada espacio de nuestras carnes.


FRANCISCO LUIS BERNÁRDEZ




La ciudad sin Laura



En la ciudad callada y sola mi voz despierta una
     profunda resonancia.
Mientras la noche va creciendo pronuncio un
     nombre y este nombre me acompaña.
La soledad es poderosa pero sucumbe ante mi voz
     enamorada.
No puede haber nada tan fuerte como una voz
     cuando esa voz es la del alma.
En el sonido con que suena siento el sonido de
     una música lejana.
Y en la energía remota que la mueve siento el calor de
     una remota llamarada.
Porque mi voz es una chispa de aquella hoguera
     que eterniza lo que abrasa.
Porque mi amor es una chispa de aquella hoguera
     que eterniza lo que abrasa.
Para poblar este desierto me basta y sobra con
     decir una palabra.
El dulce nombre que pronuncio para poblar este
     desierto es el de Laura.
Las cosas son inteligibles porque este nombre de mujer
     las ilumina.
Porque este nombre las arranca de las tinieblas en
     que estaban sumergidas.
Una por una recuperan su resplandor espiritual y
     resucitan.
Una por una se levantan con el candor y la belleza
     que teman.
La obscuridad desaparece mientras el sueño silencioso
     se disipa.
Por este nombre de los nombres hasta la muerte sin
     palabras tiene vida.
Ya no resuena entre las cosas el gran torrente de las
     noches y los días.
El tiempo calla y se detiene para escuchar esta perfecta
     melodía.
Mi vida entera permanece porque este nombre que
     recuerdo no me olvida.
Porque este nombre me sostiene con emoción desde su
     tierna lejanía.
Cuando mi boca lo ignoraba, la soledad era más honda
     que el silencio.
Cuando mi boca estaba muda, mi corazón era invisible
     como el viento.
Se conocía que vivía por la canción que lo tenía
     prisionero.
Pero vivía en otro mundo; para las cosas de este mundo
     estaba muerto.
Le pesadumbre de las horas era mas íntima que nunca
     en aquel tiempo.
Porque las noches eran largas; porque los días de las noches
     eran lentos.
La tierra estaba más obscura porque faltaban las estrellas
     en el cielo.
El manantial de donde brota la luz que alumbra el corazón
     estaba seco.
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este nombre que pronuncio
     en el desierto ?
¿Qué hubiera sido de mi vida sin este amor que me acompaña
     desde lejos?
Lejos está la dulce causa del corazón, de la cabeza y de la mano.
Pero su ausencia es la del río, que con la fuente que lo llora
     vive atado.
Nunca he sentido como ahora la vecindad de la mujer que estoy
     cantando.
Cuando el amor está presente no puede haber nada escondido
     ni lejano.
La luz del fuego que me alumbra ¿no es la que alumbra el corazón
     del ser amado ?
La llamarada que me quema ¿no es la del fuego en que se quema
     sin descanso?
Aunque las leguas se interponen entre nosotros, ya no pueden
     separarnos.
Porque el amor que vence al tiempo no puede estar sino a cubierto
     del espacio.
Entre la dicha y mi existencia la diferencia que hubo ayer se va
     borrando.
El ser que nombro es el que, siendo, me da una vida  sin dolor ni
     sobresalto.




RAFAEL DE LEÓN




Pena y alegría del amor

                                                    A José González Marín



Mira cómo se me pone
la piel, cuando te recuerdo...

Por la garganta me sube
un río de sangre fresco
de la herida que atraviesa
de parte a parte mi cuerpo.
Tengo clavos en las manos
y cuchillos en los dedos
y en mi sien una corona
hecha de alfileres negros.

Mira cómo se me pone
la piel cada vez que me acuerdo
que soy un hombre casao
y sin embargo, te quiero.
Entre tu casa y mi casa
hay un muro de silencio,
de ortigas y de chumberas,
de cal, de arena, de viento,
de madreselvas oscuras
y de vidrios en acecho.
Un muro para que nunca
lo pueda saltar el pueblo,
que está rondando la llave
que guarda nuestro secreto.
¡Y yo sé bien que me quieres!
¡Y tú sabes que te quiero!
¡Y lo sabemos los dos
y nadie puede saberlo!

