"Un poema si no es una pedrada -y en la sien- es un fiambre de palabras muertas" Ramón Irigoyen
domingo, 31 de julio de 2022
WOLE SOYINKA
Temporada
El
moho es la madurez, el moho.
Y el
marchito maíz-pluma.
El
polen es el apareado-tiempo cuando tragamos
Tejiendo
una danza.
De
emplumadas flechas
La
hebra del maíz- tallo en aladas
Líneas
de luz. Y nos encantaba oír
Empalmadas
frases del viento, oír
Raspaduras
en el campo, donde el maíz-hoja
Perforaba
como astilla de bambú.
Ahora,
cosechadores nosotros,
En
espera del moho de borlas, dibujando
Largas
sombras del crepúsculo, enroscando
La
paja en la madera-humo. Tallos cargados
Llevando
el germen de la decadencia-esperamos
La
promesa del moho.
Versión
de Mario Bojórquez.
MIGUEL RAMOS CARRIÓN
El
seminarista de los ojos negros
Desde
la ventana de un casucho viejo
abierta en verano, cerrada en invierno
por vidrios verdosos y plomos espesos,
una salmantina de rubio cabello
y ojos que parecen pedazos de cielo,
mientas la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Baja la cabeza, sin erguir el cuerpo,
marchan en dos filas pausados y austeros,
sin más nota alegre sobre el traje negro
que la beca roja que ciñe su cuello,
y que por la espalda casi roza el suelo.
Un seminarista, entre todos ellos,
marcha siempre erguido, con aire resuelto.
La negra sotana dibuja su cuerpo
gallardo y airoso, flexible y esbelto.
Él, solo a hurtadillas y con el recelo
de que sus miradas observen los clérigos,
desde que en la calle vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio cabello
la mira muy fijo, con mirar intenso.
Y siempre que pasa le deja el recuerdo
de aquella mirada de sus ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el otoño luego,
y vienen las tardes plomizas de invierno.
Desde la ventana del casucho viejo
siempre sola y triste; rezando y cosiendo
una salmantina de rubio cabello
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
Pero no ve a todos: ve solo a uno de ellos,
su seminarista de los ojos negros;
cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa la niña que pide aquel cuerpo
marciales arreos.
Cuando en ella fija sus ojos abiertos
con vivas y audaces miradas de fuego,
parece decirla: -¡Te quiero!, ¡te quiero!,
¡Yo no he de ser cura, yo no puedo serlo!
¡Si yo no soy tuyo, me muero, me muero!
A la niña entonces se le oprime el pecho,
la labor suspende y olvida los rezos,
y ya vive sólo en su pensamiento
el seminarista de los ojos negros.
En una lluviosa mañana de inverno
la niña que alegre saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y fúnebres rezos;
por la angosta calle pasaba un entierro.
Un seminarista sin duda era el muerto;
pues, cuatro, llevaban en hombros el féretro,
con la beca roja por cima cubierto,
y sobre la beca, el bonete negro.
Con sus voces roncas cantaban los clérigos
los seminaristas iban en silencio
siempre en dos filas hacia el cementerio
como por las tardes al ir de paseo.
La niña angustiada miraba el cortejo
los conoce a todos a fuerza de verlos...
tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos...
el seminarista de los ojos negros.
Corriendo los años, pasó mucho tiempo...
y allá en la ventana del casucho viejo,
una pobre anciana de blancos cabellos,
con la tez rugosa y encorvado el cuerpo,
mientras la costura mezcla con el rezo,
ve todas las tardes pasar en silencio
los seminaristas que van de paseo.
La labor suspende, los mira, y al verlos
sus ojos azules ya tristes y muertos
vierten silenciosas lágrimas de hielo.
Sola, vieja y triste, aún guarda el recuerdo
del seminarista de los ojos negros...
LILIANE WOUTERS
Una
vez, una sola vez,
El
agua entre mis palmas,
La
sombra de la higuera sobre mi casa
Una
vez, una sola vez,
El
agua en mi lengua, el resplandor del sol
Entre
mis dedos.
He
vivido, pase lo que pase,
Este
momento de aire y de luz,
Esta
plenitud de sed.
JO SHAPCOTT
La
picadura
Cuando
la abeja reina furiosa dirija
al
enjambre hacia dentro del cuarto, no le azotes la puerta
no
lo dejes arrastrarse sobre las paredes, los muebles
y
los libros, como si fuera un decorado de pelusa en movimiento. No huyas
a la
ciudad, solo, a trabajar, hacia el viaje subterráneo.
El
piquete ya no es apis mellifera¹, ahora es vida
sin
abejas mieleras, sin un zumbido que llene los oídos
sin
un amarillo que llene las miradas. El piquete ya no repica
al
agitar su antena desgarrando
el
techo de la cámara de un panal que eclosiona. El piquete
ya
no es una colmena feral zumbando en la piedra
de
la pared de la casa, no hay olor a miel
cuando
pasas rozando. No hay abejas que te sigan, ni una sola,
y
ahí es donde sientes la picadura. El piquete ya no pica más.
Versión
de Violeta Orozco
1.- Apis
mellifera, nombre científico de la abeja común, desde el latín: abeja
lleva-miel.
ANDREI LANGA
El
día de las hojas
Las
hojas tienen su modo de ser, no se dan en espectáculo
Entidades
tímidas, de sólo dos caras, que dan forma a las ramas.
La
vista de fondo para unas flores sin pretensión de ser las preferidas.
Minúsculas
fábricas de clorofila, proceso de fotosíntesis cotidiano.
La
versión al español es del mismo autor Andrei Langa
MANUEL ASTUR
La
nube
Si
una pequeña nube que
pasa frente al sol
cambia así el universo
qué no cambiará una opinión.
