domingo, 3 de octubre de 2021


 

SEBASTIÁN KIRZNER

 


 

 

Supongamos que no,

Que no fue así,

Que nadie dijo,

Nadie indagó,

Lo que yo oí.

 

Supongamos que no,

Que nadie entró a mi casa,

La misma de mi madre,

En pleno día y escribió

Con aerosol en las paredes

De los pasillos,

La merca se paga;

Ni amenazaron con matarla,

Si no nos mudábamos del edificio,

Por culpa de tener un hijo,

Drogadicto, vago y poco proactivo.

 

Supongamos que no,

Que no progresó,

No se formó,

Ni concluyó,

Lo que perdí.

 

Supongamos que no,

Que nadie muere diariamente

Si no es de alguna gripe famosa,

Que a todo lo publico, aquí dentro,

Se lo termina tragando la tierra,

Que la mayoría de los

Poetas jóvenes argentinos,

Son piezas de un ajedrez mediocre,

Piezas de clase media,

Barnizadas con algo de estilo pop

Y no alcanzando nunca avanzar

Mas que un casillero a la vez.

 

Supongamos que no,

Que no se deshizo,

No supuró,

Ni detonó,

Lo que yo vi.

 

Supongamos que no,

Que no nos hizo mierda el desgano,

Que el pseudo arcángel que lleva encima

El típico empleado estatal protoperonista

No me afectó

Y que los últimos taxistas con los

Que hablé, no aseguraron que las madres

De plaza de mayo mentían

Y que los desaparecidos estaban en Miami,

Ni que hacia falta mano dura.

 

Supongamos que no,

Que no encontré tirada en la calle,

Una carpeta con pinturas de alguien

A quien no conozco,

pero estimo como un cercano

Ya que la obra sin cuerpo,

Es toda obra.

 

Supongamos que no,

Que no se mantuvo,

Nadie avanzo,

Nadie afirmó,

Lo que viví.

 

Supongamos que no,

Que no estuvieron los actos,

Ni las palabras,

Incluso supongamos,

Que tampoco estuvieron

Los momentos,

Los espacios,

Los lenguajes.

 

Supongamos que no ha quedado nada,

Ni siquiera la duda.

 

Supongamos

Que

Finalmente

Hemos

Sido

Soldados

A

La

Misma

Estructura,

Que ya no tiene

Sentido,

Discutir los comos

O los porques

Y que el agua

Que bebemos

No es más,

Que un sistema

Digital

Con colorante.

 

Supongamos

Que esta noche estrellada,

Antes de vernos las caras,

Ya era cuarto menguante,

Que las fibras de tu ropa

No son las mismas que fueron antes,

Que la gente de tu barrió

Se detienen al mismo instante,

Que la tierra girando

Nunca fue para delante,

Que con los rezos que gritas

No haces más que arrodillarte,

Que el eco del poema

Es el arte de los amantes,

Que los sueños de unos pocos

Son la cuna de gigantes,

Que los crímenes de guerra

Los pagan los estudiantes,

Que intentar conmoverte con esto

Es como tratar de volver el carbón en diamantes.

 

 

JUAN MARCELINO RUÍZ

 

 

Martha

 

 

Martha

jamás necesitó de un ritmo de palmeras

le bastaron las calles polvorientas

de mi pueblo dibujado en el desierto.

Todas las tardes cruzaba por la plaza

como un alfil blanco

rozando apenas el tablero.

Rubio deseo compartido

por más de treinta adolescentes.

Algunos, los más grandes

juraban haberla disfrutado

en las tapias de lo que fue el correo

los otros, tan sólo queríamos crecer por ella.

Las calles de pronto parecieron muy estrechas

para el crecimiento anormal de sus caderas,

nos dejó con las ganas de crecer

y con la cálida humedad de la vergüenza

corriendo entre los dedos.

 

LEO LOBOS

 

 


 

No pidas frutos al árbol que no riegas


Así como el queso atrae a las ratas, las competencias, deportivas o guerreras, atraen a los humanos que no se han liberado de su egoísmo.
Alejandro Jodorowsky

 

Rodeada de relámpagos es el rayo quien te besa
Georges Bataille



 

No pidas frutos al árbol que no riegas
No pidas nada a la nada que respiras no pidas aire no pidas más

Escucha en silencio el árbol te dice
con sus mudas hojas lo que en verdad eres

Un reloj de sol que a cada momento proyecta
la hora que es, el alma, la energía diferente de cada hora

No pierdas el día no fuerces tus horas limpia tu sombra riega las flores
presiente a los árboles y sus raíces buscar el agua
corre, ve y dile a los demás



JOSÉ PASCUAL BUXÓ

 

 


 

Pongo los ojos en aquel recinto…

 

 

Pongo los ojos en aquel recinto
Y veo levantarse las altas sombras de los que vivieron.
Los miro caminar pausadamente,
midiendo paso a paso peligros y distancias,
tocando con la pulpa del dedo encallecido
la dorada madera o el frío azul del vidrio abandonado.

