martes, 10 de noviembre de 2015


HUGO GUTIÉRREZ VEGA




El emperador



Disciplinar al corazón,
impedirle inclinarse
hacia los desvaríos,
dejar que un ritmo estricto
ordene su camino.
La magia le hace daño
y lo corrompen
los sortilegios de la primavera.
Fue hecho para alentar el cuerpo
por un tiempo fijado
y son inadmisibles los eventos
que vengan a romper
este orden duro por lo inexplicable,
esta regla trivial que nos indica
llegar hasta la esquela,
a la nota luctuosa
y las coronas.
Acepto todo;
me conformo con mi puesto en la hierba
y respeto la ley,
mas no la cumplo.
Me escapo sin parar.
Hoy por ejemplo,
a pesar del invierno
abrí los ojos
bajo el sol de Gredos,
y por unos instantes
supe que quienes andan por la calle
—tú, yo y tú, "lector hipócrita"—
éramos inmortales,
que el dolor nunca ha sido
y que no es necesaria
la esperanza.




SILVINA OCAMPO





Sobre un mármol



Tantos recuerdos juntos en el viento,
tantos jardines juntos que recuerdan
sin nadie nadie ya que los recuerde,
tantas fuentes con ángeles, sirenas,
tritones o cupidos o pescados,
tanto mar en el sueño hecho de mármol,
tantas flores de caña ya perdidas
detrás de las mareas de los ríos
y un “moriré o no moriré muy pronto”
que dicen deshojadas margaritas
en lugar de "me quiere" o "no me quiere".

  

ALBERTO ÁNGEL MONTOYA




Éramos tres los caballeros



Éramos tres los caballeros. Uno
amaba el juego y la mujer. El otro
amaba la mujer y amaba el vino.
Yo amaba el vino, la mujer y el juego.

Íbamos por garitos y tabernas
jugando las sortijas
después de haber jugado las monedas.
Y en los amaneceres licenciosos
dejábamos al pie de la ruleta
la última sonrisa
y la última gema.

-Sobre el jardín en flor de las barajas
inventaba el zafiro una alba nueva-.

Bebíamos en copas repulidas
viejos vinos de rica procedencia,
o en los cálices rojos de las bocas
de las mujeres bellas,
vino de rojas uvas maduradas
al beso ardiente y la sensual promesa.

-Mujeres que una noche nos amaron
e hicieron más amarga nuestra pena-.

Éramos tres los caballeros. Uno,
jugador sin sortija y sin monedas,
se jugará la vida alguna noche
al dado con la trágica tahuresa.

Como fue su querer vivir de gala
en el vaivén de las mundanas fiestas,
a cambio de la flor luce en su traje
un estigma letal de adormideras.

Y bebe en el festín imaginario,
en la copa del día,
vino de albas siniestras.

El otro en un vagar hacia los vicios
y en busca de un licor que no ha existido
ni existirá jamás sobre la tierra,
llegó hasta el Monte de Piedad.

                                                  Un día
vertió en la copa su dolor, y plena
la copa de amargura, moribundo,
brindó por la bohemia.

Éramos tres los caballeros. Nadie
comprenderá en el mundo esa tristeza
que efluvia el fondo de las copas rotas
en que bebieron labios de doncellas,

ni el resignado hastío
que el grave azul de la sortija lleva.
-Éramos tres los caballeros... nadie
comprenderá jamás nuestra tristeza-.



RAFAEL ALBERTI




Retornos del amor en la noche triste



Ven, amor mío, ven, en esta noche
sola y triste de Italia. Son tus hombros
fuertes y bellos los que necesito.
Son tus preciosos brazos, la largura
maciza de tus muslos y ese arranque
de pierna, esa compacta
línea que te rodea y te suspende,
dichoso mar, abierta playa mía.
¿Cómo decirte, amor, en esta noche
solitaria de Génova, escuchando
el corazón azul del oleaje,
que eres tú la que vienes por la espuma?
Bésame, amor, en esta noche triste.
Te diré las palabras que mis labios,
de tanto amor, mi amor, no se atrevieron.
Amor mío, amor mío, es tu cabeza
de oro tendido junto a mí, su ardiente
bosque largo de otoño quien me escucha.
Óyeme, que te llamo. Vida mía,
sí, vida mía, vida mía sola.
¿De quién más, de quién más si solamente
puedo ser yo quien cante a tus oídos:
vida, vida, mi vida, vida mía?
¿Qué soy sin ti, mi amor? Dime qué fuera
sin ese fuerte y dulce muro blando
que me da luz cuando me da la sombra,
sueño, cuando se escapa de mis ojos.
Yo no puedo dormir. ¡Cuántas auroras,
oscuras, braceando en las tinieblas,
sin encontrarte, amor! ¡Cuántos amargos
golpes de sal, sin ti, contra mi boca!
¿Dónde estás? ¿Dónde estás? Dime, amor mío.
¿Me escuchas? ¿No me sientes
llegar como una lágrima llamándote,
por encima del mar, en esta noche?


JOSÉ MARÍA HINOJOSA




Siempre bella



Precisamente porque estaba sola
tendida en una rama de la noche
no quise vadear el arco iris
para unir en un beso nuestras voces.

Ella guardaba dentro de sus ojos
una pareja de palomas blancas,
ella tenía dentro de sus párpados
la nieve derretida de sus lágrimas.

Esta noche de seda, cómo cruje
y se hace toda ecos, a mi paso,
ocultando en sus pliegues las palabras
que escapan sin querer de nuestros labios.

Precisamente porque estaba sola
yo me había disuelto con el aire,
dejó volar aquel par de palomas.


De "Orillas de la Luz"



CÉSAR VALLEJO



  
Poema para ser leído y cantado



Sé que hay una persona
que me busca en su mano, día y noche,
encontrándome, a cada minuto, en su calzado.
¿Ignora que la noche está enterrada
con espuelas detrás de la cocina?

Sé que hay una persona compuesta de mis partes,
a la que integro cuando va mi talle
cabalgando en su exacta piedrecilla.
¿Ignora que a su cofre
no volverá moneda que salió con su retrato?

Sé el día,
pero el sol se me ha escapado;
sé el acto universal que hizo en su cama
con ajeno valor y esa agua tibia, cuya
superficial frecuencia es una mina.
¿Tan pequeña es, acaso, esa persona,
que hasta sus propios pies así la pisan?

Un gato es el lindero entre ella y yo,
al lado mismo de su tasa de agua.
La veo en las esquinas, se abre y cierra
su veste, antes palmera interrogante...
¿Qué podrá hacer sino cambiar de llanto?

Pero me busca y busca. ¡Es una historia!


1892