¡Ay pena, penita, pena
de nuestro amor en silencio!
¡Ay, qué alegría, alegría
quererte como te quiero! 

Cuando por la noche a solas
me quedo con tu recuerdo,
derribaría la pared
que separa nuestro sueño,
rompería con mis manos
de tu cancela los hierros,
con tal de verme a tu vera,
tormento de mis tormentos,
y te estaría besando
hasta quitarte el aliento,
y luego,  qué se me daba
quedarme en tus brazos muerto.
¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero! 

Nuestro amor es agonía,
lucha, angustia, llanto, miedo,
muerte, pena, sangre, vida,
luna, rosa, sol y viento.
Es morirse a cada paso
y seguir viviendo luego,
con una espada de punta
siempre prendida del pecho.

Salgo de mi casa al campo
solo con tu pensamiento,
por acariciar a solas
la tela de aquel pañuelo
que se te cayó un domingo
cuando venías al pueblo
y que no te he dicho nunca,
mi vida, que yo lo tengo.
Y lo estrujo entre mis manos
lo mismo que un limón nuevo,
y miro tus iniciales
y las repito en silencio
para que ni el campo sepa
lo que yo te estoy queriendo.

Ayer, en la Plaza Nueva,
- vida, no vuelvas a hacerlo-
te vi besar a mi niño,
a mi niño, el más pequeño,
y cómo lo besarías,
¡ay, Virgen de los Remedios!
que fue la primera vez
que a mí me distes un beso.
Llegué corriendo a mi casa,
alcé a mi niño del suelo
y sin que nadie me viera,
como un ladrón en acecho,
en su cara de amapola
mordió mi boca tu beso. 

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!
Mira, pase lo que pase,
aunque se hunda el firmamento,
aunque tu nombre y el mío
lo pisoteen por el suelo,
aunque la tierra se abra
y aun cuando lo sepa el pueblo
y ponga nuestra bandera
de amor, a los cuatro vientos,
sígueme queriendo así,
tormento de mis tormentos.

¡Ay, qué alegría y qué pena
quererte como te quiero!





RUBÉN DARÍO





Amo, amas


Amar, amar, amar, amar siempre, con todo
el ser y con la tierra y con el cielo,
con lo claro del sol y lo oscuro del lodo;
amar por toda ciencia y amar por todo anhelo.

Y cuando la montaña de la vida
nos sea dura y larga y alta y llena de abismos,
amar la inmensidad que es de amor encendida
¡y arder en la fusión de nuestros pechos mismos!




AMADO NERVO



  
Ha mucho tiempo que te soñaba...


Ha mucho tiempo que te soñaba
así, vestida de blanco tul,
y al alma mía que te buscaba,
Ana, ¿qué miras? le preguntaba
como en el cuento de Barba azul.

Ha mucho tiempo que presentía
tus ojos negros como los ví,
y que, en mis horas de nostalgia,
la hermana Ana me respondía:
"Hay una virgen que viene a ti".

Y al vislumbrarte, febril, despierto,
tras de la ojiva del torreón,
después de haberse movido incierto,
como campana que toca a "muerto",
tocaba a "gloria" mi corazón.

Por fin, distinta me apareciste;
vibraron dianas en rededor,
huyó callada la Musa triste
y tú llegaste, viste y venciste
como el magnífico Emperador.

Hoy, mi esperanza que hacia ti corre,
que mira el cielo donde tú estés,
porque la gloria se le descorre,
ya no pregunta desde la torre:
Hermana Ana, ¿dime qué ves?

Hoy en mi noche tu luz impera,
veo tu rostro resplandecer,
y en mis ensueños sólo quisiera
enarbolarte como bandera
¡y a ti abrazado por ti vencer!




GONZALO OSSES VILCHES




Deseo



No vuelvas,
mejor no vuelvas.

Si lo haces,
me consumirá la pena,
arderé de rabia
y moriré de celos.

Porque yo sé
que si tú vuelves,
¿si alguna vez regresas?
será por mil razones
pero no será por mí.