No hablan, circulan a mi lado
como altos nubarrones sobre el campo vacío.
Gira su boca lentamente,
chispea algún momento su lengua todavía luciente y (encarnada.

Ya ves, solo es posible mirar,
Abrir un poco la ventana ciega sobre el lodo,
iluminar con el aceite ardiendo
estas sillas que gimen junto a la mesa puesta.
Podríamos encender los viejos troncos,
la calcinada frente donde calla el pasado:
aquí tostamos pan, asamos las agudas sardinas
y alguna noche cuando tú llegabas
la soledad y el vino se juntaron debajo de las lenguas (rencorosas.

¿Pero qué troncos arderán ahora?
¿Qué labios morderán la madurez del tiempo
Y tu mano sin peso y sin calor,
tu guante desatado, qué huella marcará
sobre el polvo marchito?

Yo procuro mirar, no dudes que lo intento;
dejo correr sus manos por mi cara,
sus delicados tallos, su ternura desierta,
y aun procuro entender
si aquello que se rasga por sus bocas
es algo más que piedras y silencio.
Imagino tu lecho

Imagino tu lecho. Años atrás estuve allí mirando,
recorriendo la crispada blancura de haldas y biombos,
adivinando apenas la sorda podredumbre, la ocultada (ignominia de la muerte.

Imagino esa tierna ventana donde la luz detiene algún (consuelo,
las pobres ramas meneadas, los altos remos aspeando el (vacío.
Imagino tu lecho, la nave desatada en la noche del mar,
la boca azul abierta por los lados.
Imagino tus ojos palpitando en la blanca corteza del mar y (los biombos.

Estuve allí otro tiempo. Moría entonces
un hombre apenas visto, una montaña de luz y de (recuerdos.
Mirábamos su viejo corazón despavorido
hinchándose en la lona, azotado de sal y de desgracias,
sus delicados párpados de cera apenas un momento (enrojecidos.

¿Quién pudo verte a ti? ¡Quién vio ese lecho del (desamparo,
los mármoles azules de tu frente brillar y amoratarse,
las encendidas hieles de la muerte, el asco gris de tus (entrañas solas?

Ya no eras tú, no fuiste tú quien iba amarrado a ese leño,
no era tuyo ese cuerpo, no eran ya tus dos manos
las que hacían bramar las sábanas del frío,
no era tu boca con la cal ardida esos antiguos labios de (ternura y estruendo.

No eras tú, no eras tú, no era tuyo
ese cuerpo podrido por la sombra, ese cuerpo desnudo (abandonado,
ese seco silbido cabeceante en la noche,
ese fuego achicado con salivas y llanto,
ese cuerpo aventado por el mar a no sé qué desierta y sucia (playa.

 

DANIEL CUNDARI

 

  

 

1

 


              Si es verdad que llorar está prohibido

en las casas de los poetas;

                si los barcos naufragaron y el tiempo se hundió

bajo el diluvio salvaje de los versos;

                si Tirteo ya no deletrea nuestros cuerpos

y Mimnermo aún resiste con sus palabras;

                si Milón se ha enamorado

y Arquíloco no sabe dónde late

su alma de esclavo y noble al mismo tiempo;

                si Safo, Alceo y Anacreonte

definitivamente han muerto.

Dadme cal viva

para que pueda convertir en piedra la poesía

y arrojarla hacia aquella isla libre

que todavía arde en el mar abierto.

 

 

CLAUDIO RODRÍGUEZ

 

  

Sin noche

 

 

Y si bien sabes cómo

te quiero. Callo,

ni respiro siquiera. Entro en las palmas

de tus manos, ya casi envejecidas,

en tus arrugas que me dan resina,

que están cantando, como tu mirada

tan cristalina y tan fecundadora,

claro vuelo de alondra,

junto a tanto dolor,

junto a tu pesadumbre

sin llanto, con alegre

fijeza.

 

Si se te caen los dientes,

Nunca invierno en tus labios que ahora vuelan

Abriendo la mañana,

Haciéndola más pura con el olor a ropa

Recién lavada, y con calor

Del hilo, y

Queriendo tu madeja de lana duradera.

 

Yo te acompaño, agua

Dulce, ya casi suspirada, canción a flor de labio,

roció a medio parpado. Ahora está la mañana

Como tú: entera y virgen.