Mi duquesa muerta
Ferrara.
Sobre
aquella pared, ved el retrato
de
mi Duquesa muerta; se diría
que
vive; prodigioso lo afirmo.
Aquí
aparece como un día Pandolfo
la
pintó con sus manos. Para verla,
¿no
queréis sentaros? Dije Pandolfo
que
nunca vio un extraño,
como
sois vos, en la silueta, el hondo
y
apasionado y serio encanto suyo,
sin
volverse hacia mi (pues la tela
que
la cubre por vos la he quitado,
y
nadie la toca sino yo) ansioso
de
interrogantes, si osaba, como el raro
prodigio
vino aquí; ya en otros
percibí
tal curiosidad. Señor, no sólo
de
su marido el aspecto en las mejillas
de
la Duquesa tonos tan alegres ponía.
Pandolfo
bromeaba a menudo diciendo:
La
manta de mi Señora cae demasiado
por
la fina muñeca; o bien:
El
arte pierde toda esperanza, impotente
será
para copiar ese desmayo de suavidad
que
muere en su garganta.
Galanterías
de ese tipo fueron suficientes
para
dar a sus mejillas esos alegres tonos.
Era
el suyo un corazón —no se cómo decirlo—
propenso
a la felicidad y al encanto fácil.
Encontraba
placer en todas las cosas,
y
sus ojos en todo se posaban. Todo era grato
para
ella, señor, mis alabanzas en su pecho;
las
luces del poniente, las cerezas que un necio
le
traía del huerto, adulador; el burro blanco
sobre
el cual cabalgaba en torno a la terraza;
cualquiera,
cualquier cosa su rumor
o
su elogio merecía. Daba gracias a todos —de alguna
manera,
no se cómo— y mi regalo de novecientos
años
de nobleza, con el don de cualquiera equiparaba.
¿Quién
burlaría tan ligera frivolidad?
Si
yo tuviera ingenio —que no tengo—
en
hablar, muy claro le hubiera dicho: En esto
sí
me disgustáis, o en esto os equivocáis.
Y
ella, si al verse corregida no mostraba
agudezas,
ni excusas os pedía. Señor, sonreiría,
sin
duda al verme tolerar; sin embargo
¿quién
toleró una sonrisa libre?
Siguió
aquello. Con una orden, todas acabaron
al
mismo tiempo sus sonrisas.
Observadla
aquí como en vida.
Levantaos
para contemplarla,
podemos
descender junto a nuestros amigos.
Os
repito que la notoria calidez del Conde,
vuestro
Señor; es buena garantía
de
que todas mis justas peticiones atenderá.
Más
os declaro que la sola hermosura de su hija
me
arrebata. Señor, bajemos juntos.
Ved
aquel Neptuno que va sobre un caballo de mar.
Una
pintura no del todo vulgar: obra de Claudio
de
Insbruck, en bronce para mí fundida.
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