"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
miércoles, 1 de julio de 2020
SAMUEL BECKETT
Da tagte es
redime
lo que reemplaza a los adioses
la
sábana de agua que navega en tu mano
a
quienes nada tienen ya para la tierra
y
el espejo sin niebla encima de tus ojos.
STÉPHANE MALLARMÉ
Fútil beneplácito
Por
sobre el ganado aturdido de los hombres
¡Princesa,
cómo envidio la suerte de esa Hebe
que
de la taza sube hasta tus labios grana!
Mas
quien no es ni aún abate, ni a desear se atreve
ver
su desnudo en rosa sobre tu porcelana.
Yo
no soy el cojín que dibuja tu codo
ni
el carmín de tus labios, ni tu borla empolvada,
ni
tu lindo abanico… Mas si a pesar de todo
me
has mirado tú, rubia por orfebres peinada,
nómbrame…
porque son tus sonrisas frambuesa
un
travieso rebaño de corderos, Princesa,
que
parecen corazones, rumian almas sumisas.
Nómbrame…
y que Cupido alado de un extraño
abanico
me pinte cuidando tu rebaño…
Princesa,
nómbrame pastor de tus sonrisas.
ROBERT BROWNING
Mi duquesa muerta
Ferrara.
Sobre
aquella pared, ved el retrato
de
mi Duquesa muerta; se diría
que
vive; prodigioso lo afirmo.
Aquí
aparece como un día Pandolfo
la
pintó con sus manos. Para verla,
¿no
queréis sentaros? Dije Pandolfo
que
nunca vio un extraño,
como
sois vos, en la silueta, el hondo
y
apasionado y serio encanto suyo,
sin
volverse hacia mi (pues la tela
que
la cubre por vos la he quitado,
y
nadie la toca sino yo) ansioso
de
interrogantes, si osaba, como el raro
prodigio
vino aquí; ya en otros
percibí
tal curiosidad. Señor, no sólo
de
su marido el aspecto en las mejillas
de
la Duquesa tonos tan alegres ponía.
Pandolfo
bromeaba a menudo diciendo:
La
manta de mi Señora cae demasiado
por
la fina muñeca; o bien:
El
arte pierde toda esperanza, impotente
será
para copiar ese desmayo de suavidad
que
muere en su garganta.
Galanterías
de ese tipo fueron suficientes
para
dar a sus mejillas esos alegres tonos.
Era
el suyo un corazón —no se cómo decirlo—
propenso
a la felicidad y al encanto fácil.
Encontraba
placer en todas las cosas,
y
sus ojos en todo se posaban. Todo era grato
para
ella, señor, mis alabanzas en su pecho;
las
luces del poniente, las cerezas que un necio
le
traía del huerto, adulador; el burro blanco
sobre
el cual cabalgaba en torno a la terraza;
cualquiera,
cualquier cosa su rumor
o
su elogio merecía. Daba gracias a todos —de alguna
manera,
no se cómo— y mi regalo de novecientos
años
de nobleza, con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién
burlaría tan ligera frivolidad?
Si
yo tuviera ingenio —que no tengo—
en
hablar, muy claro le hubiera dicho: En esto
sí
me disgustáis, o en esto os equivocáis.
Y
ella, si al verse corregida no mostraba
agudezas,
ni excusas os pedía. Señor, sonreiría,
sin
duda al verme tolerar; sin embargo
¿quién
toleró una sonrisa libre?
Siguió
aquello. Con una orden, todas acabaron
al
mismo tiempo sus sonrisas.
Observadla
aquí como en vida.
Levantaos
para contemplarla,
podemos
descender junto a nuestros amigos.
Os
repito que la notoria calidez del Conde,
vuestro
Señor; es buena garantía
de
que todas mis justas peticiones atenderá.
Más
os declaro que la sola hermosura de su hija
me
arrebata. Señor, bajemos juntos.
Ved
aquel Neptuno que va sobre un caballo de mar.
Una
pintura no del todo vulgar: obra de Claudio
de
Insbruck, en bronce para mí fundida.
WOLE SOYINKA
Conversación telefónica
El
precio parecía razonable, el lugar
indiferente.
La casera juró vivir
sin
prejuicios. Nada quedaba salvo
la
autoconfesión. “Madame”, advertí,
“Detesto
perder un viaje. Soy africano”
silencio.
Transmisión silenciada de
fingida
buena educación. Voz que llega
como
larga boquilla dorada y tubular, impregnada de lápiz labial
Fui
sorprendido por su vileza.
“Qué
tan oscuro?”… no había escuchado mal…
“¿Es
usted claro o muy oscuro?”
Hedor
a rancio vaho de refugio público para telefonear.
Cabina
roja, buzón rojo, rojo autobús doble
aplastando
el alquitrán. ¡Era real! Avergonzada
por
el silencio enfermizo, llevé al límite su
turbación
para suplicar explicación
ella,
considerada, cambió el tono
“¿Es
usted oscuro? ¿o muy claro?” advino la revelación
“Quiere
usted decir, como chocolate puro o con leche?”
Su
asentimiento fue clínico, rayando en la frialdad de la luz
Rápidamente,
una vez ajustada la longitud de onda,
escogí
Sepia Oeste-Africano- tras reflexionar dije:
“lo
certifica mi pasaporte” Silencio para un espectroscópico
vuelo
de ilusión, hasta que el acento de su sinceridad retumbó
con
fuerza en la bocina. ¿Cómo así? dijo condescendiente
“No
sé lo qué es”. “No del todo”
Facialmente,
soy moreno, pero madame, debería ver usted
el
resto de mí. Las palmas de mis manos, las plantas de mis pies
son
de un rubio oxigenado. la fricción lo ha causado-
torpemente
madame – por sentarme, mi trasero se ha tornado
Negro
Cuervo- ¡Un momento, madame! sintiendo
su
auricular elevarse al sonido del trueno
en
cuanto a mis orejas- “madame”, sugerí,
¿no
preferiría verlas usted misma?
WALLACE STEVENS
I
Entre
veinte montañas nevadas
Sólo
se movía
El
ojo de un mirlo.
De: “Trece formas de mirar
un mirlo”
LOUISE LABÉ
Bello mirar oscuro y extraviado…
Bello
mirar oscuro y extraviado,
cálido
suspirar, llantos vertidos,
días
de luz en vano amanecidos,
negras
noches que en vano se anhelaron;
triste
plañir, deseos obstinados,
derroches
de dolor, tiempo perdido,
muertes
mil que mil redes me han tendido,
males
que contra mí se han destinado.
Risa,
frente, cabellos, manos, dedos,
laúd
quejoso, voz, arco, vïola:
¡tantas
llamas que queman a una sola
mujer!
Me quejo a ti: con tantos fuegos
tanto
lugar del corazón me inflamas
y
ninguna centella a ti te alcanza.
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