domingo, 28 de julio de 2013

GERARDO DIEGO




Ella



¿No la conocéis? Entonces
imaginadla, soñadla.
¿Quién será capaz de hacer
el retrato de la amada?

Yo sólo podría hablaros
vagamente de su lánguida
figura, de su aureola
triste, profunda y romántica.

Os diría que sus trenzas
rizadas sobre la espalda
son tan negras que iluminan
en la noche. Que cuando anda,

no parece que se apoya,
flota, navega, resbala...
Os hablaría de un gesto
muy suyo..., de sus palabras,

a la vez desdén y mimo,
a un tiempo reproche y lágrimas,
distantes como en un éxtasis,
como en un beso cercanas...

Pero no: cerrad los ojos,
imaginadla, soñadla,
reflejada en el cambiante
espejo de vuestra alma.




ISABEL FRAIRE





Desde el atardecer invulnerable…


[Después de ver Jules et Jim]


desde el atardecer invulnerable
               me mira fijamente
         fija por el recuerdo
                 tu mirada

inmóvil como el tiempo
              que se dice ha pasado
       como las estaciones
              inexorablemente sucesivas
                       e idénticas

fijos por el recuerdo tus dos ojos
               como la luna suspendida en alto
                       me contemplan

y yo cambio
               visto y desvisto caras y momentos
                       que van quedando inmóviles
               fijos en el atardecer invulnerable



JUAN BAÑUELOS




Donde sólo se habla del amor



A los hombres, a las mujeres
que aguardan vivir sin soledad,
al espeso camaleón callado como el agua,
al aire arisco (es el aire un pájaro atrapado),
a los que duermen mientras sostengo mi vigilia,
a la mujer sentada en la plaza vendiendo su silencio.
En fin, diciendo ciertas cosas reales
en una lengua unánime, amorosa;
a los niños que sueñan en las frutas
y a los que cantan canciones sin palabras en las noches
compartiendo la muerte con la muerte,
los invito a la vida
como un muchacho que ofrece una manzana,
me doy fuego
para que pasen bien estos días de invierno.
Porque una mujer se acuesta a mi lado
y amo al mundo



TOMÁS SEGOVIA





Palabras de allá



Salí y me entretuve afuera durando días y días;
noches sin noche ni día envuelto en un manto arable
hecho de todas las estaciones
contra la inclemencia de la intimidad.
El muro en que me apoyé, teñido de los matices
de todos los musgos del tiempo, era sin color
y era el espesor y el peso del tiempo.
Un intenso enjambre de oro estallaba
dispersándose en el aire claro y volvía a ser
el centelleo palpitante de oro de sus ondas irradiadas.
Lo que tocaban los ojos,
disuelto por la mirada se tornaba invisible;
y la mirada corría con el alborozo del ímpetu liberado;
pero danzaba, no huía, regresaba a danzar,
abrazaba en la dicha lo visible
que en su transparencia no se ocultaba,
se daba a ver pero abierto y desnudo 
a los ojos solos del abrazo.
Recogí del polvo unas palabras secas
(no eran éstas, ni eran otras que éstas) y les dije que sí.





VICENTE ALEIXANDRE




Ven, siempre ven



No te acerques. Tu frente, tu ardiente frente,
tu encendida frente,  las huellas de unos besos, 
ese resplandor que aún me da se siente si te acercas, 
ese resplandor contagioso que me queda en las manos, 
ese río luminoso en que hundo mis brazos, 
en el que casi no me atrevo a beber, por temor después
a ya una dura vida de lucero.  

No quiero que vivas en mí como vive la luz,  
con ese aislamiento de estrella que se une con su luz, 
a quien el amor se niega a través del espacio  
duro y azul que separa y no une,  
donde cada lucero inaccesible  
es una soledad que, gemebunda, envía su tristeza. 

La soledad destella en el mundo sin amor.  
La vida es una vívida corteza,  
una rugosa piel inmóvil  
donde el hombre no puede encontrar su descanso,  
por más que aplique su sueño contra un astro apagado. 

Pero tú no te acerques. Tu frente destellante,
carbón encendido que me arrebata a la  propia conciencia  
duelo fulgúreo en que de pronto siento la tentación de morir, 
de quemarme los labios con tu roce indeleble, 
de sentir mi carne deshacerse contra tu diamante abrasador. 

No te acerques, porque tu beso se prolonga
como el choque imposible de las estrellas,  
como el espacio que súbitamente se incendia,  
éter propagador donde la destrucción de los mundos  
es un único corazón que totalmente se abrasa. 

Ven, ven, ven como el carbón extinto oscuro
que encierra una muerte;  
ven como la noche ciega que me acerca su rostro;  
ven como los dos labios marcados por el rojo,  
por esa línea larga que funde los metales. 

Ven, ven, amor mío; ven, hermética frente, redondez casi rodante 
que luces como una órbita que va a morir en mis brazos, 
ven como dos ojos o dos profundas soledades, 
dos imperiosas llamadas de una hondura que no conozco. 

¡Ven, ven muerte, amor; ven pronto, te destruyo;  
ven, que quiero matar o amar o morir o darte todo;  
ven, que ruedas como liviana piedra,  
confundida como una luna que me pide mis rayos!  
 


ROSARIO CASTELLANOS




Destierro



Hablábamos la lengua
de los dioses, pero era también nuestro silencio
igual al de las piedras.
Éramos el abrazo de amor en que se unían
el cielo con la tierra.

No, no estábamos solos.
Sabíamos el linaje de cada uno
y los nombres de todos.
Ay, y nos encontrábamos como las muchas ramas
de la ceiba se encuentran en el tronco.

No era como ahora
que parecemos aventadas nubes
o dispersadas hojas.
Estábamos entonces cerca, apretados, juntos.
No era como ahora.