lunes, 14 de diciembre de 2020

VLADIMIR AMAYA

 

 

 

 

El Ayuwoki me cuenta una historia antes de dormir

 



Chusco, el perro que cayó del cielo:

de ojos asustados y cola torcida

nunca pensó que el plan era el abandono.

Creyó paseo, viaje al campo, caminata por las ciudades.

Muy pronto descubrió que los perros

no tienen alas ni les es permitido el retorno.

 

Metió su cabezota en un agujero

para protegerse de la lluvia

y de las burlas de los canarios en las jaulas vecinas.

Ese perro entendió lo que era ser hombre

porque tuvo miedo y se sintió lejos de su cálida costumbre.

Pero, desde una esquina,

oyó a la naturaleza pronunciar su nombre

y vio a lo lejos una perrita color marrón

comiendo sobras en un montículo de basura.

Chusco nunca antes se sintió tan a salvo y feliz

como ese día en que perdió el cielo.

Enamoróse  de aquella schnauzer caída en desgracia hace años,

y la persiguió por plaza y arrabales,

tanto, que olvidó

el cielo y su propia caída.

Y en los ojos de su compañera lanuda

descubrió que a los perros poco o nada

les importa regresar a ese cielo     de donde caen.

 

 

GEORG HEYM

 

 

 

Ofelia



I


Ratas de agua anidan en su pelo,
y anillos en sus manos, que como aletas son
sobre las olas; nada en la sombría
selva grande que en el agua reposa.

El sol postrero que va errante y a oscuras
se hunde profundamente en su cabeza.
¿Por qué murió? ¿Por qué tan sola nada
sobre el agua que enreda los helechos?

El viento acecha en los espesos juncos
como mano que espanta los murciélagos.
Húmedos por el agua, con sus alas sombrías
en el oscuro río se alzan como humo,

como nocturnas aves. Largas anguilas blanquecinas
sobre el pecho resbalan. Una luciérnaga aparece
en su frente. Sus hojas llora un sauce
sobre ella y su pena silenciosa.

 

 

II


Granos. Sembrados. Y el rojo sudor en la mitad del día.
Los amarillos vientos de los campos duermen silenciosos.
Ofelia quiere dormir, un pájaro, se acerca.
Le abrigan, blancas, las alas de los cisnes.

Los párpados azules sombrean dulcemente
y entre el aire que brilla en las guadañas
sueña en el carmesí de algún abrazo
sueño eterno en su eterna sepultura.

Pasa, vuelve a pasar. Donde la orilla sueña
con el bullicio de la ciudad, y el río blanco
rompe diques y el eco largamente
retumba. Donde se oye, río abajo,

el son de llenas calles. Repique de campanas.
El silbido de un tren. Lucha. Cae al oeste
sobre cristales empañados una sorda luz crepuscular
en que con brazos gigantescos una grúa amenaza,

tirano poderoso, la frente ennegrecida,
Moloc al que rodean sus siervos de rodillas.
Carga de puentes que atraviesan con pesadez el río
tal si lo encadenaran, dura condenación.

Nada invisible que acompañan las olas.
Pero allí donde cruza ahuyenta multitudes,
con grandes alas, un pesar profundo
que ambas orillas ensombrece a lo ancho.

Pasa, vuelve a pasar. Cuando se entrega tarde a la tiniebla
el alto día oeste del verano,
donde en el verde oscuro de los prados reposa
el cansancio sutil de la tarde lejana.

Lejos la arrastra el río, mientras se hunde
en luctuosos puertos invernales.
Tiempo abajo. Por entre eternidades
cuyo horizonte humea como fuego.

 

 

Versión de Ernst Edmund Keil
De: "Tres poetas expresionistas alemanes"

 

 

 

CARLOS LOPEZ NARVAEZ

 

 



Fanal




Roja dulzura, flor de miel y fuego,
sapiencia al rojo-blanco de tu boca;
lámpara alimentada con la loca
combustión de mi sangre y de tu ruego.

Fulva ensenada a cuyo fondo ciego
se lanza nuestro ser desde la roca
del sueño trunco... porque en vano invoca
piedad celeste o terrenal sosiego.

Cuando en la sombra pasional tu blanco
desnudo cuerpo fosforezca al roce
de mi beso -cantárida en tu flanco-

darás, ardida del fragor nocturno,
a la pradera lívida del goce
tu fulgor de maléfico Saturno.

 

RENÉE FERRER

 

 


Andinismo




Los labios suben; 
laboriosos, escalan las uñas, 
las rodillas 
-andinistas de fuego-, 
ávidos, se demoran en los pozos de sombra
que conceden la luz. 
La exploración se adentra 
entre el follaje hirsuto y la fuente pequeña. 
Se someten al hueso de un codo guerrillero, 
a la remota axila,
a la nuca en declive; 
hacen alto en las manos, 
manantial de arcanas vibraciones. 
La lengua los retiene 
en el desfiladero que aísla los pezones,
morados promontorios que erguidamente gimen. 
Poderosos ascienden el risco del latido, 
la inminencia de amar. 
el tembloroso aliento de las cumbres sedientas. 
Lentos, suben los labios
hacia el santuario del deseo, 
hasta la sonrosada quemazón que los espera. 


Noviembre de 1993

 

MÓNICA NEPOTE

 

 

 

El regreso

 


Conquistar la pluma y la caricia del sonido como quien vuelve a la casa del padre. Volver a esta hoja, desnuda ante la palabra y la razón del alfabeto, como una planta que ha decidido crecer a pesar del vidrio hundido en el calor terrestre. Construir de nuevo una ventana, la habitación y el orden del signo trazado en este mar blanco.

 

 

PIERRE LOUYS

 

 


 

Los senos




Dulce, blandamente
la túnica abrió;
y como se llevan
al ara de un dios
vívidas palomas
de terso plumón,
con su mano leve
los senos me dió.

-Ámalos -me dijo-
con igual pasión
con que yo los amo:
son niños en flor.
A ellos me entrego
cuando sóla estoy;
arrullos y mimos
sé para los dos.

Con leche los baño
y rayos de sol;
y son mis cabellos
el lino mejor
que calca y enjuga
su rojo botón.
Entre finas lanas
triunfa su primor;
yo los acaricio
con trémula voz.

Como en mis entrañas
nunca habrá un dolor,
sé tú el pequeñuelo,
busca su pezón.
Y como besarlos
jamás podré yo,
dáles en mi nombre
mil besos de amor.

 

 

Versión de Carlos López Narváez